Capitulo 12

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Nuestros padres estaban totalmente acostumbrados a entrar en nuestros dormitorios por la mañana y no encontrar a sus hijos. El padre de Murray, Baz (diminutivo de Sebastian, no de Barry, cosa que siempre mencionaba cuando le presentaban a alguien), me despertó con el olor a beicon y café. Al levantarme, me di cuenta de que mi cerebro se había soltado de las paredes de mi cráneo. Cuando me movía, mis sesos hacían lo propio y parecían golpearse contra el hueso como una medusa enfadada que picaba a diestro y siniestro.

Con la cabeza como un bombo, me arrastré hasta el comedor, donde la madre de Murray y sus tres hermanas menores ya estaba sentadas alrededor de la mesa.

—Buenos días, Poche —dijeron las chicas al unísono, entre risitas.

Se parecían bastante a Muz, tenían el mismo pelo rubio rizado y los mismos ojos azules (solo les faltaba el incipiente bigotillo de adolescente de su hermano, claro).

—Callad, bestias infernales —les respondí, mientras me dejaba caer en una silla del comedor; apoyé la frente con delicadeza sobre la mesa de madera, lo que hizo que se rieran todavía más—. ¿Por qué hay tanta luz aquí?

El sol parecía colarse por todas partes, y sentía que me chamuscaba las venas, aún empapadas en vodka y ponche.

—Puede que Drácula no fuera un vampiro, solo un borracho empedernido con una resaca constante.

—Si esa fuera la trama del libro, sería mucho más interesante —opinó Baz.

—Supongo que no sabrás dónde está nuestro hijo —dijo Sonya, la madre de Murray.

Sin despegar la cabeza de la madera fría, comprobé mi teléfono. Tenía tres mensajes:

(Lola Leung) LL: Es puntual como un puto reloj.

Después, me había mandado una foto de un Murray muy borracho, medio inconsciente y llorando a moco tendido, en el suelo de la cocina de Lola, abrazado a lo que daba la impresión de ser un canguro de peluche.

LL: Le he puesto el canguro ahí porque me parecía gracioso, pero no pienso confesarlo cuando le enseñe la foto por la mañana.

Y más tarde, a las 4.03:

(Muz Finch) MF: He escapado del mandato despótico de Lola. Tu padre me ha dejado entrar en tu casa. Estoy borracho y a punto de disfrutar de un polvo de reconciliación en tu cama. Espero que te parezca bien.

Cerré los ojos y gruñí.

—Cabrón australiano.

—María José —dijo Baz, señalando a las chicas—. Esa boquita.

—Ah, lo siento. Sí, Murray está en mi casa.

—¿Otra vez andáis con el juego de las camas musicales?

—Como siempre. Primero se quedó dormido en casa de Lola. Posiblemente en el suelo de la cocina. Y no descartaría que abrazado a un canguro. Vuestro hijo es todo un libertino.

—Por eso dejamos que pase tanto tiempo contigo. Porque puedes colar palabras como «libertino» en una conversación informal —indicó Sonya, antes de alborotarme el pelo y servirme un vaso de zumo de naranja.

Desayunamos juntos, bajo la luz cegadora del sol, y después las chicas me arrastraron a su sala de juegos a ver Avatar: La leyenda de Aang, hasta que llegaran mis padres con Murray. Dejé que me pintaran las uñas con esmalte de purpurina plateado a cambio de que me trajeran algo de comer a escondidas. Intentaron trenzarme el pelo, pero ninguna de ellas consiguió que el peinado aguantara.

Al fin, mamá y papá acudieron a realizar el intercambio de hijos con los padres de Muz. Murray entró descalzo, aún disfrazado de pirata, con una bandeja de horno vacía y un cartel colgado alrededor del cuello donde se podía leer ABRAZOS Y GALLETAS GRATIS.

No pregunté. No me hizo falta.

Mis padres decidieron que nos quedáramos a almorzar, así que me tumbé en la cama de Murray durante la siguiente hora y media, dando cabezadas, mientras él ponía algo de orden en su habitación y me contaba que se había reconciliado con Sugar Gandhi (dos veces) en mi cama. La idea no me hacía mucha gracia, pero él se apresuró a señalarme que mis sábanas estaban ofensivamente sucias y que necesitaban un buen lavado de todos modos, y no le faltaba razón. Por supuesto, le hablé de Daniela, del beso, y del mensaje que me había enviado después. «No te habría perseguido si no sintiera lo mismo.» Le expliqué que cuando yo pensaba que le era indiferente, en realidad, ella había intentado seducirme a su extraña y silenciosa manera. Murray y yo no solíamos hablar de este tipo de cosas, porque tampoco solían pasarme, pero estaba bien poder compartir algo para variar.

—Vaya dos... Somos un par de bobos enamorados —dijo Muz, mientras se dejaba caer en la cama, junto a mí. Me pasó la pierna por encima y me olisqueó el cuello como un perro lanudo, según su costumbre.

De la parte del amor no estaba del todo seguro, pero no cabía duda de que bobos lo éramos un rato.

CHEMICAL HEARTS "ADAPTACION CACHÉ"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora