—Espero que al menos sepas bailar —Débora resopló cuando casi se tropezó con los tacones al bajar del auto y Yeferson la sostuvo.
—No. En realidad no sé.
Dejaron que sus amigos se adelantaran y se quedaron aclarando varias cosas dentro de carro. Decidieron quedar en tregua por esa noche. Lo ideal era pasarla bien, no entrar en conflictos.
—Si no sabes bailar, ¿A qué coño vas a las fiestas, tío?
—Ah pues, a comer tequeños —contestó él, relajado, poniendo seguro al carro.
—¿Qué son los tequeños? —inquirió Débora, apartándose de su lado cuándo éste quiso pasarle el brazo por encima de los hombros—. Demasiado, mantén una distancia prudente para evitar el contagio y la transferencia de tu peste habitual.
Yeferson rodó los ojos y la empujó por el hombro.
—Los tequeños son un pasapalo que no tiene padrote.
Débora siguió sin entender, ambos guardaron silencio mientras caminaban a la entrada del centro comercial Vista Place. Pero Yeferson no puede estar quieto mucho rato, claro.
—No te creas. Después de la quinta botella empiezo a dejar salir los pasos prohibidos. ¿No saber bailar? Lo puedo creer de ti, insípida, pero no de un negrito que por los poros destila flow.
—No tienes idea...
—Eres insoportable.
—Y ya empezamos de nuevo —Débora chasqueó la lengua.
—No. Empezaste tú, diciendo que tengo peste.
—La tienes —aseveró la castaña.
—Repito; eres insoportable —Yeferson suspiró—. Con razón el pure tuyo te dejó por allá bien botada.
—Al menos las cosas que yo digo con ciertas, en cambio tú buscas la manera de tergiversar mis cualidades para burlarte de mí.
—Yo no falsifico nada. Soy es real —se quejó—. ¿Te cuesta mucho aceptar que no eres el centro del universo y que tu actitud tiende a ser bastante desagradable?
—¿No es eso lo que te cuesta aceptar a ti?
—No. Yo lo asumo, en cambio tú crees que eres perfecta. Yo sé que en el fondo quieres ser como yo, te cuesta admitirlo. Y me rompe un poquito el corazón tener que decirte que no puedes igualar algo que no alcanzas.
—Vale, ¿Por qué siempre te empeñas en fastidiarme? Eres muy molesto, en serio —se quedó Débora, doblando por un pasillo. Ya casi llegaban al club.
—Porque tú empezaste a joderme la existencia desde el día que estaba burda de relajado fumándome un cigarro y mi mamá me llamó arrecha, diciendo que te tenía que ir a buscar pa' Catia. Pa' allá pa' donde el malandro Ismael dejó a una tipa preñada.
—Yo tampoco quería que me fuera a buscar un tierruo putrefacto a nicotina y desodorante expirado.
—¿Y ahora dónde aprendiste esa palabra? —Yeferson se cruzó de brazo—. Quería que te adaptaras a mi mundo, pero no que usaras las ofensas en mi contra.
—Me la enseñó Natalia. Cada vez que nos vemos, me pregunta, ¿Y el tierruo del hermano tuyo?
—Claro —Yeferson soltó una risa sardónica—. Debe ser que el novio de ella es un toyobobo. Se supone que hicimos un trato hace diez minutos y ya estamos escupiendo veneno otra vez.
—Es tu culpa. Eres un adefesio ambulante, y yo una imprudente a la que nada se le escapa.
—Ajá, sí. Ya está bueno —ambos se detuvieron en la entrada del club—. Mejor vete por tu lado con Natalia y cejas en desgracia, yo voy a estar con unos convives. Si necesitas algo, pídeselo a alguien a quien le importe. Nos vemos a las cinco en el estacionamiento, enana.
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Bajo la misma arepa
ЮморTras la muerte de su tía, Débora debe viajar a Venezuela para reencontrarse con su padre después de varios años. En este país completamente desconocido para ella, tendrá que adaptarse a su jerga, sus costumbres y su gente. La pareja de su padre el r...