30. Dulce hogar, amargos recuerdos, parte 2.

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—Mamá siempre te tuvo de favorita —digo apoyándome sobre el marco de la vieja habitación de Sara

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—Mamá siempre te tuvo de favorita —digo apoyándome sobre el marco de la vieja habitación de Sara. Sus hombros se tensan al oír mi voz pero no se da vuelta, sigue viendo a la nada, mientras está acostada de lado.

—Mamá me odiaría por lo que Iván te hizo.

—Ben se ocupó de Iván, poco me interesa saber de él. Y ya sabes que te perdone hace mucho, solo que... no es fácil olvidar que tienes un horrible gusto en hombres. ¿Qué tal Roberto? Ben todavía no para de pedirme disculpas porque no lo incriminaron bajo los mismos cargos que Iván.

—Ambas sabíamos que era un caso complicado, el de Roberto. Pero ahora cumple con las cuotas, el tiempo haciendo trabajo comunitario y manteniendo su distancia, obvio.

—Y mamá no te hubiera matado, a ti, por lo menos. ¿A ellos? Puff. —Tanto Sara como yo reímos, entro a su cuarto y me tiro a su costado—. Pero le hubiera gustado saber que reconoces tus errores después de todo.

—Mi peor error fue pensar que todos iban en contra de mí.

—No, creo que fue el hecho de que siempre fuiste vos la que fue en la dirección opuesta. Te alejaste y creaste una brecha con papá, tu hijo y conmigo.

—¿Alguna vez volveremos a ser hermanas de verdad?

Un suspiro escapa de mis labios, miro el techo y pienso muy bien mi respuesta.

—No lo sé, Sara. Me encantaría decirte que sí, pero que yo te perdone no borra nada —digo volteándome a verla, me apoyo en mi codo izquierdo y ella hace una mueca—. Eso no significa que ­tires la toalla con Simón o papá, o que dejes de ir al psicólogo.

—Lo sé —murmura tratando de sonreírme—, te quiero, Sofía, aun cuando no te lo digo demasiado. Y gracias, por ser la madre que no pude ser.

Sonrío con lágrimas en los ojos. En los suyos y míos.

—Fue un placer, ese niño es lo mejor que nos pasó. Junto a sus hermanos.

—Sí, algo bueno siempre sale de cualquier situación. Incluso de las más difíciles, ¿no?

—Ni lo digas —contesto soltando una risa entre cortada y ella me sigue. De pronto escuchamos un golpe en la puerta, haciendo que nos levantemos sobresaltadas.

Papá nos sonríe desde la puerta, cruzando sus brazos. Yo me levanto y lo abrazo muy fuerte.

—Escúchala, y espero que puedas perdonarla como yo —susurro—, a mamá le gustaría eso.

—No puedo perdonarla si ya lo hice —responde en el mismo tono. Deja un beso en mi frente y me aprieta los antebrazos. Me guiña un ojo—. ¿Me cuidas la cocina?

Le contesto que sí, antes de soltarlo completamente y darle espacio para que pase a la habitación. No sin antes darle una mirada de apoyo a mi hermana. Quien sonríe y asiente en retorno.

Cigarros para un corazón rotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora