Capítulo 15

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Inglaterra 1889

Me adentraba a las tierras que hasta hoy pertenecen a la mujer que se vio obligada a casarse conmigo.

Aún recuerdo lo asustada y deteriorada que estaba, las manchas de sangre en su muñeca, y la falta de brillo en sus ojos, su ausente sonrisa.

No quería tener nada que ver con esa unión que no era más que una treta para evitar que mi hermano fuera a la cárcel, él lo merecía.

Mientras preparaba mis cosas para irme enviaron un sirviente a mi casa para informar que mi hermano se había suicidado, al parecer la culpa lo consumió.

Jamás pensé que ese niño dulce que me enseñó como atarme los zapatos fuera capas de hacer algo tan vil como arrebatarle la virtud a una joven en contra de su voluntad, pero lo hizo.

También se me mandaron decir que debía tomar su lugar por petición del padre de esta, lo hice.

Lo hice porque en ese momento supe que su familia no la dejaría en paz hasta alcanzar a destruir lo que mi hermano dejó, decidí casarme yo con ella, y cuando llegué a casa de mis padres donde se llevaría a cabo tal acto lo vi con mis propios ojos.

Estaba tan desgastada que era obvio lo que intentaba, noté inmediatamente sus muñecas ensangrentadas y sus nulas ganas de vivir.

No la perdí de vista en todo el rato luego de eso, quería evitar que hiciera una locura.

Cuando nos subimos a la carroza el torrente de lágrimas que salían de mis ojos mojaron las mangas de mi camisa mientras me disculpaba en nombre de mi familia por lo pasado.

Le juré que la dejaría en paz y que le cedería una propiedad, oro y sirvientes, le prometí no verme más y le juré que nunca le diría a sus padres donde estaba.

Juré no molestarla y no verla más, pero aquí estaba rompiendo mi promesa, no podía seguir donde vivía, habían llegado rumores sobre vampiros con rasgos asiáticos por toda Europa y los vecinos al ver que no envejezco han comenzado con los chismes, debía marcharme lejos, así que vine a verla y dejarle suficiente oro para el resto de su vida antes de irme, también debía saber que porque aún me veo de 23 o 25 cuando tengo 40.

Los sirvientes abrieron las puertas de la casa y me dieron entrada, dejé las maletas en la carroza y esperé a que llamaran a su señora.

La casa se veía bien cuidada, alegre y en movimiento, los jardines repletos de flores, sin duda se nota lo bien que se siente aquí sola, alejada de todos.

Cuando esta llegó al lugar donde estaba me puse de pie como resorte, la miré por un largo rato y esta a mi, no creía lo que veía.

Estaba frente a mi esa joven de 17 años con la que me había casado, ese mismo rostro joven y angelical que en ese entonces estaba triste, desolado y vacío.

Sus mejillas tenían un poco de brillo ahora, su miraba estaba agotada aún, parecía no haber dormido bien, y al parecer tenía semanas que no lo hacía decentemente.

Mis padres habían muerto y el suyo también, dudo siquiera que se haya enterada con lo aislada que está, también dudo que quiera saberlo.

¿Sería correcto decirle?

-Señor- habló

-Señora

Esto era aún más extraño que el momento en que nos subimos a la carroza luego del festejo de boda, miré sus manos las cicatrices ya no estaban, y agradecí que mi nana haya aceptado venir con ella cuando se lo pedí, ella me informaba sobre sus avances en cuanto a su estado de ánimo y evitó más de una vez que volviera a caer en depresión.

Tomamos asiento y tardamos diez minutos observándonos notando lo extraño que era todo esto, al menos una cana debería haber en mi cabeza, y madurez en su rostro, pero aquí estábamos, yo con mi juventud intacta y ella con el rostro aniñado que no correspondía a su edad.

1890

-Señor, está listo el almuerzo- llamó desde el otro lado de la puerta.

Tenía un año viviendo en la misma casa que esta, solo hablábamos lo necesario y me la pasaba día y noche en mi estudio rodeado de libros tratando de investigar sobre qué cosa nos pasó.

-¿Podría comer conmigo?, es que no quiero comer solo- y así era, no comía con alguien desde mi adolescencia a no ser que fuese una comida de negocios.

Un prolongado silencio en el que me convencí de que se había marchado antes de escucharme, así que me puse de pie para dirigirme al comedor.

-Lo sigo- se había quedado en el lugar, no solía usar vestidos pomposos o joyería, todo lo contrario, cualquiera que la viera la confundiría con una criada, solo la vi con un corsé el día que nos casamos, nunca mas.

Esa fue nuestra primera comida juntos, un silencio incómodo y prolongado, luego de eso comíamos cada que podíamos juntos, paseábamos por los campos a caballo y visitábamos los establos.

Nuestra amistad vino poco después, una noche habíamos salido a pasear y comenzó a llover, así que debimos refugiarnos en él establo de los caballos, hablamos por horas y comenzamos a entendernos.

6 meses después íbamos camino a Paris con nombres falsos, así comenzó nuestra vida juntos.




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