La maldición de Kato

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Xotzal no podía creer lo que estaba escuchando, conocía muy poco de los devoradores, ya que eran seres que suplantaban la energía de la persona que comían y era difícil identificarlos. Pensar en la posibilidad de estar con uno le daba miedo, eran seres razonables hasta cierto punto, aunque Eris había demostrado que ella era diferente a todo lo que conocían.

Ella se separó de su oído y se quedó sobre él sonriendo, él trataba de mantenerle la mirada, aunque si deseaba atacarlo no era mucho lo que él podía hacer, no tenía energía ni siquiera para hablar. Ella podía notar la mirada de Xotzal llena de temor y la confundió con duda. Para demostrarle que no mentía dejo salir de su espalda las mismas garras con las que había atacado a Tesile y Haiyuu, aunque ya no estaban llenas de sangre.

—El veneno que genera mi cuerpo adormece a mis presas para devorarlas con más facilidad, así no pueden huir de mí. Yo sé que ADN te colocó un supresor de energía por orden de mi señor Armay, entiendo que necesitan el poder del agua de la cascada que hay en tu sangre. —ella se quedó en silencio un momento mordiendo su labio, parecía que le dolían las palabras que estaba pronunciando, —pero a mí me duele saber que te está haciendo daño. Yo voy a protegerte incluso de él.

Xotzal sintió un frio en el estómago, ¿Eris acababa de admitir que conocía a Armay? Era imposible, desde que la conocía ella no tenía memoria, ni siquiera era capaz de mantenerse de pie frente a un despojo. Ella se sentó en el vientre de Xotzal y se quitó la camisa del uniforme mostrándole una gran cicatriz en el centro de su pecho. Sonrojada le agarró la mano a Xotzal para que tocara la marca que llevaba con orgullo en su piel.

—Ambos estamos marcados, tú por el fuego de una mala elección, yo por el deber. La última persona que me comí se niega a morir y me hace perder el control de mi mente, pero gracias a ti he obtenido el poder para callarla, el amor que hay entre nosotros me ha hecho fuerte.

Ella se acostó sobre el pecho de Xotzal y en cuanto los senos de Eris lo tocaron, intentó quitarla. Ella levantó la vista y notó como las mejillas de Xotzal se sonrojaban, sentía como su corazón se aceleraba lo que la hizo sonreír complacida.

—Mi señor Armay nos habló de tu maldición, y de cómo actúa sobre tu cuerpo, destruyéndolo por dentro y creando un deseo imparable por transmitir ese dolor a la siguiente generación. —ella acarició la mejilla de Xotzal con cariño causándole un escalofrió que recorrió todo su cuerpo. —Conmigo no tienes que contener la lujuria, yo no tengo miedo a que puedas herirme por la inmensidad de tu deseo.

Eris se acercó al rostro de Xotzal y vio con deseo sus labios que estaban resecos; el rojo en sus mejillas combinado con el verde sus ojos hacían, para Eris, la combinación perfecta entre calma y deseo, el compás de su corazón bajo sus pechos eran para Eris el ritmo que debía marcar para hacer por fin su deseo más profundo, realidad. Lentamente besó los labios de Xotzal grabando en su mente el sabor de la boca que tantas noches había anhelado saborear.

Los besos de Xotzal eran justamente lo que Eris había imaginado, besos dulces y amables. Ella sujetó sus muñecas con cuidado, sintiendo la humedad de su sangre en las palmas. Llevada por el deseo de explorar con más detalle la cavidad bucal de Xotzal se atrevió a introducir su lengua, esperando una lucha por la dominación.

Contrario a lo que ella esperaba, Xotzal se resistía a que ella pudiese continuar, a pesar de todo lo que hacía por él y a pesar de que ella estaba allí entregada en alma, cuerpo y mente, él seguía rechazándola. Pero esta vez no iba a dejar que la lastimara, no iba a permitir que la apartara, estaba tan cerca de obtener lo que quería que si renunciaba en ese momento con toda la información que le había dado era muy probable que su rechazó fuese peor.

Eris sintió como la sangre empezaba a hervirle por la molestia que le causaba su constante rechazo, con fuerza apretó las muñecas de Xotzal sintiendo como la sangre salía y se escurría entre sus dedos. Al sentir la presión y el dolor nuevamente Xotzal intentó gritar y esa fue la oportunidad perfecta para Eris, ya no había nada que la detuviera, con premura introdujó la lengua en la boca de su amado y buscó la de él para que danzara junto a la de ella en un baile de pasión.

Xotzal se sentía incomodo y vulnerable, Eris lo tenía dominado por completo, sin energía, sin fuerzas y sin poder rechazarla era preso de los deseos de ella. Deseaba que todo terminara, poder alejarse de ese lugar, desconectar su mente de su cuerpo para no sentir como Eris hacia con él lo que quisiera.

Eris apartó las manos de las muñecas de Xotzal y termino el beso para admirar su obra, él ya no tenía los labios resecos, por el contrario, mostraban una humedad excitante, sus mejillas seguían rojas y su respiración acelerada extasiaba a Eris, ella le acarició el cabello, maravillada por la imagen que él le estaba brindando. Al ver sus ojos Eris se extrañó, deseaba ver unos ojos verdes intenso deseándola, rogando por más, sin embargo, lo que veía era muy alejado a la realidad, él estaba viendo a la nada mientras algunas lágrimas corrían por sus mejillas.

Algo en su mente le gritaba detenerse, escuchaba su propia voz rogando. Le empezaron a temblar las manos y se llenó de dudas, quería seguir, pero ya no estaba tan segura de lo que hacía. Colocó las manos en el pecho de él y comenzó a bajar lentamente hasta su ombligo buscando ver su reacción. Xotzal no deseaba lo que estaba ocurriendo y así no era como ella se lo estaba imaginando. En cuanto sus manos llegaron al ombligo de Xotzal y previendo lo que iba a ocurrir, con un impulso, más de su mente que de su cuerpo, Xotzal empujó a Eris en un vano intento por apartarla, sin saberlo, eso desencadenaría la pesadilla.

Eris sintió las manos de Xotzal apartarla para que no lo tocara, aun estando sin fuerzas, usaba el impulso que lo mantenía con vida para apartarla de él. Ella se esforzaba para que la amara y él solo seguía rechazando su afecto. Ella lo observó detenidamente y notó la ausencia de su cristal. Era obvio que no lo tenía, lo había abandonado al entregar su vida, por Tesile.

El recuerdo de los pocos momentos que vio a Xotzal permitir a Tesile acercarse hasta él la invadió, la llenó de ira incontrolable. ¿Por qué a ella le permitía estar cerca de él? Eris ensombreció su mirada. No iba a ganarse su amor, no iba a obtener una vida feliz a su lado, pero no iba a perderlo, él era el hombre que más deseaba y aún si lo dejaba marchar la iba a odiar, y si ya se había ganado su odio entonces que más daba lo que pudiera ocurrir.

Eris dejo salir nuevamente el par de garras de su espalda y se puso de pie observándolo mientras apretaba los puños con cada uno de sus músculos tensos. Sabía lo que iba a hacer y si no se entregaba a ella por deseo, lo haría por miedo y dolor. Le agarró el cuello y lo levantó hasta tenerlo a su altura.

—Tanto es tu despreció por mí que preferirías morir aquí mismo. — Ella le acarició el rostro —Te diré lo que va a pasar, para que anheles el final con cada fibra de tu ser. En este momento haré contigo todo lo que me plazca, hasta saciar mi deseo por ti, dejare que el efecto de mi veneno pase para hacerte mío mientras el dolor te consume, porque para tu desgracia yo no tengo útero y no puedo darte un heredero. —Eris apretó con fuerza el cuello de Xotzal demostrando la fuerza que los devoradores tenían por naturaleza. —Así que te haré mío entre gritos de dolor hasta que me canse. Para ese momento te devorare y vivirás dentro de mí porque tu maldición no te dejara perecer y verás como voy a ir tras esa rastreadora y la hare sufrir para que presencies todo desde mis ojos y te arrepientas de haber entregado tu vida por ella y no por mí.

Al terminar de hablar Eris lanzó con fuerza a Xotzal contra una de las paredes de la cueva haciendo que escupiera sangre, ya no tenía fuerzas para levantarse, ni para luchar, así que solo se entregó a la tortura a la que sería sometido. Eris se acercó descargando su rabia con golpes cada vez más fuertes.

—Todo esto es tu culpa, tú me has obligado a hacer esto Xotzal, solo tú tienes la culpa.

Xotzal cerró los ojos preguntándose ¿Qué había hecho para que los dioses permitieran algo así? Su vida había sido una cadena de tragedias una tras otra, perdiendo a todos los que quería sin poder hacer nada por defenderlos. En ese instante se aferró al único recuerdo feliz que le quedaba. Su infancia en la academia, no, eso no era lo que lo hacía feliz. Tesile, ella era la única luz entre tanta obscuridad e incluso esa luz, él mismo la había apagado al destruir su corazón.

Los golpes de Eris se detuvieron, ¿se había cansado? Con la visión borrosa Xotzal intentó buscarla, ella estaba de pie frente a él sosteniendo su garganta en busca de aire, ¿Qué le sucedía? Y la respuesta llegó pronto. Una cabellera plateada paso sobre él interponiéndose para que Eris no se acercara, ¿Quién era esa persona? ¿Cómo lo había encontrado? No tenía fuerza para pensar en ello, su mente estaba agotada y ya no quería luchar más, cerró los ojos y dejó que pasara lo que tuviese que pasar.

El legado de Satoga: La maldición del ReinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora