Capítulo 24 - En el fondo del lago

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Gaby abrió los ojos, pero lo que vio, la desconcertó.

Extrañada, miró a su alrededor. No porque el lugar fuera desconocido, es más, había pasado gran parte de su vida en él, sino por no entender como había llegado ahí cuando lo último que recordaba era haberse dormido en la casa de sus tíos.

Se sentía distinta, ligera y con la sensación de haber perdido la noción del tiempo.

¿Estaba soñando?

Bajo la vista hacia sus ropas y descubrió con horror que vestía el uniforme machado con la sangre del profesor Carreño. Asustada, trató de arrancárselo, pero le era imposible, ya que el material se le adhería como si de una segunda piel se tratase

¿Era una pesadilla?

Debía serlo, no tenía otra explicación.

Ignorando la ansiedad que le producía llevar ese uniforme, caminó a lo largo del pasillo.

Estaba en el colegio.

Con cada paso que daba, el pasillo se hacía cada vez más largo, y no era capaz de ver el final. Cansada, trató de abrir alguna de las puertas que la rodeaban, pero ninguna lo hacía.

Cerró los ojos con fuerza. Tenía que despertarse, aquello no era real. Estaba con su familia, segura en la fortaleza que suponía la Hacienda Reyes. Volvió abrirlos, pero se encontró en el mismo lugar. Todo parecía igual, salvo que misteriosamente había logrado llegar al final pasillo, y la puerta que daba al exterior estaba solo a unos metros de distancia.

Cuando dio el primer paso, la puerta se abrió ligeramente, permitiendo que una luz rojiza le diese de lleno en la cara.

Retrocedió sin darse cuenta. Su subconsciente le decía que corriese, que aquello no auguraba nada bueno, e iba a hacerlo, cuando de pronto la puerta se abrió de golpe, haciendo que se quedase paralizada al ver como a través de ella aparecían tres personas.

Reconoció con facilidad a dos de ellas, ya que la tercera, se trataba de un hombre alto, delgado y con cara de pocos amigos, al que nunca había visto antes. Le ignoró y posó sus ojos sobre la mujer, y por unos segundos se sintió aliviada. Era la dulce y cariñosa mujer que le servía su comida, aunque ahora su cara reflejaba todo lo contrario, era la misma imagen del demonio.

Apartó la vista para fijarla en la otra persona, Demetrio Jurado. El socio y amigo de su papá que había desaparecido de sus vidas tan rápido como había llegado. Le recordaba con cariño. Cuando les visitaba, siempre le contaba sobre sus viajes en Europa, lugar al que ella ansiaba visitar, y aún guardaba con cariño un detalle que le había regalado de la Torre Eiffel. Pero como con la mujer, en su cara había desaparecido toda bondad y una sonrisa malvada la sustituía.

Jadeó con miedo cuando las tres personas comenzaron a caminar hacia ella.

–No tengas miedo.

Una brisa a su lado le revolvió el pelo, y cuando se giró para encontrarse con la persona que había hablado, se quedó estupefacta ante la imagen.

–¿Tía Libia?

La mujer asintió y le regaló una cálida sonrisa que hizo que su miedo desapareciese. Sabía quien era, la conocía por la foto que descansaba sobre uno de los muebles del estudio de su papá. Era la hermana pequeña de los Reyes, que había muerto mucho tiempo antes de que ella naciese.

–No te van a hacer daño.

Libia la sostuvo por los hombros, impidiendo que se moviese. Ahogó un grito cuando las tres personas estaban a punto de darles alcance, pero para su sorpresa, estas las rodearon y continuaron su camino por el pasillo, hasta que se introdujeron en unos de los salones.

En el fondo del lago (Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora