Enko la había llevado a un hotel, al llegar solo se acercaron al mostrador y de inmediato le ofrecieron la llave para su habitación. Enko llevaba dos de las maletas en los hombros y la otra en la mano, con la mano que le quedaba libre sujetaba con firmeza a Madison. A Madison no se le escapó que todos al rededor evitaban mirar en su dirección. Se preguntó si le tendrían miedo a Enko, ésto no sería una sorpresa, y menos con la facha con la que llegaban a la mitad del día.
Madison admiró el lugar, el edificio parecía bastante elegante. La entrada principal tenía un candelero gigante, era negro con cristales azules. Las paredes eran blancas y las muros que las mantenían eran plateados. Los colores eran parecidos al del barco de Enko, sin embargo, este parecía más elegante y menos sombrío «Tal vez ya te acostumbraste a estos colores» pensó para si misma. Subieron al ascensor, éste también era plateado y los botones eran escalofriantemente negros. No se resistió y tuvo que preguntar.
—¿Por qué a todos los lugares que me llevas tienen los mismo colores? —Enko la miró con el entrecejo fruncido— Sí, el barco tenía los mismos colores que este hotel.
—No lo había notado —comentó sin más. Madison sintió que Enko estaba más serio y distante, así que se limitó a callar. A veces era lo más inteligente que se le ocurría.
Llegaron al penúltimo piso, buscaron su habitación y entraron. De nuevo se encontró con los mismos colores, todo el piso estaba cubierto por una alfombra negra, las cortinas eran color plata. Los sofás eran lo único que resaltaba en la habitación, rojo intenso. Era una habitación bastante cómoda, estaba la salita, junto a ésta había un par de puertas abiertas dejando ver una cama enorme, con sábanas rojas, además, en la habitación, había un espejo de cuerpo completo y había una estantería vacía.
Enko se apresuró a dejar las maletas, se acercó a un mueble, retiró el cojín y miró a Madi que tenía la vista clavada en él.
—Puedes ponerte cómoda en la habitación —aunque intentó que sonara como una invitación, Madi captó el tono claro de una orden. No era la primera vez que le ordenaba qué hacer.
Como a buen entendedor pocas palabras, Madison se fue derecho a la habitación a hacer lo que le decía. Guardó la poca ropa que trajo con ella en uno de los cajones vacíos que había en la habitación, se recostó y saboreó la comodidad de la cama. Al poco tiempo, Enko entró con una de las maletas, la soltó frente a la estantería y empezó a desempacar. Madison se quedó sin aliento al darse cuenta que lo que él había empacado había sido toda su biblioteca de libros clásico. Empezó a ordenarlos uno por uno en la estantería.
—Los trajiste contigo —comentó Madison sorprendida. Enko la miró y no dijo nada, volvió su atención a lo que estaba haciendo. Madison se acercó con toda la intención de ayudarlo.
—No, déjalo yo puedo.
—¡Oh, vamos! Te ayudaré a ordenarlos por color, orden alfabético o como quieras —dijo con entusiasmo infantil y tomó uno de los libros en sus manos, Enko se lo arrebató con dureza.
—¡Dije que no! —Madi retrocedió asustada por su reacción. Sabiamente se alejó. Se sentó en la cama y lo miró desde allí.
Enko tenía un aura demasiado pesada, ella se sintió mal por él. Había mucho que aún no sabía de él, pero si él no la dejaba entrar no se metería a la fuerza, llegaría el momento donde él quisiera hablar por si mismo como antes lo había hecho, sin presión.
Cuando Enko hubo terminado de ordenar la biblioteca, se giró a verla.
—Pediré la cena ¿Qué quieres comer? —preguntó mientras se quitaba la camisa aún ensangrentada.
ESTÁS LEYENDO
Casi Perfecto
RomantikMadison es una abogada muy dedicada y profesional, una joven que lucha por la justicia. No está acostumbrada a salir de su zona de confort, hasta que un día conoce a un misterioso hombre que guarda un gran secreto. Enko Bogoloski, queda cautivado po...