Derrota

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La tensión era casi palpable en el ambiente. Yukami no apartaba la vista de su enemigo que sin hacer ningún tipo de gesto se arrancó la flecha del brazo y se giró hacia ellos. En cuanto sus miradas se cruzaron Yukami sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. Esos ojos morados no los había podido olvidar, sin duda ese joven era el niño que había visto en los terrenos prohibidos de la academia. Yukami podía sentir el peligro que emanaba de sus enemigos, pero más aun de ese joven. Tenía los músculos tensos y temía que si apartaba la mirada un segundo seria su perdición. El hombre que hasta ese momento se había mantenido al margen se puso de pie.

—Entonces hay más exterminadores y por lo visto una cazadora. —Se levantó, estiró los brazos y agarró la guadaña mientras dibujaba una sonrisa en su rostro. —Esto acaba de ponerse más interesante. Puedo sentir en ti algo diferente.

Él caminó hasta su acompañante y se apoyó de su hombro, Yukami y Xotzal los observaban quietos en donde estaban, sabían que el mínimo movimiento podía provocar a sus enemigos. El hombre se pasó la mano por la cabeza y se repetía para sí mismo palabras que ellos no pudieron escuchar. Luego le dio una palmada en la espalda a su acompañante, empuñó su guadaña, fijó la vista en Kin y dibujó una sonrisa maliciosa.

—Vamos a divertirnos.

En una fracción de segundo el joven de ojos morados se lanzó contra Yukami que detuvo su ataque sin inmutarse. El hombre de la guadaña aprovechó para atacar a Kin, que al verlo acercarse levantó las manos para crear un escudo de agua que fue atravesado por la guadaña como si fuera mantequilla, ella esperaba el golpe, pero este fue desviado por una piedra enorme que golpeo al hombre y lo empujó contra los árboles, en cuanto estuvo en el piso la roca se fusionó con la tierra y le agarró los brazos y las piernas.

—No voy a permitir que la toques.

Xotzal se interpusó entre Kin y el hombre, respiraba aceleradamente, pero Kin podía notar la misma mirada calculadora que usaba Yukami cuando iba a exterminar a alguien. Kin sabía que intentar ayudarlos sería más una carga que una ayuda por lo que se quedó detrás de Xotzal para simplificarle el trabajo.

—Pensé que ya no podrías levantarte. —el hombre destrozó la tierra que lo atrapaba y se puso de pie sacudiéndose. —Serias un gran aliado, deja que eliminemos a los testigos y únete a nosotros, ¿te parece?

Xotzal se quedó callado y vio de reojo la pelea de Yukami con su enemigo. El hombre al darse cuenta volteo también, al ver lo que ocurría golpeo con fuerza la tierra usando la base de la guadaña. Yukami le daba una pelea pareja a su enemigo, que sangraba por todos lados y parecía tener problemas para golpear a Yukami.

—Es tu última oportunidad, ¿vas a venir con nosotros?

El hombre los atacó con la intención de apartar a Kin de Xotzal, él podía darse cuenta que por alguna razón se estaba ensañando con ella, para la tranquilidad de Kin, Xotzal no le permitía acercarse y a pesar de estar cansado la defendía de su enemigo que se notaba frustrado. Xotzal lo apartó de una patada en el estómago que lo hizo soltar la guadaña y pegar contra un árbol. Xotzal se dobló un poco y empezó a toser, estaba usando las reservas de energía porque el joven de ojos morados y el devorador le habían absorbido más de lo que esperaba. Kin se preocupó, lo iba a tomar de los hombros, pero él la detuvo.

—Estoy bien. —Él se reincorporó y se puso en posición de ataque, aunque era notorio su cansancio y el esfuerzo que hacía por mantenerse de pie. El hombre se levantó y lo vio mientras apretaba los dientes, las venas de su cabeza sobresalían y sus músculos estaban más tensos.

—Es momento de terminar con esto. Se acabaron tus oportunidades. Ven aquí.

El hombre saco la piedra que le había quitado al devorador la apretó con fuerza y su puño empezó a rodearse de energía. El joven que atacaba a Yukami se detuvo, esquivo su último ataque y se paró al lado de su compañero. A Xotzal le parecía increíble como podía mantenerse de pie a pesar de todo el daño que Yukami le había hecho. La sangre le corría por todo el rostro goteándole por el mentón, tenía laceraciones en el pecho con heridas tan profundas que no debería estar de pie erguido junto a su compañero, incluso una de sus manos estaba en una posición antinatural mientras que en el otro brazo se podía ver parte del húmero sobresaliendo. Yukami no había tenido piedad y aun así allí estaba, como si nada le doliera.

El legado de Satoga: La maldición del ReinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora