Capítulo 1 - Arruinados

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Sara, o Sarita, el apelativo cariñoso con el que, a pesar de los años y las arrugas, continuaban llamándola, miraba con una mezcla de pena e indiferencia la escena que tenía delante de sus ojos. Pena, porque podía llegar a empatizar con el dolor que estaban sufriendo esos dos jóvenes, e indiferencia porque ese hombre no merecía nada de lo que estaban haciendo por él.

Sacudió la cabeza y trató de ignorar la escena frente a ella. Las clases estaban por finalizar y sus hijos no tardarían en salir corriendo en su dirección. Andrés sería el primero, tenía práctica de piano y esperaba con ansia toda la semana a que llegase ese día. Por el contrario, Gaby se quedaría más rezagada, era más distraída y siempre acababa perdida en alguna conversación con sus amigas, no había sido la primera vez que, preocupada porque la pequeña no salía, tenía que entrar a buscarla al centro.

Y la preocupación ahora era mayor que nunca.

San Marcos ya no era ese pequeño pueblo donde todos se conocían. En los últimos quince años el número de habitantes se había multiplicado considerablemente, trayendo consigo un incremento de la inseguridad, así como de la corrupción; robos a plena hora del día, tiroteos, bandas armadas, y una policía nefasta respaldada por un alcalde que tenía ningún interés en el bienestar de sus ciudadanos. Esta situación les llevo a tomar una decisión; Norma y ella se turnarían para llevar y recoger a los niños al colegio.

Salió de su auto y se apoyó en el frontal del mismo para tener una mejor visión de la entrada principal. El lugar estaba repleto de personas y coches, su familia no era la única preocupada por el peligro en la zona.

–¡Cuñadita!

Un gritó hizo que desviase la vista al coche que se había parado frente a ella.

–¡Cuñadito! –devolvió el saludo cuando reconoció que se trata de Óscar. Recorrió el corto camino que les separaba– ¿Qué haces por acá?

–Estaba tratando de evitar el atasco que hay en el centro, pero creo que me he metido en uno peor –comentó haciendo referencia a como la calle estaba prácticamente colapsada.

–Hoy está siendo particularmente horrible.

Como el atasco no tenía vista de moverse en un corto periodo, Óscar se soltó el cinturón y giró por completo el cuerpo hacia Sara.

–¿Y qué es lo que está ahí montado?

Para Óscar tampoco había pasado desapercibida la escena que hacía unos momentos miraba con cierto recelo.

–Recuerdas que unos días antes de que Jimena y tú os marcharías a Europa, desapareció uno de los profesores de los mellizos. Pues han pasado dos meses y aún no se sabe nada de él. Sus hijos se reúnen todos los días delante del colegio para exigir que se le busque... –volvió a fijar su vista en los dos jóvenes.

–Este pueblo ya no es lo que era –murmuró Óscar mirando por encima de su hombro la escena.

Cuando los primeros niños comenzaron a salir del colegio, se inició de nuevo la circulación.

–Óscar –le llamó antes de que volvieron a encender su coche–, pasaros Jimena y tu hoy a cenar, desde que volvisteis apenas nos hemos visto, y así logras que Franco salga de su estudio.

–Ay, el flaco trabaja demasiado.

–A mí me lo vas a decir –murmuró para sí misma–. Entonces, ¿nos vemos esta noche?

–Allí estaremos, cuñadita.

Una vez que Óscar se fue, volvió a fijar su vista en la entrada principal, y no tardó en ver a sus hijos, mejor dicho, a estos y a sus dos sobrinos que caminaban hacia ella a buen ritmo. Le extrañó, porque al igual que Gaby, los mellizos solían hacerse los remolones.

En el fondo del lago (Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora