El procedente de Socopó

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El amanecer avisaba su llegada, proyectando su precaria iluminación por las rendijas de las ventanas de la discoteca. El volumen del reggae había disminuido, la basura desperdigada sobre el suelo empezaba a ser notoria por la ausencia de personas y las risas serenas llenaban el ambiente por los pocos grupos que quedaban disfrutando los últimos dedos de las botellas de licor.

La cima de una balla publicitaria desgastada fue el mejor lugar de Yeferson encontró para terminarse una botella. Pudo ocultarse detrás de algún auto aparcado en el estacionamiento de la discoteca, echarse a los pies de un árbol e incluso esconderse en el mismo baño que su hermanastra, pero a él se le antojó pasar la madrugada sentado al borde de un anuncio, donde con solo mirar abajo podía saludar a los conductores que pasaban por la carretera.

Estaba demasiado borracho, o simplemente sobrio y con deseos de visitar a su convive Yonkleiver.

Pensando en muchas cosas a las que después de tanto meditarlas no le conseguía ningún sentido, mecía sus piés que colgaban frente al anuncio de Shorty Loops.

Decidiendo que la fiesta había fallecido en cuanto a su intensidad, Natalia agarró su cartera y ánimo a sus amigos a levantarse para ir andando a la parada de autobuses.

Débora aceptó la mano de Bárbara para levantarse, un leve mareo la hizo tambalear, pero con suerte no amenazaba la estabilidad de sus piernas. El frío mañanero los recibió a todos, y el sol que apenas se asomaba envió con sus tenues radiaciones una punzada de dolor de cabeza a cada uno, pues se habían acostumbrado a la oscuridad y los flashes de luces artificiales de la rumba.

La castaña estaba preocupada, pero demostrarlo no serviría de un coño. Habían pasado varias horas desde el abrupto final del juego de la discordia y no sabía nada de su hermanastro. Quiso suspirar con alivio al ver la Yamaha estacionada a las afueras, pero emitió un jadeo de terror cuando Christian señaló hacia arriba y ella siguió la dirección con su mirada.

—Tiene que estar de puta coña ese cabrón —farfulló cuando vió a Yeferson empinándose la botella casi vacía.

—¿Cómo coño se subió ahí vale? —inquirió Gabriel, aunque se lo preguntaba más a sí mismo.

—No sé, pero no podemos negar que es una maldita lacra —opinó Bárbara, enfocándolo con su Alcatel para filmarlo—. Le voy a hacer el tiktok ese con la voz de Bob esponja.

—Sí bueno, vámonos —dijo Natalia casi tres minutos después que todos se le quedaban viendo.

Débora frunció el ceño cuando notó que todos ignoraron de inmediato la situación y empezaron a caminar.

—¡¿No pensáis hacer nada?!

—Él solito se subió, sabrá bajarse —Christian se alzó de hombros.

—Además, si estuviera borracho ya se hubiese caído —secundó Natalia.

—Pero...

Ninguno se detuvo a escucharla, así que ella apretó los labios y cruzó la autopista aún con su entorno ligeramente difuso. Puso ambas manos a los costados de su boca y le gritó al moreno, sólo esperaba haber usado un tono lo suficientemente alto como para que se escuchara hasta allá arriba.

—¡¿Qué?! —contestó Yeferson sin mirar hacia abajo.

—¡Bájate de ahí, capullo!

—Nah.

Débora se llevó una mano al pecho, se sobresaltó cuando Yeferson se removió en la orilla y la botella resbaló de sus manos, pasando a ser fragmentos aromáticos sobre el asfalto.

—¡¿Pero qué coño haces allá arriba?!

—Escapar de ti, pero por lo visto no funcionó.

—¡Bájate!

Bajo la misma arepaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora