10. Una mentira puede...

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— ¿Caballero o es que tienes miedo de que vaya a salir corriendo?

Edison ríe entre dientes y se apoya contra el muro mientras me ve sacar mis llaves para entrar a mi edificio. Inclino la cabeza hacia Eduardo, quien me sonríe, pero veo una vena curiosa saltar en su frente al ver a mi compañía.

—Ninguna de las dos, no soy un caballero de armadura blanca, Sofía —responde, su cuerpo se mueve hacia mí y su brazo libre rodea mi cintura. Pongo mis manos en su pecho y suspiro—. Despacio y lento.

—Tengo otra palabra para esto: tortura.

—No te voy a contradecir —murmura acercando sus labios a los míos, mis ojos se centran en su boca y él libera un gemido bajo, ronco—. Vas a ser mi perdición, Sofía.

Antes de que pueda organizar mis pensamientos para devolverle una contestación ingeniosa, sus labios toman los míos con pasión; sumergiéndonos a ambos en un beso profundo, húmedo y caliente. Abro mi boca para que él tome lo que quiera, porque no pienso decirle que no a nada ahora mismo.

Tal vez eso debería hacerme saltar y correr. Porque es otra bandera roja, aunque en estos momentos, todo lo que puede ver y sentir es a Edison Morales. Este hombre con brazos musculosos, boca pecaminosa y ojos ardientes que me devora sin pedir permiso.

Llega el momento menos querido cuando tengo que tomar aire y soltar su labio inferior de entre los míos, pero nuestros cuerpos permanecen cerca. Sus manos se terminaron ubicando en mi cintura, apretándome contra toda su anatomía. Y mis manos aprietan con fuerza sus hombros, como si temiera tener un orgasmo y no poder sostenerme parada. Veo como sus ojos se encuentran vidriosos y suelto una risa pequeña nerviosa.

—Sabes a deseo, señorita García.

—Y usted sabe a pecado, profesor Morales —contesto haciendo que él sonría con más intensidad—. ¿Quieres entrar?

—No creo que pueda con esa tentación, soy humano, después de todo.

—Y yo que pensaba que salía con un robot o cybor, lo siento, debo haber confundido.

—Graciosa —dice picándome el abdomen y yo me río alejando sus manos. él termina agarrando mis manos detrás de mi espalda, haciendo que nuestros torsos se toquen completamente; siento su miembro algo duro contra mi estómago. Se me ocurre una idea y eso hace que meta mi cabeza en el hueco de su cuello para dejar un beso húmedo—. Ah, no. No, señorita García. Dijimos...

—Sé lo que dijimos. Yo no estoy rompiendo nada, seguimos dando pasos pequeños que incluyen besos —respondo contra su piel, entre medio de besos y mordiscos. Él sisea por lo bajo—. Nunca dijiste que había una zona prohibida.

—Tú eres una criatura pecaminosa.

—Y me encantará hacerte caer, pero cuando te pregunte si querías entrar, me refería al lobby de mi edificio. Donde hay una máquina de café y podrás conocer a Eduardo.

— ¿Quieres que lo conozca?

—Sí, él conoce a todos mis amigos. —Encojo mis hombros, dejo un último beso en su mejilla y me doy vuelta para abrir la puerta por fin.

— ¿Él conoce a todos tus ex?

—Sí. Lo hace.

—Sé cómo voy a sonar, sé que puede parecer algo toxico pero prefiero ser franco que comerme los pensamientos como un estúpido —dice mirándome fijamente, yo sostengo la puerta con mi pie y lo encaro—. ¿Tengo que preocuparme por alguno de ellos?

—Necesitamos café para esto y estar sentados, ¿puedes pasar, Edison, o tendré que arrastrarte?

Él me mira desconfiado, pero no se resiste y termina entrando conmigo al edificio. Eduardo me saluda, conociendo mi rutina ni pregunta y nos trae dos cafés; prometo pagarle lo que salen luego y estrechando la mano con Edison, pasa un entendimiento entre ambos. Se va cuando nos tiene a ambos instalados en uno de los sofás del lobby que da hacia la calle.

Cigarros para un corazón rotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora