Una fotografía

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Una fotografía





Severus dejó a Alina al cuidado de Molly en cuanto notó la ausencia de Harry. Aquello le daba un mal presentimiento, por eso mismo decidió buscarlo y asegurarse de que todo estuviera bien.


Su corazón se le estrujó de angustia al momento en que llegó frente a la puerta de Ronald Weasley. Ya no pensó en su renuencia en entrar a esa habitación, simplemente atravesó el umbral con rapidez, su único pensamiento era llegar hasta Harry quien yacía en el piso con una serie de objetos dispersos a su alrededor.


— ¡Harry! —exclamó derrapando, llegando hasta su esposo para abrazarle en su regazo—. ¿Qué sucedió?

— N-no... no puedo... respirar. —jadeó débilmente, y aun así miró hacia los ojos negros que lucían desesperados—. Ayúdeme... profesor.


Severus casi chilló de dolor al escucharle hablar como si fuese su estudiante, notando en los ojos verdes la agonía de alguien que veía la muerte de cerca.


Sobreponiéndose a sí mismo, sostuvo a Harry en brazos para acercarlo a la ventana, ahí podría alejarlo de ese ambiente denso. Sentándose él mismo en el alfeizar, con el joven ojiverde en sus piernas, le abrazó intentando darle su calor. Era tan extraño ver aún los fuegos artificiales rompiendo la oscuridad de la noche cuando su Harry parecía irse.


— Harry, no me dejes, por favor. —imploró escondiendo su rostro en el cuello de su esposo—. Tienes que ser fuerte... ¡tú eres fuerte, no te dejes vencer!

— Ron...


La voz de Harry era cada vez más débil. Severus llevó su mano hacia las mejillas de quien amaba, secando las lágrimas que no dejaban de brotar. Decidió que lo mejor era buscar ayuda antes de que fuese demasiado tarde.



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Los Weasley se olvidaron su entretenimiento cuando vieron a Snape abandonar la casa con Harry en brazos y correr hacia la colina en donde podía desaparecerse. No se detuvo ni a responder preguntas, simplemente le era imposible no concentrarse en una sola cosa: Ayudar a Harry.


Alina se espantó al sentirse abandonada, apretó los labios conteniendo las lágrimas, sobre todo por el miedo de no saber el porqué su papá Harry parecía enfermo.


Molly se encargó de abrazarla intentando confortarla, aunque la pequeña no dejaba de mirar hacia donde sus padres finalmente desaparecieron.


— ¿Qué sucedería? —se atrevió a cuestionar Charly.

— Chicos, quédense aquí. —ordenó Arthur—. Molly y yo iremos a casa de los Malfoy, supongo que deben haber ido para allá.

— Cuiden a la niña. —pidió Molly intentando poner a la pequeña en brazos de George.

— ¡No!... yo quiero ir con mis papás... por favor.


Molly no sabía si sería adecuado, pero las lágrimas contenidas en los brillantes ojos claros le impidieron negarse. Volteó a mirar hacia su casa pensando que quizá primero deberían intentar averiguar lo sucedido ahí adentro.



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La gran celebración en la Mansión Malfoy, donde imperaban las bebidas caras, los mejores bocadillos, personalidades de gran prestigio conversaban en elegantes mesas dispuestas alrededor de una circular pista en donde un grupo de bailarines ejecutaba una majestuosa danza arabesca.


Lucius dejó de sonreír ante los halagos que el Ministro de Magia hacía con respecto a su fiesta para mirar cómo Severus atravesaba el lugar con Harry Potter en brazos sin importarle derrumbar a algunos bailarines, y mucho menos la ola de expectación surgida con su intempestiva llegada.



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En el momento en que Severus colocó a Harry en la cama, notó que éste mantenía en su mano algo fuertemente apretado, a pesar de su debilidad. Le tomó un poco de esfuerzo poder sacar el papel, el cual ya se encontraba muy arrugado. Cerró los ojos por un momento luego de comprobar que se trataba de una fotografía... No había duda, Harry ya debía de haberlo recordado todo.


No quiso especular más, encendió la chimenea para dar calor a la habitación. La piel de Harry se sentía fría, su respiración era cada vez más débil y jadeante y un sudor helado le estaba bañando mezclándose con sus lágrimas.


— ¿Qué pasó? —preguntó Lucius entrando en ese momento, acompañado por su hijo, Remus y Hermione, ésta última corrió hacia la cama, alarmada por el aspecto demacrado de su mejor amigo.

— ¡Por Dios! —exclamó la castaña—. ¿Qué es lo que tiene?

— Lucius, por favor, llama a un medimago. —pidió Severus sin responder a las preguntas.


El rubio asintió, pero en ese momento notó la fotografía arrugada tirada en el piso y la levantó.


— ¿Ha recordado? —cuestionó palideciendo.

— ¡No lo sé, llamen a un medimago ya!


El grito exasperado de Severus logró ponerlos a todos en acción. Lucius se apresuró a llamar a su medimago de mayor confianza. Hermione corrió por unos elfos para que ayudaran a tener listo todo lo que se pudiera necesitar. Remus y Draco se ofrecieron para ir a despedir a los invitados, la fiesta se tenía que cancelar enseguida.



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