Él era mi amigo... ¿verdad?

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Él era mi amigo... ¿verdad?





Si no fuera porque Harry creía que si lo veían debilitarse podría influir en que le permitieran pasar la noche en La Madriguera, se habría arrojado a los brazos de Molly a llorar.


Sentía un fuerte nudo en la garganta luego de ver que su esposo se había marchado sin él... por primera vez en su matrimonio iban a dormir separados, y la idea no era agradable.


— Harry, cariño...

— Todo está bien, Molly. —aseguró girándose a mirarla, consiguió poner una sonrisa en su rostro como si realmente nada malo sucediera—. Perdonen la escena, pero no es nada grave, mañana hablaré con Severus y se le pasará.

— ¿Seguro que no quieres replanteártelo? —sugirió Arthur—. Realmente quedarte en casa no es tan necesario.

— Para mí sí. Espero no hayan cambiado de opinión de darme hospedaje.

— Claro que no, ésta es tu casa, Harry.


El ojiverde asintió agradecido. El resto de la familia volvió a entrar, Harry nuevamente se esforzó por sonreírles, aunque le dolió mucho notar la ausencia de Alina.


Esa noche durante la cena, volvió el ambiente agradable. Harry realmente parecía nuevamente el chico que pasaba parte de las vacaciones de verano en esa casa, se ofreció a lavar los platos con Ginny, y juntos conversaron mucho recordando los viejos tiempos de Hogwarts.


Tuvo que contener las ganas de volver a preguntar por Ron, ya no tenía ninguna duda de que nadie le respondería a sus interrogantes, así que ansiaba que la hora de dormir llegara para poder subir hacia la habitación que compartiera con su mejor amigo.


Eran cerca de las nueve de la noche cuando empezaron a despedirse. Fred y George decidieron regresar a su departamento en Diagon y Ginny iría con ellos, mientras que Charly y Bill ocuparían un lugar en sus antiguas habitaciones, ya sus vacaciones Navideñas estaban por concluir y debían volver a sus empleos.


— ¿Qué hacemos aquí? —preguntó Harry cuando Molly se detuvo con sus llaves frente a la puerta de la habitación de Ginny.

— Estarás más cómodo, cariño, la habitación está limpia y mejor acondicionada.

— Es probable, pero preferiría ir a la de Ron.


Sin esperar a que Molly argumentara más pretextos, Harry continuó su camino hasta el piso donde estaba la recámara del pelirrojo. El corazón le dio un brinco cuando encontró el sitio donde debía encontrarse la puerta, tapiado con gruesos tablones de madera.


— Lo clausuramos hace tiempo. —informó Molly, su voz se escuchó temblorosa al notar las manos de Harry acariciando incrédulo aquella barrera.

— Ábralo, por favor... —pidió esforzándose por no reprochar el comportamiento de los Weasley—... Necesito entrar ahí.

— Harry...

— Por favor.


Ante la súplica implícita, Molly no pudo más, y aun cuando a ella le afectaba tener que hacerlo, decidió complacer al ojiverde. Sacó su varita y con un contra hechizo hizo a un lado las maderas dejando ver nuevamente la puerta que daba a la habitación de su hijo.


— Molly, si no quiere entrar yo le entiendo. —aseguró Harry notando la respiración entrecortada de la mujer—. Además, preferiría hacerlo a solas.

— De acuerdo... por favor, si necesitas algo, sólo llámame.


Harry asintió recibiendo en sus manos la pijama que Molly le diera para que pudiera dormir cómodo. Esperó a que la pelirroja desapareciera escaleras abajo para volver a mirar la puerta. Sus pulsaciones estaban tan aceleradas como hacía mucho tiempo, las manos le sudaban de nerviosismo, y asombrado notó que temblaba cuando sostuvo la manigueta para darle vuelta y poder entrar.


La puerta rechinó sobre sus goznes mientras iba abriéndose, dando un toque siniestro a la oscuridad imperante dentro de esa habitación.


Dio un paso adelante, las maderas crujieron a sus pies pero no se detuvo. Cerró la puerta tras de sí provocando quedar en completa oscuridad. Ninguna luz entraba por la ventana, con seguridad estaban igualmente tapiadas como la puerta.


Harry esperó unos segundos antes de hacer nada, tan sólo respiró hondo, pero ahí sólo había el olor característico a lo guardado.


Lumus.


La luz que desprendió su varita le dio una perspectiva del lugar, todo parecía estar igual que cuando lo recordaba, sin embargo no era suficiente. Buscó a su alrededor logrando dar con unos quinqués antiguos que encendió enseguida. La luz ahora era mucho mejor y apagó su varita. Lentamente fue hacia las ventanas para liberarlas de las maderas.


Se sintió muy bien cuando pudo abrir las compuertas y un aire fresco proveniente del jardín le llenó los pulmones. No le importó el frío invernal, lo único que quería era quitar ese olor que el tiempo había dejado en ese sitio.


Volvió a girarse sobre sí mismo, ahora podía ver mejor y sonrió. Molly seguramente había aplicado un hechizo antes de tapiar la habitación para que no hubiera demasiado polvo, daba la impresión de que había llegado a casa para sus vacaciones.


Nunca el naranja que predominaba en la atmósfera le había parecido tan acogedor.


Miró la cama y se acercó a ella. Dejó el pijama a los pies de ésta antes de sentarse y estirar sus manos recorriendo su superficie.


— No puedo creer que estés muerto. —susurró tristemente—. Se suponía que ambos sobreviviríamos, Ron... Tú, Hermione y yo prometimos que estaríamos juntos siempre ¿porqué permitiste que te lastimaran?


Harry tomó aire, tenía muchos deseos de llorar y en ese sitio se incrementaban todavía más. Buscó entre los cajones y el armario, en las mesitas de noche y en el baño, pero en ningún sitio había permanecido algún objeto personal de su amigo... Era como si de repente el mundo entero hubiese querido borrar toda huella de la existencia de Ronald Weasley.


Harry se sentó nuevamente sobre la cama, tomó una de las almohadas abrazándola... ya no pudo contener el llanto.


— ¿Porqué, Ron? ¿Porqué están ocultándome cosas?... ¿Qué hiciste para que nadie quiera recordarte?


Sollozando se dejó caer sobre la cama, humedeciendo la almohada con sus lágrimas.


— Pero a mí no me importa lo que haya pasado, siempre serás mi amigo y sé que tiene que haber una explicación... Te prometo que limpiaré tu nombre, que nadie volverá a fingir que no exististe.


Por unos minutos no hizo más que llorar, pero las lágrimas no menguaban su tristeza, al contrario, entre más tiempo permanecía ahí, más dolor y angustia iba sintiendo.


— Ron... me haces falta. —sollozó—. La guerra ha terminado, debíamos estar juntos, pero están todos menos tú... ¡Y siento que me falta una parte importante de mi vida!


Y era cierto, no era simplemente una frase metafórica, la ausencia del recuerdo de a quien quería como un hermano era una falta lo suficientemente grande como para no dejarlo vivir tranquilo, y no iba a poder hacerlo hasta averiguar cuál era el secreto que estaban ocultándole.



Viviendo en las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora