Colillas de recuerdos

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Lucía Rivera

-¿Estás bien? -Elías.

La noche se había adueñado del cielo, bajo la atmósfera de la luz artificial las estrellas eran ocultas bajo la contaminación visual. Pegados a la pared, cerca del callejón donde terminaba la basura de la tienda de abarrotes. Elías y Lucía estaban conversando. La chica estaba tensa, dándole una calada al cigarro como si se tratara de su único alimento. Ella miraba a su compañero con cierta mirada de odio.

-Eres demasiado joven para cargar vicios. -Decía él.

-Y tú eres demasiado joven para querer andarnos cuidando. Déjame sola.

-Lo único que quiero es saber si estás bien. Pero si no soy nadie para cuidarte entonces solo me queda acompañarte.

Hasta hace unos instantes el chico había terminado su turno en la tienda, dejando todo a su tía para que esté cerrará tranquilo, entregando el inventario de la misma y saliendo en cantidades limpias.

A punto de cerrar el establecimiento fue cuando ella entró, casi con brusquedad, se dirigió a los refrigeradores para comprar un agua mineral y después de ello pidió una cajetilla de cigarros. La tía de Elías era una mujer demasiada confiada, muy pocas veces pedía la credencial por lo que ella no tuvo el menor inconveniente, su aire tenso comenzó a difuminarse, mientras se retiraba el guitarrista la confronta: -Hola, no sé si me recuerdes pero somos compañeros en teatro.

-Ah sí, adiós.

-No es mi deber entrometerme pero, siempre te veo fumando.

-...

Lucía estaba a punto de retirarse, el chico conociendo el barrio procede a lo siguiente: -Acabo de salir, ¿A dónde vas?, tal vez nos podamos acompañar.

-A donde vaya. No soy tu problema...

Sus padres habían tenido un conflicto recientemente, provocando, a razón de ya no querer escucharlos que saliera a las prisas temprano de casa. El dinero que tenía solo le alcanzó para lo previo en la tienda y estaba convencida que de encontrar un parque se quedaría dormida en una banca, sea como fuere era más tranquilo que estar en casa: -Mira, no soy quien para decirte, de hecho ni siquiera hemos tenido mucho contacto pero, este barrio es peligroso a estas horas. Preferiría acompañarte.

-Descuida, puedo arreglármelas sola. Pero, si tanto quieres mi compañía podemos charlar un rato, chico desesperado.

-No es por eso, de verdad este lugar es peligroso. El último camión sale en media hora.

-Vaya que eres insistente. Dos cigarros juntos y me voy. No te puedo regalar más tiempo.

Los dos se apoyaron en la pared, la chica prendió su cigarro con una caja de fósforos previamente guardados: -Espero no te moleste el humo.

-Estoy acostumbrado.

Los compañeros de Elías de hace dos años eran muy parecidos a ella. Chicos conflictivos que por lo general ahogaban sus penas en humo, muchas veces él mismo recurrió a imitarlos para fatigar las penas de un carrera de músico frustrado. Otras veces se limitaba a respirar su humo, terminando por causar el mismo daño de manera pasiva. Cuando los dos se confrotaron caía en cuenta que esta sensación ya la vivió en su momento.

-¿Puedes dejar de fumar? -Recordaba lo enojada que le preguntó su madre ese día. -Acabaste tan roto como un rompecabezas desde el accidente y todavía te quieres echar a perder.

-Es mi vida.

-Tu vida me importa. Si quieres valorarla, debes comenzar a cuidarte más.

Mientras lo recuerda Lucía le invita de su cajetilla, el chico toma uno junto a la caja de cerillos, lo prende y tras darle la primera calada comienza a toser, su acompañante no duda en reírse y decir enseguida: -Novato.

Nuestro Dramático tallerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora