Familia perfecta

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Familia Perfecta






Harry sonrió al sentir cómo su esposo se inclinaba hacia él para darle el acostumbrado beso en la mejilla. Severus jamás abandonaba la cama sin hacerlo. Y esa mañana de invierno, recibió con más gusto que nunca, el calor que expelía el cuerpo de su esposo.


— No te vayas... tengo frío. —gimoteó Harry titiritando exageradamente.


Severus le acomodó las cobijas con cálido cariño para enseguida abrazarlo reposando su cara contra la de Harry, en firme contacto de su pecho con la espalda de su esposo. Frente a ellos podían ver a través de la ventana, la nieve acumulándose en la cornisa, y una escarcha rompiendo los rayos del pálido sol en suaves ondas de colores.


— Eres un quejumbroso, bicho, la calefacción está justo donde te gusta y aun así dices tener frío. —le dijo, aunque le fue imposible mostrarse irritado, todo lo contrario, su voz sonaba tan amorosa como siempre sucedía cuando hablaba al ojiverde.

— Lo sé, pero me gusta que me abraces. Además, no es necesario que te levantes tan temprano, Sev, son vacaciones.

— Pero alguien tiene que preparar el desayuno... ¿o piensas dejar a tu hija sin comer y todo por ser tan mimado?


Ganas no le faltaron de responder que sí, pero ante todo estaba la alegría que le brindaba los desayunos en familia.


— De acuerdo... pero te advierto que esta noche la vas a pasar mimándome más.

— Es un trato. Ahora dime qué se te antoja que prepare.

— Huevos, tengo mucha hambre.

— Bien... huevos revueltos en camino para un Bicho hambriento.


Harry giró su rostro para besar suavemente los labios de su esposo, sentía muy cálido en su interior cuando le llamaba cariñosamente de ese modo, recordaba la primera vez que lo hiciera...


Había sido gracias a un cuento que Severus leía a su barriguita cuando tenía siete meses de embarazo. En dicho cuento se mostraban ilustraciones de los personajes infantiles, uno de ellos era un coqueto escarabajo de brillantes ojos verdes que disfrutaba mucho de mirar las estrellas deseando ir a visitarlas desde que su madre se despidió de él para mudarse al astro más brillante. Severus comentó que en los ojos del bichito se dibujaban las constelaciones del firmamento... y luego de mirar a su esposo agregó "Igual que a ti, y tú no ves al cielo"


Harry había respondido "Pero te veo a ti, tú eres mi cielo"


Severus había reído mucho ese día, pero a partir de entonces se llamaban de ese modo "bicho" y "cielo".


— No, mejor los haré con tocino. —dijo el ojinegro antes de salir.


Harry sonrió complacido, le gustaba saber que conocía a la perfección sus gustos, y aún le asombraba que fuera tan cariñoso con él. Severus se marchó hacia la cocina para preparar lo solicitado mientras que el ojiverde suspiraba recordando los días de colegio y no podía contener una suave risilla al pensar que algún día habían llegado a odiarse... pero prefería no detenerse mucho en eso, cada que lo hacía sentía un extraño vacío en su corazón.


No le gustaba pensar mucho en su etapa de estudiante, ni siquiera quería rememorar su victoria contra Voldemort, y cada vez que alguien sacaba el tema durante alguna reunión, lo esquivaba y prefería correr a brazos de Severus. Incluso aún no había recuperado sus recuerdos por completo, un hechizo le borró parte de su memoria.


Pero eso no importaba, recordaba lo primordial. Era feliz, inmensamente feliz con la vida que tenía.


Casado con Severus Snape, viviendo en Montreal, alejados de todo su pasado, en una comunidad mágica que les respetaba sin entrometerse demasiado en sus vidas.


Y teniendo una maravillosa hija de cinco años que era la luz de su vida.


Y hablando de ella...


La puerta se abrió estrepitosamente para dar paso a una pequeña de largos cabellos rojos y una chispeante sonrisa. Harry correspondió al gesto de la misma manera, pensando en cuánto le recordaba a su madre, a pesar de haberla conocido sólo en algunas fotografías.


Iba vestida aún con su pijama que más bien era un abrigador mameluco que apenas le dejaba sacar las manos y la cabeza. Saltó feliz a la cama junto a su padre, recostándose sobre él.


Harry liberó sus brazos de las cobijas para rodear a su hija, abrazarla era un deleite... era tan pequeña y frágil como una fina muñeca de porcelana.


— ¿Dónde está papá? —preguntó la niña apoyando su mentón en el pecho de Harry.

— Preparando el desayuno.

— ¡Huevos!

— Así es, lo que más nos gusta. —afirmó relamiéndose los labios.

— ¿Vamos a ayudarle?

— Pues tal vez no sea una mala idea.


El ojiverde logró quitarse a su niña de encima, y juntos bajaron hacia la cocina.



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