La Madriguera

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La Madriguera


La mirada verde no podía ocultar su desilusión cuando los Malfoy junto con Hermione y Remus les proponían cambiar sus planes. Le era difícil negarse a la petición de su mejor amiga frente a todos, pero no quería dejar de visitar la Madriguera por ir a una revisión de rutina infantil.


— Podemos ir después al callejón Diagon. —sugirió Hermione entusiasmada—. Si vieras, Harry ¡ha cambiado mucho! Te vas a encontrar con infinidad de cosas interesantes y te aseguro a Alina le fascinarán ¿verdad, preciosa? ¿verdad que te gustaría ir a un lugar divertido?


Cuando vio que la niña asentía entusiasmada, Harry buscó a su esposo queriendo encontrar apoyo en él. Pero Severus parecía no haberse dado cuenta de eso, y se mostraba distante.


— ¿Podemos hablar un par de minutos, Sev?... a solas. —pidió Harry procurando no olvidar la gentileza.


Todos guardaron silencio y discretamente les dieron privacidad llevándose también a Alina, quien ya no dejaba de preguntar más sobre ese fantástico Callejón.


— ¿Qué está pasando aquí? —preguntó Harry irritado—. Espero que no hayas tenido nada qué ver con esa nueva proposición de Hermione.

— ¿Crees que esa chica no es capaz de pensar por sí sola? Ella quiere que le acompañes, han estado separados por varios años, no es absurdo que pretenda pasar más tiempo contigo.

— ¡No soy idiota, Severus! —exclamó sin poder evitar levantar la voz.


Severus miró a su esposo frunciendo los labios, temía que tanta negativa a ir a ver a los Weasley ya estuviera resultando sospechosa para Harry y no estaba demasiado errado.


— No tienes porqué gritarme. —se excusó pausadamente—. Si no quieres darle gusto a tu amiga, tan sólo díselo y ya, no me involucres, Harry.


El ojiverde frunció los labios, conocía a la perfección a su esposo y sabía que estaba saliéndose por la tangente, sin embargo, tampoco quería pelear. Respiró hondo y acercándose al ojinegro, le abrazó cariñosamente.


— Lo siento. Pero Sev, por favor, apóyame en esto... Quiero ir a La Madriguera.

— Harry...

— ¡Por favor! —insistió en un marrullero gemido.

— Bicho, sabes que así no podría negarte nada.

— ¿No será un sacrificio para ti, verdad? —preguntó incómodo, tampoco quería afectar a Severus, y más sabiendo que los Weasley y él jamás habían sido amigos.

— No, no te preocupes por mí... Yo iré contigo con todo gusto.

— Gracias, te prometo compensarte esta noche.


Severus sonrió, la mirada alegre de Harry era suficiente compensación para él. Estrechó más su abrazo demostrándole cuanto le quería.



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Unos minutos más tarde, los habitantes de la mansión Malfoy tuvieron que mirar resignados como Harry partía con su familia rumbo a la casa de los Weasley.


Hermione estaba muy preocupada, casi estuvo a punto de ofrecerse a acompañarlos para estar disponible en caso de que Harry le necesitara, pero Draco le tomó de la mano estrechándosela suavemente, haciéndole ver de esa manera que lo mejor era dejarlos solos.


La chica comprendió y sus palabras no salieron de su boca, sin embargo, no iba a poder estar tranquila hasta ver a Harry de regreso, orando para que la alegría de su mirada continuara ahí presente.



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La emoción de Harry no podía ser disimulada. Habían aparecido en la colina contigua a La Madriguera y podían verla a la perfección. Un brillo de lágrimas relució en los ojos verdes, conmovido con la avalancha de recuerdos que acudieron a su memoria intempestivamente.


— Ron... —susurró apoyándose contra un árbol.


Severus se giró a mirarlo, no tenía ninguna expresión en su rostro, pero sólo él sabía lo que estaba sintiendo su corazón con esa pequeña palabra emergida de labios de su esposo.


— ¿Estás bien? —le preguntó acercándose, llevando a Alina de la mano.

— Sí, gracias... Es sólo que, tengo muy buenos recuerdos de este lugar.


Severus asintió y tomando a Harry con su mano libre, empezaron a caminar colina abajo, era mejor darse prisa y terminar con aquello de una vez por todas.


Mientras descendían, Harry no pudo evitar mirar hacia atrás, hacia la colina que iban abandonando. Una imagen borrosa y unas risas lejanas le acometieron de repente, sin embargo, no pudo concentrarse en ellas, Severus continuaba jalándolo suavemente hacia la casa.



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