¿Cómo se consigue un corazón roto?

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— ¿Por qué no vas a tu cuarto, te cambias el uniforme y esperas que te llame para comer, Sofía? Tengo que cocinar todavía y no quiero que te ensucies —dice mamá apoyando una mano sobre mi hombro con delicadeza y yo le doy una sonrisa—. Te quiero.

—Y yo a ti, mamá —contesto más fuerte, exagerando mis palabras frunciendo los labios; ella ríe de eso hasta que mira detrás de mí y sus labios se cierra, apretándose con fuerza—. Iré a mi cuarto. —Ella asiente en automático, al igual que yo.

No veo realmente hacia delante, pero sé que mira a mi hermana y su novio de turno, quienes se encontraban en la casa cuando no deberían. Camino a mi habitación casi por inercia, conozco mi casa como la palma de mi mano, podría caminar por ella con los ojos vendados.

Al cerrar mi puerta, cierro los ojos. Los primeros gritos hacen vibrar los vidrios, casi quiero llorar, pero me niego a hacerlo.

Despejando mi mente del mundo exterior, saco mis cosas de la mochila con cuidado. La cartuchera primero, es una de tres partes y cada una tiene su clasificación: primero lápices, luego lapiceras con brillitos, y al final, los marcadores. Le sigue los cuadernos de distintos colores y, los libros son el último objeto que saco.

Hago un poco de memoria y recuerdo que en matemática nos dejaron tarea para mañana, así que eligiendo primero los lápices y la regla que usare, me preparo para hacer la tarea. Mi estómago duele un poco, pero termino ignorándolo, comeré cuando mamá diga que este la comida.

Me veo inmersa en los diferentes ejercicios y cómo todavía me cuesta leer la hora de un reloj con agujas, el único que tengo en mi habitación, no puedo decir que tan tarde es ni hace cuanto estuve haciendo esto. Aunque cuando noto que no hay más ruidos afuera, voy por la tarea de Ciencias Sociales de la semana que viene y me falta solo un último ejercicio de Lengua para terminar todo. Me duele la mano de escribir, el estómago del hambre y los ojos de estar aquí; niego la cabeza, no dejo que eso me distraiga.

—Sofía, perdón cariño, tu hermana...

—Lo sé, mamá —respondo sin darme vuelta, aun cuando ella ya entro a mi cuarto y se acerca. Toma mi pelo suelto en sus manos y me lo ata de forma cuidadosa, ahí me doy cuenta de que me tapaba la luz de mi habitación y por ello forzaba mis ojos—. Estoy terminando mi tarea.

—Oh, no tenías que hacer eso, Sofi. Te hubiera ayudado más tarde.

—No venías, así que aproveche el tiempo. ¿Qué hay para comer?

—Te gustara: tarta de jamón y queso —anuncia con una sonrisa que se me contagia, haciendo que me olvide del resto—; vamos, cariño, que se enfría.

—Sí, mamá. Vamos.

Tomo su mano y ambas vamos a la cocina; pasamos por el cuarto de Sara, me extraño al ver que tiene la puerta cerrada con llave.

—Tu hermana se sentía mal y dijo que dormiría.

— ¿Por qué cerró la puerta? ¿No es que no la dejabas?

—No quiere que la abramos sin querer —contesta sin mirarme, y sé de inmediato que es una mentira.

Igual que mi respuesta.

—Claro, debe estar cansada de su día.

La verdad con solo 11 años no la conocía del todo, pero desde chica aprendí a leer entre líneas.

No preguntes, no cuestiones.

Casa de papá y mamá, reglas de papá y mamá.

No hacer lo que hace Sara.

Hacer lo contrario a lo que hace Sara.

Repetir.

Llevamos varios minutos comiendo en la cocina, le cuento lo que aprendí en el colegio; ella me cuenta que tendrá que irse a hacer compras hoy y que me quedaré con Sara.

Todo parece detenerse en el momento en que la puerta de Sara se abre y el sonido se escucha con claridad. Ahí meto mi nariz en el plato y no vuelvo a decir nada. Mamá sale disparada hacia ahí y deja su plato por la mitad.

No gritan como antes, pero las palabras se oyen duras.

El teléfono de línea vibra en la cocina y me levanto para contestar, según mamá solo lo tengo que hacer cuando sé quién es. Leo que es papá, una sonrisa se forma en mi cara.

—Hola papá.

—Princesa —contesta enseguida y se detiene de golpe, supongo que puede escuchar alguna de las cosas que mamá le dice a Sara—, ¿está todo bien en casa?

—Sí, solo mamá y Sara —respondo sin ser muy específica, él carraspea y yo me encojo de hombros como si me pudiera ver—; estaba su novio cuando vinimos del colegio.

—Uh, ¿mamá lo vio?

—Sí, primera plana —digo haciendo que ría un poco. Yo solo lo hago entre dientes—. ¿Quieres que le diga a mamá que llamaste?

—No, está bien. Le mandaré un mensaje. Solo quiero que vayas a tu cuarto, ¿de acuerdo?

—Estaba comiendo.

—Bueno, termina y ve a tu habitación, o al patio si quieres. Pero no te metas, ¿sí? Llegare a casa en unas horas y leeremos algo.

— ¿Promesa?

—Promesa, princesa.

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Ay tengo unas ganas de que conozcan a la madreeee de Sofi

mientras tanto disfruten, que se viene un capitulo potente.


Cigarros para un corazón rotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora