1. Las mujeres del rey.

6.9K 485 62
                                    

En éste mundo somos muchas las personas con muy mala suerte, pero la mía era extrema. Nací y jamás conocí a mis padres, aunque lo siguiente parezca algo bueno, fui criado en el castillo para servir al futuro y ahora rey. Realmente es horrible, digo, amo servir al hombre más poderoso de nuestro continente, pero jamás conocí más allá de los muros que rodean el reino, nunca vi a un niño o he tenido alguna conversación con alguien. Los sirvientes se concentran demasiado en su trabajo que nisiquiera tienen su propia vida, me pregunto si ellos se sienten solos como yo.
Mí trabajo es permanecer todo el tiempo al lado del rey, como ahora, estoy en su puerta, esperando el momento en el que me necesite e inmediatamente me moveré. No creo que me llame en un largo rato, su majestad había traído una mujer para tener su noche apasionada, como siempre. Me sorprendía saber que todas aquellas mujeres con las que se acostaba no quedaban embarazadas.

—Rou, ven aquí.— Resonó la gruesa voz del rey entre jadeos y risas.

Tragué saliva, y me moví abriendo la puerta para entrar. Estando dentro miré al rey desnudo sentado sobre la cama apoyando su cabeza en los pechos de una mujer al igual que él estaba desnuda, haciéndole unos masajes en los hombros.

—Señor, estoy aquí. ¿En qué puedo servirle?

Dije con mí vista y cabeza recta al frente, ya estaba acostumbrado a las escenas que hacía el rey. Una vez, salió de su habitación desnudo pidiéndome que le traiga un vaso de agua. Pero jamás lo había visto en el momento íntimo con sus compañeras de cama. El rey agarró las manos de la mujer y la empujó frente a mí, ella me miró un poco avergonzada por el hecho de estar desnuda frente a otro hombre que no sea su majestad. Sin mover un solo músculo dirigí mí mirada hacia el rey, aún no entendía porque me había llamado. Él llevó su mano hasta su mentón y me miró con una risa burlona, como si mirara algún espectáculo.

—Unete a la diversión, si quieres te presto a mí chica.

Movió su mano dándole órdenes a la mujer, ella asintió y se acercó hasta mí pecho, con sus finos dedos empezó a desprender los botones de mí camisa. La miré y apreté sus manos con fuerza.

—No, no es de mí interés tener sexo con la prostituta del rey.

Miré a su majestad suspirar bajando su cabeza y luego levantarse de la cama. Él se acercó y se paró frente a mí, estando así se podía ver la gran diferencia de tamaños entre ambos. Me presionó el hombro con fuerza haciendo que me sobresalte, se acercó hasta mí oído y me susurró las siguientes palabras haciendo que mis orejas me transmitan un cosquilleo: —Desnúdate.

Me sorprendió eso, pero sin siquiera poder darle la contraria me empecé a quitar lo más lento posible mis prendas de ropas. El rey tomó a la mujer y se sentó nuevamente en la cama observando mis acciones, mientras sus labios y los de aquella mujer chocaban y se mezclaban. Quedé completamente desnudo frente a ellos, uno de mis brazos cubría mí pecho discretamente sosteniendo mí hombro. Era lo más vergonzoso que había hecho en toda mí vida. El rey agitó su mano en señal a que me acerque, entonces así lo hice. Me acerqué a ellos y me quedé parado, esperando más órdenes. Él sonrió mirando a la mujer, como si hablaran telepaticamente, ella se levantó y con un beso me empujó sobre la cama, me había tomado desprevenido, su cuerpo estaba sobre el mío y lentamente empezó a besar mí cuello y pecho. Él rey nos miraba desde la punta de la cama mientras bebía alcohol en un brillante cáliz bañado en oro y decorado con algunos rubíes. Sus ojos no se despegaban de mí ni por un segundo, yo no podía estar más que asqueado por las acciones que tomaba mí rey. Él con brutalidad tomó todo lo que había en la copa y la arrojó contra la pared.

—Largo.— Dijo el rey intimidante mirándome directamente a los ojos.

La mujer se apartó de mí dejándome tener nuevamente el acceso a mí cuerpo, me levanté y junté mí ropa que estaban en el lugar donde me desnudé. Miré al Rey con la cabeza baja para responderle: —Sí, mí señor.

—No hablaba contigo. — Interrumpió volteando a ver a la mujer sobre la cama,

Ella se impactó al escuchar sus palabras y estremeciendo su cuerpo me hechó un vistazo, luego sin decir nada juntó sus ropas apresurada y salió casi corriendo de la habitación, dejándome totalmente solo con él. Mí piel se erizó de tan solo pensarlo, el ambiente se sentía muy pesado e incómodo, se mantuvo así por segundos hasta que el Rey habló.

—¿No te agradó?— Dijo entre risas, acomodando sus piernas para cruzarlas.

—¿Qué?— Pregunté haciéndome el desentendido evitando a toda costa mirar su rostro, ¿Porqué debíamos estar desnudos y solos?

—Realmente no importa, pero ahora ya estoy así.— Hizo referencia a que tenía una gran erección entre las piernas. Cuando digo gran, me refiero a GRAN ERECCIÓN.

—Entonces, le traeré alguna dama mí rey.— Dije apretando mí ropa que traía en las manos.

—No, quiero que tú lo hagas. Eso si te gusta, ¿Verdad? Eres de esos fenómenos que no reaccionan ni a culos ni tetas. Solo a los cuerpos de los hombres.

Di unos pasos retrocediendo, el rey estaba llegando muy lejos con sus palabras. Jamás le había hecho nada de malo, ¿A qué se debía esa reacción? Él mueve su mano nuevamente para que me acerque como si fuera un perro, me acerqué un poco pálido, sin reacción. Sostuvo una de mis manos y las llevó hacia sus labios, dejó un beso y luego agarró con ambos brazos mí cintura.

—¡Señor!— Grité sorprendido, dejando caer al piso mí ropa y con ambas manos me resistía empujándolo de los hombros, sin tener mucho éxito.

—Tranquilizate, seré gentil.— Dijo las palabras como si realmente fueran a calmarme. De una sacudida me dejó recostado en la cama debajo suyo.
Se acercó hasta sus labios para dejar un beso, pero Rou lo evitó girando su rostro. Eso hizo enojar al rey, sus venas se notaban a punto de estallar y se escuchaba el sonido rechinante de sus dientes siendo apretados.

—No quiero, no quiero hacer esto.— Dije con una voz temerosa a lo que podría pasar.

—¡Cállate! Sé que lo quieres. Eres así de repugnante.— Lo tomó del cuello cortándole la respiración y abofeteó con fuerza su rostro dejando en ella su mano marcada.

Sigue leyendo...

Que Seas Efímero Donde viven las historias. Descúbrelo ahora