-¿Seguro que era él?
Masticaba el pollo desganadamente mientras aguantaba las ridículas preguntas de Mike.
-Sí Mike. Era igual que Jace. ¡Claro que era él!
Solté un suspiro. Estaba sentada bajo nuestro árbol que siempre me cobijaba del sol. Mis pies estaban bañados por el sol y me quitaban todo el frío que sentía.
-Bueno, ¿y qué vais a hacer?
No había pensado todavía en eso. La verdad, es que no podíamos hacer nada.
-Nada. -respondió Jace por mí- Lo mejor es pasar de él. Se acabará aburriendo.
-Pero Jace. No puede entrar en tu casa cuando le venga en gana. No se lo puedes permitir. -argumentó Mike.
-Es la única opción. -objetó- Hasta entonces lo mejor será que te quedes en tu casa por un tiempo, Lara. Deberías alejarte de mí, no quiero que te haga daño.
¿Me acababa de echar de su casa? ¿Tal vulnerable me consideraba? ¿Y si todo esto solo era una excusa para dejarme? No, no, no. Él era mi Jace. Nunca me haría eso, ¿verdad?
-Os dejo a solas, chicos. -Mike se levantó, se limpió los pantalones y se marchó con su comida. Vaya amigo, dejándome el marrón encima.
Volví a fijar la mirada en Jace.
-Yo... -empecé a negar con la cabeza. No me salían las palabras.
-Escucha Lara. -sus manos tomaban con suavidad un mechón de mi pelo y lo enroscaba con los dedos- Es lo mejor. Si él ve que estás conmigo irá también a por ti. No puedo protegerte siempre. -sus dedos aferraban mi pelo con más fuerza.
-No hace falta que me protejas. Puedo hacerlo yo.
Negó con la cabeza y las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas. Él paró una con el dedo y después me miró.
-¿Estás cortando conmigo? -vaya mierda de pregunta.
-Lo siento Lara. De verdad que...
-No. -me obligué a mi misma a dejar de llorar- No te disculpes.
Ya me estaba levantando y recogiendo mis cosas. Jace parecía desolado.
>>Ya no te tienes que disculpar. -me enjugué una última lágrima. Juré que sería la última. -Ya no. -susurré, más para mi misma que para él.
Me di la vuelta y le dejé allí, solo. No podría olvidar su cara en ese momento: triste, desconsolada. Calculadora. Su cara cambiaba de expresión a medida que me alejaba. Cuando giré la última esquina antes de perderle de vista, estaba sonriendo.
........
Se reía. Esa risa que dejaba ver sus preciosos hoyuelos. Sus ojos azules bailaban en su cara. Cualquiera que lo hubiese visto habría pensado que le acababan de contar un chiste. O que acababa de ver a un niño desdentado comiendo un limón. Ojalá hubiese sido por eso.
Acababa de cortar conmigo. Se reía de mí. No de la cara de un niño o de un chiste malo. Se reía de mí y de lo estúpida que era. Todo este tiempo no me había querido, había jugado conmigo. Cuando me llamaba "mi Lara" no era en serio. Era todo una patraña, una manera de pasar el tiempo. Todas las promesas, todas las palabras bonitas, todo lo que parecía haber hecho mella en mí.
Mentira.
Pensaba que él me había cambiado. De verdad que lo pensaba. Lo único que había hecho era moldearme hasta darme la forma de su juguete preferido. Yo era el barro y él el alfarero. Él era el basurero y yo la mierda que recogía. Como cambiaban las cosas. Me había prometido tantas cosas.
"-Un día te traeré la luna- me dijo besándome.
-Está muy alta.
-Cogeré una escalera.
-Te caerás.
-Tu estarás aquí, abajo. Lista para cogerme cuando yo regrese con tu luna. Tú serás sus estrellas."
Eso m había dicho. Yo me lo había creído como una tonta. Siempre me había reído de aquellas tontas enamoradas cuando las rechazaban. Había oído que se ponían a comer helado hasta que se ponían como una foca. Ahora la foca sería yo. Todas las tonterías que había hecho por amor ahora solo serían un vago recuerdo de lo que podría haber sido.
Tal vez podría haber sido más amable, más cariñosa. Tal vez todo era culpa mía. Decían que en una relación siempre había alguien que amaba más. Siempre había pensado que era él. Al fin y al cabo siempre se preocupaba por mí y por como mis poderes podían afectarme. Ahora me daba cuenta que la única que amaba en esa relación era yo.
Yo era la tonta. La ilusa.
Era caperucita.
Él era el cazador.
...........
Él día que Jace había cortado conmigo corrí a casa, ignorando los gritos de los profesores que me reñían por correr por el pasillo. Me tumbé en la cama y posé sobre mí todas las mantas que tenía. Estaba temblando. Sentía frío y no creí que volviese a sentir calor nunca más. Recuerdo que Mike me llamó. Contesté.
-Mmm -dije al auricular.
-Lara. ¡Lara! ¿Estás bien? Voy para allá ahora mismo.
No le dije que no. En menos de un cuarto de hora alguien picó en la puerta, pero no me molesté por abrir. Mike encontró la llave bajo el felpudo y entró. Esa noche durmió conmigo. No me apasionaba la idea de que Mike durmiese en mi misma cama, pero le había agarrado tan fuerte que no me creí capaz de soltarle.
Para ser sinceros, no me imaginaba a nadie durmiendo en mi cama. Nadie excepto Jace.
Al día siguiente, mi mejor amigo no me pidió que fuese a clase y yo tampoco iba a insistir. Me quedé toda la mañana tirada en el sofá del salón y solo me levanté para ir al baño y para coger más helado del congelador. Me dolía todo, como si tuviese agujetas en todo el cuerpo. Cuando Mike llegó me puso una manta sobre los hombros, me pusó música y se sentó en el sillón frente a mí. No le pedí que se fuese pero tampoco que se acercase. Me pasé toda la tarde escuchando música, entendiendo las letras que en otras ocasiones no había hecho. Me dormí y sobre medianoche noté como unos brazos, que siempre consideré delgaduchos y sin fuerza, me levantaban del sofá y me llevaban a la cama.
El tercer día fue el peor. Mike tenía que trabajar por la tarde y no me quedaba más helado en el congelador. El cuerpo me dolía, pero me sentía más lívida incluso que el día anterior. Tenía frío, pero no me apetecía levantarme a por una manta. No creía siquiera que mis piernas soportaran mi peso. Así que así me pasé el día: tumbada en la cama y pensando en lo imbécil que era hasta que Mike llegó por la noche con comida china bajo el brazo. Me ayudó a bajar hasta el salón otra vez, más cargando conmigo que otra cosa. Deseé que mis poderes me transportarán hasta el piso inferior, pero ni siquiera estos funcionaban. Ya en el salón intentó hacerme comer lo que me parecieron fideos chinos y sopa de pollo, pero sólo consiguió que diera un par de bocados.
Lo poco que había comido pareció darme algo de fuerzas y pude subir las escaleras de vuelta a mi habitación yo sola.
ESTÁS LEYENDO
Cuando el pasado sí importa
Teen Fiction¿Qué pensarías si un día llegas a clase y descubres que el chico nuevo ha muerto contigo? Lara parecía que llevaba una vida normal "en la zona del puente" hasta que conoce a un chico con unos ojos pragmáticos: Jace. Su mundo se viene abajo con la ap...