Capitulo 3

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Cuando llegué al despacho de Hink, Daniela ya estaba esperando junto a la puerta. Volvía a llevar ropa de chico, pero estaba algo distinta, parecía mucho más limpia y sana. Se había lavado y peinado la melena rubia, lo que le daba un aspecto muy diferente; no obstante, el cabello le caía en mechones desiguales sobre los hombros, como si se lo hubiera cortado ella misma con un par de tijeras de podar oxidadas.

Me senté a su lado en el banco, tan incómodo que no conseguí colocarme de forma normal y tuve que hacer un esfuerzo añadido para situar mis extremidades. No lograba adoptar una postura correcta, así que me dejé caer hacia delante, con una pose extraña que hacía que me doliera el cuello; sin embargo, no quería seguir moviéndome, porque veía que Daniela me miraba con el rabillo del ojo.

Ella estaba sentada con las rodillas pegadas al pecho y el bastón entre ellas. Leía un libro con las páginas teñidas del color de unos dientes manchados de café. No fui capaz de ver el título, pero sí que estaba lleno de poemas. Cuando me pilló mirando por encima del hombro, pensé que cerraría el libro o que lo movería para que no pudiera seguir cotilleando; en cambio, lo volvió un poco hacia mí, para que lo leyera mejor.

El poema que Daniela estaba leyendo (de forma compulsiva a juzgar por el aspecto gastado y manchado de las páginas) era de un tipo llamado Pablo Neruda, al que yo no conocía de nada. Se titulaba: «No te quiero», y eso me intrigó, así que empecé a leerlo, aunque Hink no había conseguido que me gustara la poesía.

Había dos versos subrayados.

Te amo como se aman ciertas cosas oscuras,

secretamente, entre la sombra y el alma.

Hink salió de su despacho y Daniela cerró el libro de golpe, antes de que yo pudiera acabar de leer.

—Ah, bien, veo que ya se conocen —dijo Hink, cuando nos vio sentadas juntas.

Me levanté de un salto, aliviada por poder abandonar la extraña postura en la que había doblado el cuerpo. Daniela se deslizó hasta el borde del banco y se puso en pie muy despacio, distribuyendo con cuidado su peso entre el bastón y su pierna buena. Por primera vez, me pregunté cómo de grave sería su lesión. ¿Cuánto tiempo debía de llevar así? ¿Sería un defecto congénito o habría sufrido algún trágico accidente en su infancia?

—Vamos, entren.

El despacho de Hink estaba al final de un pasillo que tal vez se habría considerado moderno y atractivo a principios de los ochenta: paredes de color rosa pálido, luces fluorescentes, plantas de plástico baratas y un extraño linóleo, imitación de granito, pero completamente de plástico. Seguí a Hink a un ritmo más lento del normal porque no quería que Daniela se quedara atrás. Ahora bien, no es que quisiera tenerla a mi lado, sino que pensé que ella lo agradecería, que sería un gesto bonito por mi parte permitir que me siguiera el ritmo; pero, aun cuando yo caminaba muy despacio, ella continuaba cojeando dos pasos por detrás de mí, hasta que tuve la impresión de que competíamos por ver quién era el más lenta. Hink se había distanciado unos diez pasos de nosotros para entonces, así que aceleré, la dejé atrás, y debí de parecer una chica muy rara.

Cuando llegamos al despacho de Hink (pequeño, insulso y pintado de verde), me pareció tan deprimente que pensé que debía de pertenecer a un club de la lucha los fines de semana; entramos y nos hizo un gesto para que nos acomodáramos en las dos sillas que había delante de su escritorio. Me senté con el ceño fruncido; no tenía ni idea de por qué también había venido Daniela.

—Las he llamado a mi despacho porque las dos escribís fantásticamente bien. Y ahora que he de elegir a los editores del periódico, he pensado que seríais las más adecuadas...

CHEMICAL HEARTS "ADAPTACION CACHÉ"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora