Adiós

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Adiós




Cuando Harry llegó al corredor que conducía a la recámara de Alina, vio a Severus apoyando su espalda sobre la puerta cerrada. Aminoró su paso hasta llegar a su lado y abrirse paso entre sus brazos, de esa forma esperaba poder consolarlo y mitigar la tristeza que había en su rostro.


— ¿Qué sucedió?

— No quiere abrirme. —susurró correspondiendo al abrazo.

— ¿Y porqué no abres tú?

— Sinceramente no sé si sea lo mejor, en estos momentos me siento inseguro de mi autoridad sobre ella.

— Severus, no permitas que esto te afecte a ti. Tú siempre vas a ser su padre, y Alina necesita sentir que tú continúas en ese papel o podría confundirse.

— De cualquier manera, no me siento lo suficientemente osado para ir contra su voluntad precisamente ahora. Lo mejor es que la deje sola.

— Bien, si no quieres hacerlo tú, lo haré yo. No me parece que Alina tenga derecho a hacer este berrinche.

— A mí me parece que sí lo tiene.


Luego de pronunciar esas palabras, Severus se deshizo de Harry y caminó lentamente hacia su recámara. El ojiverde le vio desaparecer y entonces, usando su varita abrió la puerta de la habitación de Alina.


La niña se encontraba acurrucada en un rincón, perdida entre los montones de juguetes, abrazando sus piernas y enterrando su rostro en sus rodillas. Harry se acercó hasta ella sentándose a su lado. Su hija reaccionó desplazándose hasta volver a acomodarse en el regazo de Harry, buscando en sus brazos volver a sentirse a salvo.


— ¿Qué hago para que papá Severus vuelva a quererme? —preguntó sollozante.

— Él nunca ha dejado de amarte, y si te atrevieras a mirarlo te darías cuenta de que eso no ha cambiado.

— ¿Entonces porqué dicen que mi padre es Santa?

— Ron, se llama Ron, amor. —le corrigió con suavidad—. Y él fue quien escribió la carta pidiendo un angelito para nosotros, pero tuvo que irse antes de que llegaras. Sin embargo, fue Severus quien se encargó de dar nuestra nueva dirección en Montreal para que no te extraviaras en el camino, él arregló tu cuarto para recibirte y compró tus primeros trajecitos de bebé. Fue Severus quien me acompañó cuando te trajeron a mis brazos y lloró de alegría cuando naciste. Fue Severus quien nos cobijó y protegió todo este tiempo, y si ahora dice que no es tu papá es porque es tan bueno que decidió que tú supieras la verdad y compartir tu cariño con quien también tiene derecho en llamarse tu padre.

— ¿Ron?

— Sí, él te ama también, y es necesario que sepas que si no estuvo contigo fue por causas de fuerza mayor, pero antes de irse se aseguró de que íbamos a estar a salvo.

— ¿Tengo que quererlos igual? —cuestionó titubeante.


Harry sonrió amargamente, entendió que su hija estaba pasando por su misma duda y que amar a uno le provocaba culpa en el otro. Suspiró cerrando los ojos, y entonces las palabras surgieron de su boca sin siquiera pensarlas.


— Ningún amor es igual a otro. Siempre podremos amarlos a los dos en forma distinta, y ambos serán especiales a su manera. Tal vez haya alguien más fuerte en tu corazón, Alina, pero eso no debe angustiarte, todo es un ciclo, un continuo cambio al que debemos apreciar en su momento.

— ¿No los lastimaré?... ¿No lastimaré a papá Severus si le digo que Ron me gusta?

— No, no lo harás porque él sabe que el amor que le tienes es único en el mundo, porque el amor que te tiene tampoco se compara al de nadie más y puedes hacerlo tan feliz como él te hace feliz a ti... entregándotele con la más pura sinceridad.

— ¿Y no lastimaré a Ron si le digo que quiero que Severus siga siendo mi papá?

— No, al contrario, supongo que le desilusionaría si piensas que sólo la sangre determina los lazos de amor.


Harry no sabía si Alina había entendido sus palabras, tan sólo la sintió tranquilizar su respiración hasta que sus suaves sollozos desaparecieron por completo, entonces se apartó un poco buscando la mirada de su padre.


— ¿Puedo ver a papá ahora?


Harry sonrió asintiendo. Se puso de pie tomando a su hija de la mano para ir hacia su recámara. Al entrar vieron a Severus sentado al borde de la cama, con los brazos apoyados en sus piernas y la cabeza gacha. Al sentirlos llegar levantó la mirada fijándola en Harry en busca de una respuesta a la presencia de la niña.


— Ella quiso venir. —aclaró el ojiverde con una cálida sonrisa.


Alina se soltó de la mano de su padre y tímidamente se acercó al hombre que siempre adoró con toda su alma. Llegó frente a él y con sólo cruzar una mirada supo que eso no había cambiado... sonrió cariñosa.


— ¿Me dejas seguir siendo tu hija?... porque a mí me gusta serlo, porque te amo mucho.

— ¡Yo también te amo, mi niña! —exclamó atrayéndola hacia su pecho.


A Alina no le importó casi perderse entre el efusivo abrazo de su padre, al contrario, rió contenta, más que feliz y aliviada de que las cosas realmente no habían cambiado entre ellos dos. Severus siempre conseguiría hacerle sentirse maravillada y muy orgullosa de ser su hija.



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