Epílogo

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Ayla se despertó después del horrible día que vivió ayer. Hoy cogería su vuelo hacia Chicago, dónde se pasaría cuatro años estudiando. Sus padres no estaban preparados para que se fuera y, realmente, ella tampoco.

Pero Ayla necesitaba volar. Extender sus alas y volar... Y brillar, sobre todo brillar.

Al llegar ayer a casa, Ayla tuvo que contarle todo lo sucedido a sus padres. No podía ocultarlo, sobre todo porque tenía los ojos llorosos y sus padres la conocían bastante bien. Ellos se centraron en apoyarla y darle mucho cariño.

Ayla se sentía engañada. Pensaba que Elian la quería. Que iban a seguir juntos, a pesar de estudiar en sitios diferentes, pero se equivocaba, y mucho. Parecía que para Elian, ella sólo era un amor de verano. Eso era. Definitivamente.

Con la ayuda de sus padres, Ayla metió todas las maletas y mochilas en el coche. Su padre conducía con su mujer al lado y Ayla iba sentada en la parte trasera, viendo por la ventana.

Después de facturar las maletas, se sentaron a esperar. De repente, aparecieron Abby, Josh y Maddie. El grupo de amigos se saludó y Abby quiso hablar con Ayla a solas. Fueron a la cafetería que tenía el aeropuerto.

—Un capuchino, por favor —pidió Ayla, en el momento en que le atendió una camarera.

—¿Por qué no está Elian contigo?

—Hemos roto.

—¿Hemos?

—Bueno, él ha roto conmigo.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Por la distancia. Eso es lo que me ha dicho.

—Qué capullo. ¿No es capaz de mantener una relación a distancia?

—Parece que no.

—Aquí tiene su capuchino —la camarera se acercó a ellas, entregándole el café—. Son cuatro dólares.

Ayla entregó el dinero y se fue, con el capuchino en mano y con Abby siguiéndola.

—¿Josh lo sabía?

—Creo que no, sino me lo diría.

Ayla asintió. Llegaron hasta dónde estaban los demás. Quedaban cinco minutos para que el avión partiera hacia Chicago. Llegaba el momento más delicado. Las despedidas.

Ayla se despidió de Maddie. Las dos se unieron en un fuerte abrazo.

—Voy a echar de menos trabajar en la heladería contigo.

—Me vas a hacer mucha falta.

—Lo vas a hacer genial sin mí, cómo siempre —volvieron a abrazarse y luego se separaron.

Ayla y Josh se abrazaron.

—No sabía nada de que Elian y tú lo habíais dejado —Ayla miró a Abby. Esta la miró con una sonrisa.

—Me dejó él.

—No entiendo porqué tomó esa decisión.

—Deberías preguntárselo. Es tu amigo —Josh asintió.

—Espero que todo te vaya bien. Ya me contarás —Josh abrazó a Ayla por última vez—. Te veo en Navidad.

Ayla se rió y asintió.

Le tocaba a Abby. La pelirroja se acercó rápidamente hacia la rubia.

—No te vayas por favor —suplicó Abby, entre lágrimas.

—Tengo que hacerlo. A mí tampoco me gusta pero tú también te irás —reconfortó Ayla, mientras le daba suaves caricias en su espalda.

—Te echaré mucho de menos.

—Yo también Abby. Hablaremos todos los días.

Se abrazaron por última vez y se separaron. Por megafonía se escuchaba la primera llamada para que los pasajeros vayan embarcando.

Ayla y su madre se acercaron corriendo y se abrazaron. Las primeras lágrimas descendieron por la cara de ambas.

—Llámame siempre que necesites. Sabes que me cogería un vuelo de emergencia a Chicago, si fuera necesario.

Ayla asintió con convicción. Su madre la beso en la mejilla y le cedió el turno a su marido.

—Mi pequeña. Llámanos siempre. No te olvides.

—Lo haré, siempre —prometí.

Se abrazaron una última vez y Ayla cogió su mochila, dirigiéndose a la puerta de embarque. Movió su mano, despidiéndose de todos, y esbozó una sonrisa nostálgica.

Buscó su sitio en el avión, recibiendo varias sonrisas por parte de las azafatas. Se sentó en su sitio correspondiente, al lado de la ventanilla. Entre sus cosas, encontró el collar que le había regalado Elian. Lo había guardado. Nunca tiraría un regalo pero ahora mismo sólo tenía ganas de romperlo. Lo devolvió de nuevo a su sitio, guardándolo para que no lo perdiera.

Rebuscó entre sus cosas y cogió el libro que estaba leyendo. Se iba a pasar las dos horas leyendo. Eso sí que nunca lo dejaría de lado. La lectura le hacía sentir cosas increíbles, inexplicables.

El motor del avión se encendió. Eso significaba que ya iba a despegar. Miró por la ventana, una vez el avión despegó, susurró:

—Hasta luego, Kill Devil Hills.

Bajo el solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora