Mitos

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Esa noche Eris tuvo un sueño más perturbador de lo normal. Estaba en el bosque con una sensación de angustia muy incómoda, Mizuni estaba a su lado y ni siquiera su presencia le daba tranquilidad. Un grito la hizo girar la cabeza y se asustó al ver a Yukami clavar una daga en el cuello de Mizuni sin cambiar su expresión en el rostro. Ella intentó correr, pero al hacerlo una serpiente le sujetó el tobillo haciéndola caer al piso, al levantar la vista su corazón se detuvo al ver a Xotzal con la niña abrazada en su espalda, la expresión de tristeza en su rostro y una daga en la mano. Ella intentó levantarse, pero de un salto la niña se sentó en su espalda, a pesar de su pequeño tamaño ella sentía que tenía una roca en la espalda. Intentó gritar con todas sus fuerzas, pero su voz como siempre no salía de su garganta. Al ver a Xotzal dispuesto a atacarla la hizo cerrar los ojos con fuerza, sintió un dolor desgarrador en el pecho y se despertó.

Su corazón estaba acelerado y el sudor la había impregnado por completo mojando incluso la almohada, algunas lágrimas corrieron por su rostro. Ella veía el techo sujetando su pecho, aún tenía la sensación de dolor que había experimentado en su sueño, respiró con calma y se sobresaltó al escuchar una voz tranquila a su lado.

—¿Pesadilla?

Xotzal terminaba de acomodar su cama, ella volteo hacia la ventana y se dio cuenta que el sol aún no había salido.

—¿Te estas acostando? —Xotzal se extrañó, pero luego le sonrió y negó con la cabeza.

—Voy a entrenar, Yukami ya se adelantó, está por amanecer, deberías levantarte, hay que dejar el templo limpio antes de que el maestro vuelva.

Eris se sentó en el borde de la cama mientras Xotzal salía de la habitación. Jyuti iba a la academia muy seguido y aun así ellos seguían entrenando y cumpliendo con sus tareas para evitar molestarlo. Después de tomar el desayuno ella se concentró en terminar sus asignaciones, que no eran demasiadas, ya que la limpieza era algo a lo que ella y Yukami se dedicaban con esmero. Xotzal por su parte cocinaba las comidas, sobre todo las del maestro porque era quien mejor lo hacía. Eris decidió lavar sus cobijas para que Jyuti no notara el sudor en las mismas. Mientras lo hacía vio en un estante los uniformes limpios perfectamente doblados y acomodados.

Ella se acercó y colocó su mano sobre los uniformes y se sonrojo al pensar que alguno de esos le pertenecía a Xotzal. Volteo a ambos lados asegurándose que nadie la estaba viendo y los levantó oliendo uno reconociendo el olor a té que él desprendía, su corazón se aceleró y sonrió al haberlo encontrado, lo abrazó con fuerza queriendo aferrarse a él.

—Como me gustaría tenerte a mi lado cada vez más cerca.

Ella fantaseaba con su presencia, pensaba en cómo se sentiría un beso y una caricia de su parte, soñaba con que él la abrazara y la viera con deseo, que ella fuese solo de él, anhelaba con que él se lo pidiera. Ella se sentó en el piso abrazando el uniforme, ocultando su cara en él, trataba de recordar la sensación de su piel contra la de él. Imaginaba encontrarlo en la ducha, y como el agua recorría cada centímetro de su cuerpo.

Un sonido la sacó de su imaginación y la hizo levantar el rostro, la vergüenza se apoderó de ella al ver al hombre de sus sueños allí frente a ella, viéndola con preocupación, para su fortuna la mitad de su rostro estaba cubierto por el uniforme que tenía en las manos, pero en su mente debía crear rápidamente una excusa para tenerlo en brazos.

—¿Te sientes bien? — Eris se dio cuenta que él iba a acercarse a ella y le gritó para detenerlo.

—¡No vengas! —él se frenó de inmediato viéndola con más preocupación, Eris se arrepintió de inmediato de haberle gritado no quería que le viera el rostro, pero no tenía una excusa convincente, así que dijo lo primero que le llego a la cabeza —Pesadilla... la pesadilla de anoche me afectó más de lo que esperaba— ella vio de reojo a su acompañante deseando que eso lograra ser suficiente para evitar que se acercara —soñé con el despojo y no me siento en condiciones de hablar con nadie, quiero estar sola— al fijarse en la expresión de preocupación que él tenía sintió un vació en el estómago.

El legado de Satoga: La maldición del ReinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora