Capítulo 9

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Cuando me reuní con la zarina Alejandra, estaba sentada en su cama, con un elegante camisón y con un simple recogido de pelo. Al notar mi presencia, la mujer me hizo una señal para que avanzase hacia ella.

- Lo siento por recibirla de tal manera.- habló ella.

- No se preocupe majestad.- la disculpé.

- Le di a Olga la tarea de guiarla, ¿lo hizo?

-Sí, todos me enseñaron el palacio, es increíble.- respondí nerviosa mientras arrancaba pequeños hilos de mi vestido.

-Me alegro de que le guste.

La zarina trató de levantarse pero el mareo pudo con ella y se llevó las manos a la cabeza.

-Por favor majestad, repose.- di un par de pasos.

Ella resopló.

- ¿Puedo preguntar qué le sucede?

- La cabeza me mata.- confesó.- Cada vez que trato de levantarme, los mareos me pueden.

- Quizás le venga bien un poco de sol, majestad.- sugerí.

- Tiene razón.- miró la habitación.

- Permítame ayudarle.- supliqué.

Ella asintió en respuesta y me acerqué a una enorme cortina de color malva, la corrí rápidamente y un rayo de sol atravesó potentemente la habitación.

- ¿Le abro la ventana?- pregunté.

-No, así está bien, gracias.

Yo sonreí ante ese gracias.

-Nikita,-llamó mi atención la zarina.- no tenga miedo.

No sabía a que se refería así que fruncí el ceño en respuesta.

- Yo también he sido extranjera.- habló Alejandra.- Y separarme de Alemania fue muy duro, no lo niego, pero se acostumbrará.

-¿Y si no me adapto?- pregunté.

- Lo hará.- cerró levemente los ojos.- Y si no, yo le ayudaré.

Me quedé en silencio.

-No como zarina, si no como extranjera.- volvió a hablar.

- Gracias majestad, se lo agradezco.- respondí por fin.

-Confío en usted, en que haga bien su trabajo, espero que no me falle.

-No lo haré.- afirmé.

Ella sonrío y yo le devolví la misma sonrisa. El momento se volvió incómodo.

-En sus ratos libres puede hacer lo que le plazca.- me informó de nuevo.

-¿Hasta qué punto, señora?- le pregunté.

- Pues... no lo sé, ¿que querría hacer?

Dudé en preguntar.

-¿Podría pasar tiempo con sus hijos?- hablé dudosa.

Ella tardó en responder, pues estaba sonriendo.

-Sí, puede pasar tiempo con ellos.

Iba a agradecerle cuando volvió a hablar.

-Pero debo advertirle de que tenga sumo cuidado con el zarevich.

¿Por qué?

No quise preguntar, estaba un poco nerviosa y quería irme lo más rápido posible, así que no le di importancia.

-Está bien, majestad, gracias.- dije.

-Bien, puede irse si no tiene más dudas.

-No, no tengo más dudas.

ENTRE DOS BANDOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora