Una mosca revoloteaba sobre mi cabeza, trataba de no darle importancia. Mis ojos miraban fijamente a las botas negras raspadas en la punta que llevaba puestas. Mis manos, negras por la tinta, arrancaban los hilos azules de mi vestido. Contaba nubes para no volverme loca, ya llevaba más de un centenar.
Estaba en un transatlántico con destino a Rusia. Había salido de España en este mismo barco hace días y no sabía cuando volvería a ver mi país. Quizá meses, quizás años, quizás nunca.
Lo que más me preocupaba era mi vida en Rusia, papá no podría cuidarme y mis abuelos ya hacía años que fallecieron.
Mientras hacía garabatos en un pequeño cuaderno grabado con las iniciales "N. I", una pequeña campana sonó en el barco.
"¡Llegamos a tierra!"
La gente gritaba, agarraba sus cosas y aplaudían. También abrazaban a sus familiares. Yo sonreí ante la situación y salí al exterior para observar el mar y, desde muy lejos, Rusia.
Respiré ondo, muy ondo, y visualicé mi nueva vida. Solo rezaba para tener un techo donde quedarme y un trabajo respetable.
Al llegar, bajé lentamente las escaleras del barco, un joven marinero me ayudaba para no resbalar. Agarró mi mano y yo nerviosa reí.
-Gracias. - solté.
Él sonrió.
Y entonces, llegué. Rusia, tan grande como la última vez, siempre tan fría y tan pálida. Rápidamente salí de las nubes y busqué un tren con el poco dinero que me quedaba. Debía ir hasta Petrogrado, donde mi padre, Boris Ivanov, trabajaba al servicio del zar Nicolás II. Sí, mi padre estaba todos los días en contacto con la familia real, por esto no podía cuidar de mí, por cuidar de ellos. Había oído que las hijas del zar eran las jóvenes más hermosas del mundo.
El viaje se hizo eterno, no lo niego, pero lo disfruté bastante. Rusia tenía una belleza única, al igual que de donde venía, de España. Ambos países eran increíbles a su manera. Volver a Rusia después de tantos años era extraño pero a la vez acogedor.
Durante el trayecto, yo solo escribía, leía o pintaba. También observaba a las personas, me gustaba analizarlas e imaginar sus vidas, todas eran perfectas, como la que esperaba que fuera la mía en algún momento. Después de bastante, llegué a la ciudad. Petrogrado era enorme, llena de vida, de color y de personas. Cuando puse los pies en ella no sabía que hacer, no conocía a nadie y supuestamente me encontraría con mi padre, pero no lo veía por ningún lado. Sabía como era mi padre, así que no quedó otra opción que esperar. La espera no fue corta que digamos, pero llegó. Ya se había puesto el sol cuando vi un carro de caballos llegar.-¡Para, para! - habló mi padre desde dentro del carruaje.
Yo me levanté del banco en el que llevaba sentada más de una hora.
El carruaje se paró y papá bajó.-Papá... - hablé con un hilo de voz.
Lo extrañaba tanto, fuera como fuera, era mi padre y llevaba sin verlo siete años.
-Nikita, hija. - respondió.
Yo solté mis maletas y corrí a abrazarlo. Era una escena bastante tierna.
- ¡Pero bueno, niña! - empezó a decir. - ¡Cómo has crecido!
Yo le regalé una pequeña sonrisa.
-Tienes los ojos de tu madre. -volvió a decir.
Eso me hizo un nudo en la garganta, el pensar en ella era duro.
-La extraño. - confesé.
-Oh, Niki, ven. - mi padre me envolvió entre sus brazos. - Debes olvidarla.
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ENTRE DOS BANDOS
Historical FictionLa Rusia zarista. Nikita, una joven española, es enviada hacia Rusia con su padre. Causará gran revuelo en el pueblo ruso por su increíble inteligencia y facilidad de enseñar español. Nicolás II, al oír esto, aceptará que la adolescente imparta cla...