No podía abordar con Daniela la cuestión del cementerio sin reconocer que la habíamos seguido; en consecuencia, como persona con dos dedos de frente y emocionalmente estable, decidí intentar olvidar lo que había visto. Seguí el consejo de Murray de conocerla poco a poco, lo que descubrí que era más fácil de decir que de hacer, porque era probable que Daniela Calle fuera el ser humano más extraño del planeta.
Las dos semanas siguientes, almorzamos juntos casi todos los días, a veces con mis amigos y otras, cuando me daba la sensación de que no tenía ganas de relacionarse con otros seres humanos, solos. Este nuevo ritual empezó de la misma manera que el de llevarme a mi casa: al día siguiente del incidente del cementerio, Daniela se materializó junto a nuestra mesa en la cafetería y preguntó si podía comer con nosotros.
«Vampiro», articuló en silencio Murray, cuando Daniela se sentó al lado de Lola.
Le di un puntapié bajo la mesa.
Recordando su discurso sobre el lenguaje corporal, intenté observar qué hacía Daniela. Me incliné hacia ella por encima de la mesa, con las piernas en su dirección. Ella jamás imitaba mis movimientos. Permanecía recta, o con la espalda pegada al respaldo de la silla, con las piernas cruzadas, lejos de mí. Cada vez que me adentraba en su espacio personal, traicionado por mi subconsciente, me batía en retirada para no revelar más de lo necesario.
La publicación del periódico funcionaba de la manera siguiente: cuatro números al año, al principio de cada trimestre. El que circulaba en aquel momento era el último editado por el redactor del año anterior, Kyle, el famoso profanador del sofá. Así pues, el último ejemplar del que nos ocuparíamos Daniela y yo saldría en verano, después de que hubiéramos recibido los diplomas. Sería nuestro legado, la sabiduría que prodigaríamos a los nuevos alumnos de último año.
Además de recapitular los acontecimientos importantes del trimestre, cada número se centraba en uno de los cuatro sabores ultra edulcorados del instituto: «¡amistad!», «¡viajes!», «¡tolerancia!», «¡armonía!».
Kyle, que venía al instituto vestido con una capa y había colgado la máscara de Guy Fawkes en la redacción, había ampliado los límites con temas abstractos como «círculos», «rojo» (en ese salió mucho Taylor Swift), «perturbador» o incluso «monótono». Los profesores, que en general preferían la propaganda hardcore del tipo «el instituto es la mejor época de vuestra vida», lo veían con malos ojos; los alumnos, en cambio, estaban encantados de leer por fin algo diferente de «forjar lazos para toda la vida» o «en marcha hacia un porvenir prometedor», así que lo adoraban. Y cuando digo «adoraban», quiero decir que al menos el cuarenta y cinco por ciento se tomaba la molestia de ir a buscar un ejemplar, lo que, si consideramos la inclinación de los adolescentes a no querer saber nada ni del instituto ni de todo lo relacionado con él, situaba al periódico de Kyle en la categoría de superventas.
Con la esperanza de superar el legado de Kyle, encontrar el tema perfecto exigía un trabajo enorme en un espacio cerrado. Hink nos había dado control absoluto sobre el contenido. En nuestra única reunión nos había dicho, con cierta inconsciencia: «Sois dos buenos alumnos, confío en que respetaréis las normas». Así, Daniela y yo teníamos que pasar bastantes tardes, después de clase, haciendo tormentas de ideas. Yo acercaba mi silla hasta su mesita y bebía Red Bull o café (teníamos acceso a la sala de profes, toma ya), mientras ella sorbía poleo menta y llenábamos el periódico de ideas cada vez más repugnantes. «¿Nuevos comienzos?» «¿Empezar desde cero?»
«¿Llegar a ser la persona que quieres ser?» «¿Jóvenes para siempre?»
Durante aquellas primeras semanas, me preguntaba si ella era tan hiperconsciente de su cuerpo como yo del mío. Me quedaba sin aliento cada vez que nos rozábamos sin querer, o siempre que un estallido de risa nos hacía apoyar la frente en el hombro del otro. Algunos días, era Grace quien iniciaba el contacto accidental. Otros, se mantenía como una marioneta y medía cada gesto para asegurarse de que nuestras pieles no se tocaran jamás.
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CHEMICAL HEARTS "ADAPTACION CACHÉ"
FanfictionEsta historia está basada en la novela "Our Chemical Hearts" de Kristal Sutherland, así que espero y les guste esta adaptación Caché. Narrada por Poche.