Prologo

531 28 6
                                    

Tapo, con mis manos, mis oídos y cierro fuertemente los ojos; trato de dejar de escuchar los gritos y el ruido del plato romperse contra el piso.

No paran hasta unos minutos más, cuando la puerta de mi cuarto se abre y mi padre entra con un pote de helado en una mano, dos cucharas en la otra. Me da una pequeña sonrisa, pero no dice nada; solo cierra la puerta y se sienta a los pies de mi cama.

Hay unos segundos de silencio, su mirada observa mi posición y el miedo que debe ver en mis ojos. Yo miro cómo su mano tiembla un poco, apenas perceptible. Pero ahí está, como en todas las veces anteriores.

Dejo caer la sabana que hasta ahora me cubría casi en su totalidad, sentándome y enfrentándolo. Puedo tener once años, pero sé que lo sucedía en la cocina; lo que sucedía cada vez que mi hermana hacia enojar a mi madre.

—Vamos, Sofi, dale una sonrisa a papá —susurra él tendiéndome las cosas, yo lo hago casi por inercia, es decir, no se rechaza el helado. Jamás—. ¿Sabes que te quiero mucho, no?

—Yo te amo papá —contesto seriamente. Aunque mi concentración está en el helado y en mis tres sabores favoritos: chocolate amargo, mousse de limón y vainilla—; ¿mamá también me quiere?

—Ella las quiere a las dos, a veces puede demostrarlo de malas maneras —dice solemnemente y yo asiento. En mi cabeza eso tiene algo de sentido, porque... ¿por qué mamá no nos querría a mi hermana y a mí por igual?—; ella nunca te lo va a demostrar de ese modo. Lo juro, So.

— ¿Por qué a Sara sí?

—Porque tu hermana y mamá tienen una... relación que yo no puedo curar, es demasiado tarde para eso.

— ¿Tiene que ver con que eres mi papá y no el de ella?

—Algo así, So, algo así —contesta con una pequeña sonrisa. Supongo que lo sorprendí, inclina su cabeza mirándome—. A veces me olvido lo inteligente que eres, princesa.

Nos mantenemos en silencio unos minutos, ahí es cuando noto que no se escucha nada en el resto de la casa. Me pregunto dónde estará mamá y mi hermana mayor.

Estoy casi por la mitad de mi postre, cuando mi puerta se abre de pronto; mi mamá entra con los ojos abiertos y preocupados, noto la tensión extenderse en el cuerpo de mi papá. Ambos se miran por unos segundos, yo sigo comiendo el helado.

Noto que hay una comunicación muda entre ambos, pero no logro captar el mensaje oculto. Y eso solo hace que estar más atenta, más inquieta.

Es como si mi modo supervivencia se activara.

— ¿Cómo está la princesa de la casa? ¿Está rico? —Mamá se acerca a mí, veo el celular en su mano, y un número en él que no reconozco—. ¿Princesa?

—Muy rico, papá me lo trajo —contesto dejando que me bese en la cabeza, ella observa mi escritorio desordenado y asiente ausente—; creo que es porque termine toda la tarea de la semana.

—Lo sabemos, siempre lo haces. Eres una princesa inteligente.

—Estamos muy orgullosos de vos, So —concuerda papá asintiendo. Las sonrisas de ambos no le llegan a los ojos y él se para lentamente, estirando sus músculos—; ¿crees que puedes quedarte sola? Mamá y papá tienen que hacer unas llamadas y salir.

— ¿Paso algo? ¿Dónde está Sara?

—Fue con unos amigos, no te preocupes, volverá —responde mamá de inmediato. Puedo sentir que hay algo raro sucediendo, pero claramente no quieren decirme.

Y está bien, porque mi rol en la familia no es el saber, sino el de ser perfecta.

En todo.

—Seguro, de todos modos, puedo comenzar a hacer la tarea de la semana entrante —Me encojo de hombros—. No llegaré a tener el título de mérito si no hago nada.

—Esa es nuestra niña. —Mamá deja otro beso en mi frente y acaricia mis mejillas. La miro a sus ojos y noto que tiene lágrimas contenidas, arrugo la frente; esa no era mi intención, mi intención es que sean felices.

Mi rol es el de hacerlos felices. Que obtengan lo bueno de la experiencia de ser padres.

Hacerlos llorar y frustrarse es trabajo de Sara. Siempre lo fue.

Mamá apoya su pulgar en la arruga que se me forma, haciendo que relaje mi rostro, eso no hace que este menos consciente de lo sucede. Aun cuando no quieran.

Papá pone su mano en mi espalda, asustándome un poco, le termino sonriendo cuando él lo hace. Es un gesto que tengo incorporado.

—Estaremos de vuelta antes de que te des cuenta.

—Siempre lo hacen —digo sonriendo más. Jamás vocalizando lo abandonada que me hace sentir estar en una casa sola, sin decir nunca que me gustaría que me digan que no necesito ser perfecta—; los amo mucho.

—Y nosotros a ti, princesa —susurra papá dándome un beso en la mejilla. Luego se para al lado de mamá.

Veo la diferencia de altura y contextura. Mamá es de altura baja, con un cuerpo de curvas y un par de kilos de más; pero en mis ojos, ella es hermosa. Por otro lado, papá es alto, flaco y con pelo negro, su piel más oscura hace contraste con sus ojos mieles; suspiro con un resentimiento viejo de no haber nacido con esos ojos y alguna de las curvas de mamá.

Mientras mi hermana mayor, Sara García, es alta con curvas hermosas decorando su cuerpo, junto a unos ojos verdes con destellos marrones. Y no mencionemos que su personalidad hace que tenga varios amigos, más hombres que mujeres, aunque eso no es que sea del todo bueno ya que mamá los odia; ella es amada por ellos, como si los encantara con su mirada.

En cambio yo cada vez que me veo en el espejo, veo exceso de grasa en los lugares equivocados, un pelo negro horrible y unos ojos chocolates oscuros que no dicen nada. Pero ignoro eso, sigo adelante. Aunque reconozco que me encanta el tono de mi piel, mamá siempre dice que muchas personas matarían por él.

Porque tener esos pensamientos no me hacen ser una chica perfecta. Me hacen ser una chica rota.

—Entonces me pondré con mi tarea —repito levantándome de la cama y yendo a mi escritorio. Ese viejo que herede de mi hermana—; ¿qué comeremos a la noche?

—Ya veremos, tal vez pizza.

—Sí, por favor —contesto a papá juntando mis manos. Por un momento, ambos dejan de tener esa expresión de estrés y sonríen ante mi gesto; aplaudo mentalmente—; son los mejores.

—Y tú eres la mejor, no atiendas el timbre.

Eso es lo último que escucho antes de que dejen entreabierta mi puerta, luego para escuchar como cierran la que da a la calle. Ambos no dicen nada en ningún momento, saben que yo tiendo a escuchar todo a escondidas.

Pero tan pronto como sé que no van a volver, corro hacia la cocina. En ella me encuentro con varios platos rotos en el piso, y vasos también. No hay sangre ni nada raro.

Empiezo a barrer y a juntar los vidrios, limpio la escena totalmente. Hasta junto algunas cosas tiradas de Sara en su cuarto, que tiene la puerta abierta y es el único que da a la cocina. En él hay todo tipo de desorden caótico, lo ordeno y pongo todo en el lugar que creo que vaya.

Cuando veo que todo ha quedado ordenado, voy a mi cuarto y me como el helado. Hago casi toda la tarea adelantada.

Absorbo el silencio y, a la vez, me dejo absorber por él.

Porque eso hacen las personas perfectas. Son perfectas aun cuando están rotas.

Cigarros para un corazón rotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora