Capítulo 9 - Tentaciones

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Norma trató de ignorar la escena frente a ella.

Le estaba costando horrores no levantar la vista de la revista entre sus manos. Sus ojos habían adquirido vida propia y la obligaban observar aquel espectáculo. Agachó la cabeza, de nuevo se había vuelto a fijar y no quería, "no debía", ella era una mujer felizmente casada, y no tenía la necesidad de tener que mirar un cuerpo musculoso que no fuera el de su esposo.

Suspiró.

¿A quién trataba de engañar?

Albin siempre terminaba su trabajo quitándose la camiseta, por eso a la misma hora decidía tomar el té en la terraza superior de la casa, para tener una mejor visión. No hacía nada malo, trató de convencerse, estaba muy segura de sus sentimientos hacia su esposo, y solo permitía que sus ojos se alegrasen ante tal imagen.

Albin había hecho un buen trabajo en el jardín, aún no había florecido todo lo plantado, pero al menos no parecía una selva llena de hierbajos y matojos, le preguntó a su marido acerca de lo que opinaba, pero este simplemente no era capaz de apreciar la belleza de paisaje. Cada vez lo notaba más distante, y no entendía el por qué, sentía que nada era suficiente para complacerle.

–¡Señorita Norma!

"Señora"

Lo había repetido en varias ocasiones, pero Albin continuaba refiriéndose a ella como si no estuviera casada.

–Dígame, ¿qué necesita? –se levantó de la silla y se apoyó en la barandilla.

Albin comenzó a secarse el sudor de su cuerpo con la camiseta. Primero la pasó por su cara, luego por sus brazos y finalmente termino en sus pectorales. Se mordió el labio inconscientemente, y se recostó sobre la barandilla.

–¿Le importa si ordeno el cobertizo? –¿Cobertizo? ¿De qué está hablando? De golpe recordó donde estaba y de que le había dado las llaves a Albin para que guardase todos sus utensilios de trabajo. –He visto que está bastante repleto de cosas, pero si me hago con un poco de espacio, puedo dejar algunas plantas que aún no pueden ser trasplantadas.

–Sí, haga lo que crea conveniente. Mis hijos utilizan ese lugar como su cajón desastre, y es necesario tirar muchas de las cosas que hay allá dentro.

–Estupendo, mañana mismo comenzaré –dijo el hombre mientras se ponía la camiseta –Hoy debo de irme, también llevó el mantenimiento de los jardines del colegio.

No supo que la llevó a ese impulso, pero le ordenó que se esperase. Tomó la jarra de te frío, un vaso, y bajó escaleras.

–Por favor, tómese algo antes de irse, no quiero que le dé un desmayo. Las temperaturas hoy están más elevadas de lo normal.

–Ni que lo diga, hoy el ambiente está muy caliente...

Se sonrojó ante el comentario de Albin, aunque no entendió muy bien por qué. Este aceptó su ofrecimiento y degustó el té helado.

–Señorita Norma, ¿usted sabe lo que guardan sus hijos en el cobertizo?

Se había vuelto a quedar obnubilada con Albin, por lo que la pregunta la había pillado de nuevo de improvisto.

Bufó.

Se imaginaba cualquier cosa. En principio, habían sido bicicletas, después todos los artilugios que utilizaban en la piscina, y decenas de juguetes que no querían tirar.

–Cientos de cosas inservibles, lo sé.

Albin la miró extrañado y se giró ligeramente para señalar al cobertizo.

En el fondo del lago (Parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora