Mizuni la sirena

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Eris no pudo dormir bien, cada vez que intentaba caer en sueño profundo la sensación de terror que la invadía de tener otra pesadilla le espantaba el sueño de inmediato. A pesar de estar sola, sentía que la vigilaban constantemente, varias veces por la noche se levantó a revisar toda la habitación con la vana esperanza de encontrar algo y así calmar su inquietud. Al cerrar los ojos sentía que alguien estaba parado al lado de su cama, pero al abrir los ojos no veía nada. Incluso cerro la ventana por el temor de que alguien estuviese usándola para entrar a pesar de los diez pisos que la separaban de la tierra.

—Me estoy volviendo paranoica— se dijo a si misma. Sin poder conciliar el sueño se sentó en la cama y se golpeó un poco las mejillas para asegurarse que no estuviese en un sueño, el sol entrando por su ventana le indicaba que ya había pasado toda la noche, y no había logrado tener un descanso adecuado. Su cansancio se vio opacado por el sonido de su estómago recordándole que no había comido, pero al no saber cómo salir a algún lugar en ese laberinto que ellos llamaban academia desistió de la idea de aventurarse y se recostó de la cama.

—Dijeron que alguien vendría por mí, espero que no se tarde demasiado—. Para su suerte la espera fue muy corta, ya que tocaron la puerta insistentemente lo que la extraño, normalmente entraban sin esperar que ella respondiera, al escuchar de nuevo el golpeteo en la puerta se levantó y la abrió sorprendiéndose de ver a la persona que estaba de pie en la puerta.

—Tu debes ser Eris, yo soy Mizuni— la voz algo chillona y su forma de hablar con rapidez desconcertó a Eris, pero no tanto como las orejas de la chica, parecían unas aletas de pez, Eris no recordaba haber visto nunca a alguien así en su vida, aunque su pérdida de memoria no la ayudaba mucho, los ojos amarillos, en el mismo tono que el de su corto cabello, mostraban alegría al igual que la amplia sonrisa que se había dibujado en su rostro al verla, era un poco más alta que Eris aunque la diferencia no se notaba mucho. Mizuni con mucho ánimo le entregó un uniforme gris perfectamente doblado, como el que ella llevaba puesto. El estómago de Eris rugió con fuerza y ella se avergonzó cuando Mizuni soltó una carcajada porque había logrado escucharlo.

—Lo siento— Eris su sujetó el estómago y agarró el uniforme rápidamente para cambiar el foco de la conversación, Mizuni le hizo señas de que la siguiera y Eris se extrañó.

—Te llevare a los baños, podrás darte una buena ducha y luego iremos a comer— Eris solo asintió intentando esconder su rostro en la ropa que Mizuni le había entregado. Eris había caído en cuenta que, desde que había llegado no había visto un solo baño, pero no tardo en descubrir la razón, ya que parecía que tenía la duda escrita en la cara porque Mizuni le contesto de inmediato.

—Los baños en este lugar son comunales, no los vas a encontrar en las habitaciones, son privados, pero quieren fomentar el compañerismo y el respeto al mismo tiempo—. Mizuni se encogió de hombros dándole a entender que tampoco entendía ese razonamiento —de lo único que estoy segura es que a los daimones no les gusta mostrar su cuerpo a los demás, ya que tienen cicatrices que les traen recuerdos amargos—. Mizuni colocó sus manos en un costado de su cuerpo, Eris no quiso preguntar, pero dedujo que ella tendría una de esas cicatrices de las que hablaba y no quería mostrar.

—Entiendo, no debe ser fácil verse el cuerpo marcado— Mizuni asintió mientras la llevaba a través de nuevos pasillos que Eris por supuesto no había visto.

—Todos los daimones son sobrevivientes de alguna tragedia, todos han estado al borde la muerte desde muy pequeños, excepto tú y yo— Eris frunció un poco el ceño con desconcierto.

—¿Solo nosotras dos?

—Me refiero a que en este momento solo tú y yo somos daimones que ingresaron siendo adultas, los demás como nosotros ya terminaron su entrenamiento, después de todo los casos como los nuestros no son comunes—. Eris quería indagar más, pero ya habían llegado a su destino.

El legado de Satoga: La maldición del ReinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora