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Capítulo XXII: Memorias.
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Athara:
El sonido interminable de un pitido, entremezclado con los sonidos de tacones paseándose por la estancia. Mis manos dolían, intente abrir los ojos, una y otra vez, pero sentía los parpados tan, tan pesados.
―Vamos, hermanita, no tiene por que ser tan difícil despertar. ―era la voz de Amara, la reconocía... de repente fui consciente de la situación, de donde estaba y con quien estaba. Abrí los ojos de inmediato, su rostro demasiado cerca del mío, con una sonrisa socarrona en ella. Éramos tan idénticas que hasta parecía imposible.
Mis manos estaban esposadas por encima de mi cabeza, sujeta en la pared y sentí el peso de las cadenas sobre mis pies, no podía moverme, y aunque fue lo primero que intente hacer, no podía usar mi magia. Amara vio la frustración en mi rostro. Y yo maldije hasta lo inexistente por la situación.
―¿Que se siente, hermanita? ¿Qué se siente no poder hacer magia?. ―aparté la vista de su rostro, pero me obligo a mirarla otra vez―. Vaya, pero ¿Qué es esto? los años te han ablandado, Athara. La Athara que yo recuerdo jamás habría desviado la mirada.
―¿Por que haces esto? ―Amara solo volvió a sonreír y antes de responder, Nisha y Leila llegaron a la estancia, por lo que cualquier cosa que mi hermana iba a responder fue interrumpida por ellas.
Nisha traía una caja pequeña entre los brazos, bañado en oro, donde tendría que estar la cerradura había una luna llena brillante, esperando ser tocada por su dueña. A su lado estaba Leila cargando un recipiente de cristal no mas grande que un plato de sopa, como las que nos preparaba nuestra madre, aparte el recuerdo de mi mente, si mis recuerdos querían volver justo ahora, tendrían que esperar.
Nisha le entregó la caja a mi hermana, quien no espero ni un segundo en llevar su dedo índice hacia la luna, y esta se abrió, revelando una daga de plata brillante. Amara lo tomó entre sus manos con una sonrisa siniestra en su rostro, un aire helado me recorrió el cuerpo.
―Hubo un tiempo en el que eras alérgica a la plata. ―dijo sin mirarme, sus ojos aún recorrían el filo de la daga―. Veamos que tan contaminada ha quedado tu sangre. ―el dolor llego después, y no pude evitar gritar. La sangre caliente empezó a manchar mi vestido, salpicando a mi rostro y el rostro de Amara, que nuevamente lo tenía a centímetros del mío, ahora comprendía para qué era el recipiente de cristal, Leila se aproximó e intentó recoger la sangre que brotaba de mi antebrazo.
No quería mirar la herida, no quería ver la daga clavada, así que mantuve la vista al rostro de mi hermana, no había rastro de humanidad en ella.La sangre empezó a coagular, y mientras iban pasando los segundos los mareos se intensificaban, mi vista empezó a desenfocarse, mi pulso a enlentecer.
―¿Sientes los efectos de la plata, Athara?
―Hubo un tiempo en el que eras alérgica a la plata ― Había dicho. Le alegró comprobar que aún era alérgica.
―Vamos, Hermanita, no alarguemos esto. ―dijo Amara, quitando la daga de mi antebrazo y clavándolo en el otro. Volví a gritar, Amara echo una carcajada viendo como me retorcía del dolor―. Dime, hermanita. ¿Dime cual es el hechizo que usaste para sellar mi prisión? ―preguntó, empujando la daga más profunda, sentía que en cualquier momento me atravesaría el antebrazo.
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BRUMAS (Inmortales I)
FantasiDespués de haber estado dormida durante un gran tiempo y habiendo perdido totalmente la memoria, regresa a la vida, a un mundo donde todos, si pudiesen, la matarían. Solo unos pocos pretenderán protegerla, al menos sin intereses de por medio. Era...