24.- 𝐋𝐀 𝐅𝐎𝐓𝐎

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—Mucha suerte, Ronnie, confío en tu gran talento —Jade lo abrazo—. Ese puesto de guardia ya tiene tu nombre.

—Daré todo lo que tenga —asintió, nervioso pero agradecido por el apoyo que le estaban dando sus amigos.

—Dale confianza —susurró JJ a Harry cuando fue a despedirse de él.

—Te estaré esperando, por si llegas tarde —tomo la mano derecha de Jade y dejo un delicado beso en sus nudillos—. Cuídate, por favor.

Llamó a la puerta del despacho de la profesora Umbridge deseando que fuera la última vez, y recibió la orden de entrar. La hoja de pergamino en blanco lo esperaba sobre la mesa cubierta con el tapete de encaje, así como la afilada pluma negra, que estaba a un lado.

—Ya sabe lo que tiene que hacer, Anderson —le indicó la profesora Umbridge sonriendo con amabilidad—. Sólo que en esta ocasión sus horas serán dobles.

JJ tomo la pluma y echó un vistazo por la ventana. A lo lejos veía al equipo de quidditch de Gryffindor volando por el campo, mientras una media docena de figuras negras esperaban de pie, junto a los tres altos postes de gol, aguardando seguramente su turno para hacer de guardianes. Desde aquella distancia era imposible saber cuál de aquellas figuras era Ron.

«Debo respetar a mis superiores.»

Cada vez que miraba por la ventana, sus ansias de estar ahí crecían. Estar montada en la escoba, poniendo a prueba a todos los aspirantes. Disfrutando de lo que más le gustaba, jugar quidditch.

En ese momento el pergamino estaba cubierto de relucientes gotas de la sangre que le caía de la mano, que le dolía muchísimo. Cuando volvió a levantar la cabeza ya era de noche y no se distinguía el campo de quidditch.

—Vamos a ver si ya ha captado el mensaje —propuso la profesora Umbridge con voz suave media hora más tarde.

Cuando la sujetó para examinar las palabras grabadas en su piel, la chica notó un dolor, en la frente. Lo primero en lo que pensó fue en Harry. ¿Le habrá pasado algo?

Dio un tirón para soltarse y se puso en pie de un brinco, mirando fijamente a la profesora Umbridge.

—Ya lo sé. Duele, ¿verdad? —comentó con su empalagosa voz—. Bueno, creo que ya me ha comprendido, Anderson. Puede marcharse.

Salió del despacho tan deprisa como pudo.

Cuando entro a la sala común la recibió un fuerte estruendo. Ron fue corriendo hacia ella, sonriente y derramándose sobre la túnica la cerveza de mantequilla que tenía en la copa que llevaba.

𝐉𝐀𝐃𝐄 𝐘 𝐋𝐀 𝐎𝐑𝐃𝐄𝐍 𝐃𝐄𝐋 𝐅É𝐍𝐈𝐗Donde viven las historias. Descúbrelo ahora