Capítulo 16

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ELIAN

Me desperté con el cuerpo dolorido. Entrecerré los ojos, por la claridad, y miré a ambos lados buscando el porqué. Ayla estaba a mi lado, durmiendo sobre mi brazo. Lo retiré lentamente, intentando no despertarla. Una vez liberé mi brazo, la miré con una sonrisa en mi cara y le acaricié suavemente la mejilla. Recordar la noche anterior despertaba en mí algo que no había sentido nunca. Que una persona me haga feliz. Ser feliz gracias a una persona. Y esa persona tiene nombre. Ayla Gibson, ¿qué me estás haciendo?

Me levanté de la cama y me estiré. Bajé las escaleras hasta la cocina para desayunar. Mis padres se encontraban allí. Mi padre estaba leyendo el periódico mientras tomaba su café y mi madre veía algo en su móvil mientras mordía una tostada.

—Buenos días —saludé, yendo hasta la cafetera para servirme un poco de café.

—Buenos días —me respondió mi padre—. ¿Qué tal has dormido?

—Bien.

—¿Y tu amiga? —preguntó mi madre mirándome por primera vez.

—En mi habitación —respondí secamente.

—¿Qué amiga? —inquirió mi padre, cerrando el periódico.

—Sólo sé que se llama Ayla —le contestó mi madre.

—¿De qué me suena ese nombre? —preguntó mi padre más para sí mismo que para nosotros.

—De que es la hija de los Gibson —contesté.

—¿Ayla Gibson?

—Sí —contesté.

—Menuda coincidencia. ¿Sus padres saben que sois amigos?

—Sí. Me he quedado un día a dormir en su casa.

—Entonces, sois muy buenos amigos —intervino mi madre, recalcando el muy.

—Sí —respondí, antes de beberme el café.

—Me gustaría verla antes de irme a trabajar —dijo mi padre.

—Está durmiendo —contesté.

—Pues la despiertas —dijo mi madre con los ojos muy abiertos—. No es tan difícil.

Suspiré y me levanté de mala gana. Mi relación con mi madre no era la mejor. De hecho, me llevaba bastante mal con ella. Preferiría no estar en la misma habitación que ella.

Abrí la puerta de mi cuarto y Ayla seguía en la misma postura. Me acerqué hasta la cama y me senté en ella. Empecé acariciándole el brazo y dándole besos en la mejilla.

—Ayla, despierta —susurré. Se empezó a mover y emitió varios sonidos, incomprensibles para mí.

—¿Qué pasa? —se quejó, frotándose los ojos.

—Nada. Son las diez y media. ¿No quieres levantarte?

—¿Ya son las diez y media? —preguntó, incorporándose. Asentí y le aparté el pelo que tenía por toda la cara. Su estómago sonó, indicando que tenía hambre. La miré con una ceja alzada y esbozando una sonrisa—. ¿Qué? Tengo hambre —se acarició el abdomen por encima de la camiseta.

Bajo el solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora