Capítulo 11

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AYLA

Debemos aprovechar los buenos momentos porque nunca sabremos cuando acabarán.

Llegué corriendo al hospital que estaba bastante lejos de mi casa, así que tuve que correr para llegar lo más pronto posible. Pregunté por mi abuela en el mostrador. Me indicaron dónde estaba y me acerqué a paso apurado hasta la sala de espera. Allí estaban mis padres, sentados. Mi padre estaba abrazando a mi madre. Ella tenía lágrimas en los ojos. Sabía que algo no andaba bien, pero no pensaba que fuera para tanto.

—¿Dónde está la abuela? ¿Qué le ha pasado?

Mi madre me pidió que me sentara a su lado. Obedecí y ella me cogió de la mano.

—Está muy delicada —empezó diciendo mi madre—. Le están haciendo pruebas.

—¿Es del corazón? —pregunté, notando cómo las lágrimas se acumulaban en mis ojos. Mis padres asintieron.

—Ahora sólo nos queda esperar —dijo mi padre.

Nos quedamos allí toda la noche. Los tres dormimos en la sala de espera. El médico no pasaba hasta el día siguiente.

Se trataba de mi abuela materna. A parte de mis padres, era el único familiar que tenía cerca. Los demás no vivían aquí. Siempre estuve muy apegada a ella, aún no estaba lista para que se fuera. Sabía que su estado de salud era delicado, pero no quería que llegara ese momento. No ahora. No este verano.

***

Al día siguiente, me desperté sobre la incómoda silla de la sala de espera del hospital. Froté mis ojos y los abrí poco a poco. Mis padres estaban a mi lado, no se habían movido. Mi padre estaba despierto y mi madre seguía durmiendo sobre su hombro.

Me levanté y me estiré. Me dolía todo el cuerpo, sobre todo el cuello y la espalda. Fui a uno de los baños que había en esta planta para hacer mis necesidades. Al salir, volví a la sala de espera. Todo seguía exactamente igual.

—Papá —susurré—. ¿Quieres un café?

—Sí, gracias.

Con las pocas monedas que tenía, fui hasta la cafetería y pedí dos. El dinero que tenía, no me daba para comprar nada más. Nos tendríamos que conformar con el café.

Volví a la sala de espera y me senté al lado de mi padre, entregándoselos. El hospital estaba prácticamente vacío. Lo cuál es bueno. Las personas no visitan el hospital porque sí. Si lo visitaban era porque había algo que no iba bien en ellas.

—¿A qué hora pasa el médico? —le pregunté.

—No tengo ni idea. Esperemos que lo más pronto posible.

Mi madre se acababa de despertar. Pestañeó repetidamente y suspiró. No recordaba dónde estaba, ni el porqué estaba aquí. Hasta que se dio cuenta, nada más observar la sala del hospital.

—Buenos días. ¿Ya hablasteis con el médico?

—No —respondió mi padre—. Aún no ha pasado.

Mi móvil comenzó a sonar, ganándome varias miradas de la poca gente que había en el hospital. Lo puse en silencio y respondí a la llamada.

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