No existen los finales

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Minerva y Andrea.


— Debo confesarte algo. — Minerva.

Al día siguiente de la presentación las dos fueron al café favorito de Andrea, un lugar llamado "el caldero humeante" el mismo tenía temática de magos, anteriormente solo habían ido dos veces, pero a la chica pelirrosa le emocionaba cada que iban, era un lugar al que ninguno de sus hermanos había aceptado a ir por más que les rogara, por lo que cuando iba con Minerva siempre resultaba una bendición. Andrea estaba sin cuidado cuando escuchó esas palabras, no tenía idea, a decir verdad. Minerva, toma un respiro para armarse de valor antes de seguir: — Mi madre tendrá un nuevo empleo, por ello nos vamos a mudar en unas semanas. El siguiente semestre estarás por tu cuenta.

El semblante de ambas cambió, la amistad seguiría, seguro, pero no sería lo mismo a la distancia.


Alejandro Arámbula


Fue el fin de semana en que se dio cuenta.

 En el fondo quería ayudar a Lucía porque sentía que él podría acabar de igual forma si no destacaba algún día en el fútbol. Sabía que ambos no eran diferentes y tan pronto ella volviera a las clases le ayudaría, sin lugar a dudas. Ese mismo día su madre lo veía muy perdido, le preguntaba si todo estaba bien en la escuela, él le respondía que todo estaba bien, que cuando fueran vacaciones se tomaría un descanso del deporte. Conociendo bien a su hijo, la señora le preguntó confundida, el por qué lo haría a lo que él respondió: — Tal vez no viva siempre del fútbol y me abruma pensar que el sentimiento que no progrese en él me acabe consumiendo después, debo tener un refuerzo por si no cumpló mi sueño. Debo tener una salida.

Su madre lo reconforta al ver que habla con mucha preocupación su hijo y tras ello le recuerda: — Si no vives de ello, no es el fin del mundo, encontrarás algo para ti. No dejes tus entrenamientos, pero si quieres comenzar a buscar algo como refuerzo lo podemos buscar, tal vez, ya es hora que te dediques al negocio de la familia también.


María Talavera


— No puedo creer que me dejes tener a uno de ellos. — Le decía feliz a su madre.

— Yo tampoco, al menos ya está desparasitado, limpio y con la vacuna de la rabia.

Las dos están en el veterinario, se llevaron a un perrito blanco con negro de raza mestiza de la prepa, lo llamaron Capitán.

El animal movía feliz la colita, incluso dejó inyectarse de manera bastante noble. María hacía en su cabeza varías ideas, al menos dentro de ella tendría la oportunidad de adoptar otro de los perritos de la escuela después, sin embargo, los planes de su madre eran otros: — Este será el único que te dejaremos adoptar, a partir de ahora, si llevas otro animal eres tú o él dentro de la casa.

La chica aceptó, algo triste pero conforme: — Tampoco no lo tomes tan mal, considera que este perrito es solo porque nunca nos pides nada. Y estamos felices tu padre y yo que tengas la determinación de pedirnos algo.

Capitán fue desde cachorro un perro callejero, fue un regalo de una pareja, que cuando terminó ya ninguno de los dos quiso hacerse cargo de él. Olvidado con intención en la carretera buscó desesperado un nuevo hogar, por suerte, no fue una historia corta de un perro atropellado en medio de la nada. Caminó sin rumbo por días, siguiendo el camino de piedra de los humanos, la gente lo veía más nadie quiso hacerlo suyo. Se alimentó de los charcos de la temporada de lluvias, sobras de comida y algún que otro animal muerto, hasta que llegó a la ciudad, de todos los lugares en los que estuvo el que sintió más cómodo fue la preparatoria, en la misma los estudiantes le daban de su comida, las perreras no lo amenazaban y tenía un dueño diferente cada día, a veces, el único miedo que tenía era que un maestro lo sacara del salón.

Nuestro Dramático tallerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora