Capítulo 10

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AYLA

Un nuevo día. Después de la fiesta de ayer, me sentía como nueva. Ni siquiera me cambié, bajé en pijama a desayunar. Total, sólo estaban mis padres y ya me habían visto en mis peores momentos.

—Buenos días —saludé, nada más entrar en la cocina.

—Buenos días —me respondió mi padre.

—¿Qué tal la fiesta ayer? —me preguntó mi madre.

—Bien. Ya sabéis cómo son.

—¿Cómo son? —inquirió mi padre.

—George. —Mi madre lo miró con los ojos muy abiertos, indicándole que se callara. Él elevó los hombros como si no hubiera dicho nada malo. Sonreí al ver la escena.

—¿A qué hora llegaste? —preguntó mi padre—. No te escuché entrar en tu habitación.

—Estarías dormido —respondí, preparándome un café—. Sobre las tres de la mañana. Puede que a las tres y cuarto —concreté y él asintió.

Cogí mi desayuno y lo puse sobre la mesa. Me iba a sentar cuando sonó el timbre. ¿Quién llamaba a la puerta a las diez de la mañana?

Pues cualquiera. El cartero, algún familiar, algún vecino, algún amigo...

Tú, otra vez.

Buenos días.

Deja de aparecer.

Imposible. Si yo dejara de aparecer, tú también lo harías.

Ayla, abre tú —me ordenó mi madre.

—¿Qué? Pero si aún no he desayunado.

—Pero estás de pie y nosotros no. Abre.

Resoplé y me encaminé hasta la puerta principal. Volvió a sonar el timbre.

—¡Ya va! —exclamé mientras arrastraba los pies.

Abrí la puerta y me encontré a Elian. Abrí mucho los ojos, me di cuenta de que estaba en pijama y probablemente, con el pelo despeinado. Me avergoncé inmediatamente y lo miré. Tenía una sonrisa en su rostro. Espero que no sea por las pintas que traigo.

—¿Te estás riendo de mí?

—No, para nada. Te ves muy mona —dijo y carraspeó. Mis mejillas se pusieron como dos rubís—. Venía a proponerte algo.

—¿El qué?

—¿Te gustaría pasar el día conmigo?

—¿Cómo una cita?

—Si quieres llamarlo así, puedes. ¿Qué me dices?

—Eh... Sí, claro. Tendrás que dejarme desayunar y cambiarme.

—Claro, te esperaré —dijo y lo dejé pasar. Cerré la puerta y lo miré. Se notaba nervioso.

—¿Qué te pasa?

—Tengo algo para ti —lo miré esperando cualquier movimiento—. Toma —tenía un brazo detrás de su espalda. Me lo mostró y en este, sujetaba un ramo de tulipanes. Me enternecí. Nadie me había regalado flores.

Bajo el solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora