Capítulo doce.

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Michelle - Sir Chloe
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— ¿Por qué tardaste tanto?

Mi padre estaba de pie junto al sillón de la sala. Junto a él, sentada de piernas cruzadas, estaba mi madre, con la mano de su esposo en su hombro de forma... Casi protectora, pero no realmente.

—Tuvimos que poner gasolina. —me asombró lo natural que sonó esa mentira. Pero no lo suficiente como para que se la creyera.

—Espero que no te estés atreviendo a mentirme, Michelle.

Esa maldita forma de decir mi nombre con reproche, de advertencia. De amenaza, amenazas que, siendo justos, jamás había cumplido. Al menos no conmigo.

— ¿Puedo ya subir a cambiarme o quieres continuar con el interrogatorio? —estaba... Molesta, tan molesta que no pude controlar lo que decía. Era extraño en mí, ese tipo de cosas no solían pasarme, pero ahí estaba, el desbalance con el que no estaba familiarizada.

Mi padre abrió los ojos un poco, como sorprendido de mi actitud. Era entendible, jamás me había atrevido a hablarle así. Hasta yo estaba impresionada. Sin embargo, su expresión rápidamente cambió a un ceño fruncido y postura recta, intimidante, como un animal que tiene a su presa en la mira.

—No te atrevas a contestarme. —dio varios pasos hasta estar frente a mí.

La altura de mi padre era intimidante (si no es que su cara de odio profundo al mundo era ya suficiente). Y claro, él sabía sacarle provecho. Sabía que las personas le temían. Y le gustaba la sensación. El "respeto" que imponía en todos.

Apreté mis labios en una fina línea, sabiendo que no me convenía decir nada más, pero no bajé la mirada, mirándolo a los ojos, del mismo color y forma que los míos, pero con infinitas diferencias en ellos.

—Cariño—mi madre se levantó al notar la tensión entre los dos—, Michelle llegará tarde a su partido.

Mi padre pareció pensarlo, mientras aún me miraba fijo. Finalmente soltó un suspiro como irritado.

—Te quiero aquí arreglada y lista en quince minutos.

—... Si, padre. —me dediqué a subir las escaleras y encerrarme en mi habitación.

✩✩✩

Por suerte, una vez que llegamos a la escuela, no tuve que soportar a mi familia. Ellos fueron a sentarse en algún punto de las gradas mientras yo me acerqué con mis compañeras, mientras la señorita Collins hablaba con el entrenador del equipo de porristas de la otra preparatoria.

Por alguna razón que, honestamente, no entendía, nuestra escuela y la otra que jugaba hoy, tenían una rivalidad absurda y se odiaban entre sí, así que un partido donde ambas escuelas se encontrarían eran un evento que nadie quería perderse.

Algo frío me tocó el hombro y me voltee para ver quién era.

—Malditas zorras... —me dijo Verónica, pasándome una botella de agua que acepté y abrí para comenzar a beber. Ella estaba mirando en la dirección del grupo de porristas, que también nos veía con desdén — Se creen la gran cosa con los kilos de maquillaje que se echan.

Rivalidad absurda.

—Vero, creo que estás exagerando. Solo son una bola de chicas creyendo que deben odiarnos, justo como nosotras.

— ¡Nosotras somos mejores que ellas! No solo animando. Mira— apuntó a una chica al azar —, seguro esa trae relleno en el bra. O se operó, quien sabe, pero esas no pueden ser sus tetas reales.

Amores fugaces.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora