Capítulo 8: Verdades

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Las mentiras solían lastimar mas que una bala...

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Capítulo VIII: Verdades

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―Nos volvemos a encontrar ―dijo él, había vuelto a darme la espalda. Me acerqué a su celda a paso rápido.

―Ascian ―pronuncié su nombre, y el solo continúo mostrándome un perfil perfecto―. ¿Cómo es que...?

―Me atraparon ―contestó a mi cuestión antes de que yo siquiera haya terminado de preguntarle.

―Pero ¿Qué hacías aquí?

―Viendo el lugar ―dijo divertido. Estaba al borde de la muerte y se burlaba de ello.

―Estabas espiándome ―lo acusé. Él no tenía por qué haber estado aquí, Lilith me había dicho que apenas los brujos sintieran su presencia actuarían, me pregunté internamente si Lilith estaba en este lado de la isla con él.

―Lo siento, cariño, no eres tan importante como para perder mi tiempo espiándote ―las palabras salieron de su boca en medio de un quejido y también algo de molestia, fue cuando note que de ambas muñecas encadenadas goteaban sangre hacia un recipiente negro, que se mezclaba con las sombras del calabozo.

―Pues parecías recordar muy bien mi nombre la otra vez ―le recordé, sin dejar de prestar atención a cada gota que caía y se juntaban con las demás.

―Sí, eso... jamás olvido a quién debo guardarle rencor. ―intenté enderezar la espalda, una especie de gruñido surgió de su interior. Lo que sea que fuera, muy a parte de las muñecas, le estaba provocando dolor, podía notarlo en lo tenso que tenía los músculos, en lo tenso que estaba él.

―Querías matarme ―le recordé, cruzándome de brazos y, por alguna razón, esperando algún tipo de información o disculpa.

―Jamás lograría hacerlo... es que ¿acaso no sabes? ―su voz había sonado un poco más agitada que en un principio. Su piel empezó a brillar aún más, bañado en sudor. Quizá y el hablar consumía más la poca energía que le quedaba.

―¿Saber qué? ―quité mi vista de su cuerpo.

―Vaya, vaya, es verdad que estas sin memoria ―musitó para si mismo, otro quejido salió de su interior.

― ¿Crees que he metido en un inicio?

―No confió en nadie más que en mí mismo y en Lilith, por supuesto. ―dijo lo obvio.

Rodé los ojos, Ascian soltó una pequeña risita, como si pudiera ver cada mueca que hacía. Me puse rígida ante la idea. Yo no sabía que poder o virtud poseían los vampiros, aparte de la inmortalidad.

― ¿Vas a decirme que es lo que no se? ―mi cuestión quedó en el aire, interrumpida por la voz de Lilith, que llegó hasta Ascian, con una velocidad antinatural.

―Nada. No he encontrado nada. ―le informó a su compañero, mientras maniobra para romper la cadena que rodeaba la cerradura del calabozo.

―Cuidado con lo que dices, las paredes tienen oídos. ―le advirtió Ascian, en cuanto Lilith logró estar frente a él.

―Si, y si no nos vamos de aquí, Nisha terminara drenando toda tu sangre. ―Lilith observó con una mueca toda la sangre que ya había salido del cuerpo, ahora pálido, de su amigo.

―Las cadenas están hechizadas ―informó Ascian antes de que Lilith logre tocarlas.

―Mierda. ―farfulló ella.

―Oye tú, puedes ayudarnos con esto ―no era una petición, si no una orden disfrazada de amabilidad. Giró el rostro en mi dirección.

―De acuerdo, la falta de sangre está provocándote alucinaciones ―bromeó Lilith atinándole un golpe suave en las costillas, acompañada de una risita nerviosa.

― ¿Ella no puede verme? ―hablé en voz baja, sin embargo, la respuesta de Ascian llego a mí.

―No

―Pero tú lo haces ―intenté ordenar mis ideas, intenté reparar todo el remolino que mi mente comenzaba a formar.

Había pensado que Ascian lograba verme porque algo había fallado en mi hechizo, o se había desvanecido sin que le diera la orden.

¿Cómo podía ser posible?

―Podemos dejar los detalles para después, tenemos que salir de aquí y cada segundo que tratas de ordenar tus ideas es un segundo donde yo pierdo mi sangre y arriesgo a Lilith. ―Lilith observaba a Ascian como si le hubieran crecido dos cabezas. Lilith no me veía, ni tampoco podía escucharme.

―Que mierda... ¿a quién demonios le hablas? ―reprochó Lilith en medio de su disgusto.

― ¿Por qué tú puedes verme y ella no? ―pregunté yo, sin opciones a más vueltas sino a la respuesta.

―Demonios, Lilith tenía razón, ―dijo Ascian, con un tono de burla, todo lo que su cuerpo moribundo le permitía hacerlo, la primera que usaba conmigo―. Careces de mucha imaginación.

Inexplicablemente su pequeño insulto llego a ofenderme. Cruce mis brazos al pecho, evitando a toda costa darle el gusto de verme avergonzada.

―Qué manera tan sutil de insultarme.

―Cariño, si quisiera insultarte lo haría sin pelos en la lengua. ―su manera tan relajada de hablarme era confuso, y no sabía si se debía a que le causaba gracia o a que su sangre ya era insuficiente en su sistema, cualquiera que sea el caso, empezaba a actuar de manera... de manera no tan Ascian, aquel rudo que me había mostrado cuando intento acabar con mi vida―. De acuerdo voy a ayudarte, el hechizo de invisibilidad funciona con todos, pero no con los animales, lo cual explica por qué Lilith no puede verte.

―Ascian, deja de hablarle al vacío. ―regañó Lilith, juntando el dorso de su mano con su frente. Examinándolo si se encontraba bien. Definitivamente él no lo estaba. Podía oír como su corazón hacia el esfuerzo por latir. Y como su respiración de hacía más densa a cada segundo.

―Pero tú no eres un anim... ―me quede a media oración, la respuesta frente a mis ojos, que retardada había sido. La vergüenza en mi interior se hizo aún mayor. Y la verdad no me sorprendía en lo absoluto. Todo lo que me rodeaba estaba cubierto de magia, de seres fantásticos, y muy en el fondo esa idea me agradaba.

―¡Boom!, ¿ya armaste las piezas? ―volvió a hablar Ascian, su voz un poco más apagada esta vez. Debía de actuar, tal vez ayudarlo, pero que había hecho él en cuanto me conoció, él igual quiso matarme, no le importo el estado en el que estaba, y si él era el dragón, era él también quien me había secuestrado, quien había puesto mi vida en peligro. ¿Por qué debía de ayudarlo?

―Eres el dragón, lo que no entiendo es... ¿cómo Nisha no sabía de tu existencia? No me hablo de tu facción.

―Es más sencillo de lo que parece. ―contestó con sorna.

―Y tu arrogancia no tiene límites.

―Tus alucinaciones no ayudan mucho, Ascian ―Lilith hizo un mohín.

―De acuerdo ahora que éstas en contexto, podrías quitar el hechizo y dejar que Lilith te vea. ―Ascian seguía con la cabeza inclinada hacia mi dirección.

―Esta aquí ¿verdad? ―cuestionó Lilith, buscándome en el vacío, cambiando su posición relajada a una alerta, lista para atacar.

Quité el hechizo sin pensármelo dos veces, arrepintiéndome en el momento en que Lilith clavo sus ojos en los míos y me transmitió todo el rencor que había logrado formar en ella.

No podía culparla, me había ganado su confianza y luego la había traicionado. Lilith tenía todo el derecho de odiarme.



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Gracias por leer.

Besos con sabor a su fruta favorita.

BRUMAS (Inmortales I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora