Capítulo 14 - Conversación incompleta

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Juan David estacionó la vieja camioneta de su papá delante de la hacienda Elizondo. La abuela insistió en que fuera a visitarla, y expresamente le dijo; "tráeme esa chatarra. Esa arma del diablo con ruedas que va a provocar que te accidentes", y como las peticiones de su abuela eran órdenes, allí estaba. Había aparcado en la parte trasera de la casa, en la zona cercana a las caballerizas. Aquellas en las que los únicos caballos que quedaban eran a los que más apreció tenía su abuela y que no eran utilizados en competiciones. En realidad, la hacienda Elizondo ya no competía como tal, aquello había sido delegado a su hacienda y a la de los tíos Franco y Sarita.

-¡Abuela! -gritó al verla caminando hacia él.

-Mi niño hermoso.

No tuvo tiempo a reaccionar cuando la mujer le había tomado de la cara y depositaba besos por toda esta. Trató de zafarse, pero no lo consiguió hasta que su abuela le soltó.

-Acá está -señaló hacia la camioneta- ¿Qué quieres de ella?

Gabriela miró a su alrededor, y volvió a fijar la vista en él.

-Me la voy a quedar. No puedes ir por todo San Marcos con ella, no después de lo que transportasteis en ella...

Tragó con dificultad la saliba. Había tratado de ignorar lo que en su interior se había portado.

-Yo la limpié -murmuró.

Había sido un arduo trabajo. La sangre había impregnado toda la parte trasera y ni que decir del olor, aquello había sido lo más difícil de eliminar. Su suerte fue que la situación de la camioneta era nefasta y ni su papá ni su mamá se habían extrañado al verle limpiándola durante varios días seguidos. Además del recuerdo que le traía el interior, lo hizo porque no era tonto, y si el extorsionador les delataba a la policía, su auto iba a ser el primero en ser examinado.

-Juan David, yo me sentiría más tranquila si no te ven manejándola. Además -le tomó la mano y le fue dirigiendo a la zona delantera de la hacienda-, no sé cómo volverás a tu casa con dos camionetas.

La miró extrañado por su comentario, ¿dos camionetas?

Llegaron a la puerta principal cuando uno de los vaqueros aparcaba una camioneta nueva y reluciente.

-¿Qué te parece hacer un trato con tu abuela? -la mujer le mostró unas llaves- Tú te quedas con esta, y yo con la tuya.

Juan David apenas escuchó a su abuela. Estaba absortó mirando el nuevo auto. Para él, la vieja camioneta de su papá era un tesoro, y la manejaba orgulloso, pero mentiría si no dijera que estaba un poco anticuada y que la que estaba viendo era hermosa.

-Abuela, no puedo aceptarla -aunque se moría de ganas por hacerlo.

La abuela insistió moviendo la llave delante de sus ojos.

-Piensa que, aunque es un regalo para ti, por obtener tu licencia de conducir -dijo mientras abría la puerta del conductor- lo es más para mí. Estaría más tranquila sabiendo que no te vas accidentar en esa chatarra.

Se quitó el sombrero, pensativo. Se mordió el labio inferior mientras daba vueltas alrededor de la camioneta y miraba cada uno de los detalles. Era moderna, reluciente y perfecta para un joven de dieciséis años como él. El interior era aún mejor, amplia y con posibilidad de llevar a sus hermanos y primos con total seguridad.

-Está bien... ¡La acepto! -corrió abrazar a su abuela, levantándola del suelo.

La mujer soltó un grito de sorpresa al verse en volandas.

-Cuidado, Juan David. Que soy una señora mayor y distinguida -contestó recomponiéndose cuando la dejó de nuevo en el suelo.

Tomó la llave y se sentó al volante. Sin duda, era mucho mejor que la vieja camioneta de su papá. Cerró la puerta e inició el motor.

En el fondo del lago (Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora