Capítulo 19

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AYLA

¿Qué? ¿Acababa de escuchar bien?

—Papá, dime que es una broma —mi voz se entrecortaba, por las lágrimas.

—Ojalá lo fuera. Vete a casa lo más rápido que puedas.

Mi padre cortó la llamada. Me sentía tan débil que mi teléfono calló al suelo. Seguramente se habría roto la pantalla, pero ahora mismo no me importaba. Sentía una presión en el pecho y me costaba respirar.

—Ayla, ¿qué ha pasado? —Elian me agarró por el hombro. Me agarró del mentón, viéndome la cara. Las lágrimas ya resbalaban por mi cara y mi boca estaba entreabierta—. Ayla, me estás asustando.

—Mi abuela... Mi abuela está muerta.

Elian me abrazó. Sus brazos me rodearon el cuello y yo me quedé inmóvil. No podía moverme.

—Está muerta, Elian. Se ha ido —dije mientras lloraba. Elian me besaba la cabeza y daba suaves caricias en mi espalda.

—¿Quieres irte? —me preguntó, después de un buen rato llorando sobre su pecho.

—Sí.

Elian recogió mi teléfono del suelo y me llevó hasta mi casa. El camino fue muy silencioso. Ninguno decía nada. Él me ayudó a bajar del coche y a entrar en mi casa. No había nadie. Probablemente ya se habían llevado el cuerpo de mi abuela.

—¿Te vas a quedar?

—Claro. No te pienso dejar sola.

—Vale. Iré a darme una ducha.

Subí las escaleras, cogiendo mi pijama en mi habitación, y entré en el baño. Me apoyé contra la puerta y suspiré. Me desnudé lentamente, sintiendo como las lágrimas descendían por mi cara otra vez. Entré en la ducha y abrí el grifo, sintiendo como el agua fría golpeaba contra mi cara, ni siquiera me inmuté.

Apoyé mi mano sobre el azulejo y las lágrimas no dejaban de descender, una tras otra. Grité, chillé, vociferé y bramé. Nunca lo había hecho tan fuerte y me desplomé en el suelo. Abrazándome a mí misma y escondiendo la cabeza entre mis piernas. La mampara se abrió, pero no me moví.

—Ayla, he oído gritos y he venido lo más rápido que pude.

—No puedo con esto, Elian. No soy tan fuerte.

—Lo eres. Lo comprobarás —su mano me agarró la cara, haciendo que lo mirase—. Te ayudaré a ducharte y nos iremos a dormir. Creo que es lo que más necesitas ahora mismo.

Abrió la tapa del gel de ducha y con una esponja, lo esparció por mi cuerpo. Incluso, por todos los rincones más remotos. Me enjuagó, cerró el grifo y me ayudó a levantarme, arropándome con una toalla. Me secó y me vistió con sumo cuidado. Me sentía como una muñeca de porcelana, que se puede romper en cualquier momento. En mi habitación, me acosté con él a mi lado.

—Elian —lo miré a los ojos, que también se veían tristes. Desde que me acosté, él no dejó de acariciarme el pelo en ningún momento.

—¿Sí?

—¿Crees qué se ha ido feliz?

—Claro que sí. Siempre he creído que cuando una persona deja este mundo, es porque ya ha hecho todo lo que tenía que hacer. Probablemente esté en el otro lado dando guerra —nos reímos a la vez. Una risa nostálgica y con los ojos rojos, llenos de lágrimas.

Bajo el solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora