Se formó el despeluque

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Después de reposar su sopa criminal criminalística malandrística del combo criminal, Yeferson se echó un baño y subió a la azotea del edificio a pensar y reflexionar sobre su comportamiento de esos últimos días. Ni siquiera él mismo entendía qué coño le pasaba, pero sentía que se iba a desbaratar el piso cuando aparecía la fresa esa con su cara de cañón.

Hacerla arrechar se estaba convirtiendo en su pasatiempo favorito, pero le gustaba más tratarla bien. Aunque claro, tenía que buscarle pleitos de a ratos para disimular la vaina.

¿Por qué sentía que temblaba cada vez que estaban solos y ella no se portaba como una caprichosa de mierda?

—¿Soldado caído? —inquirió Brayan a sus espaldas.

—Quisiera ella.

Cuando Yeferson vio a su convive acomodarse la gorra, supo que algo andaba mal. Así que los dos empezaron a forcejear hasta que el moreno logró quitársela. Brayan acababa de llegar de afeitarse, o más bien, rasparse el coco. Suspiró cuando vió que a Yeferson se le iluminaban los ojos.

—Cabeza de mamón chupao'.

—Mámate una caravana de huevo, mi pana, con todo respeto.

—A ti como que te desgració ese coco la misma gente que le hizo las cejas a Azúl celeste ayer.

Yeferson soltó una carcajada sabrosa y le invitó un cigarro. Notó a su pana raro, como muy pensativo, pero no dijo nada hasta que él decidió hablar.

—Mano. Estoy metido en sendo peo.

—¿Qué pasó? —preguntó el moreno, expulsando dejando huir una nube de humo de sus labios—. ¿Se formó el despeluque?

—Mtch. Mano no, esto es un beta serio.

—Desembucha pues.

Brayan relamió sus labios y suspiró, se tomó su tiempo.

—Me puse a encompincharme con el proveedor de un hampa de menca, uno que le dicen El Chapulín —tomó una calada e hizo una pausa—. Le quité fiada una mercancía.

—¿Y necesitas que te compre? Háblame claro, yo te apoyo con cualquier negocio, causa.

—No, no es eso —Brayan sacudió la cabeza—. Me puse a buscar en gugul, cagao. El CICPC anda buscando a un gentío por vender. Y varios se han caído con los kilos y les meten hasta cuarenta años. Yo... No sé qué hacer, ya no puedo echarme para atrás.

—Ajá, ¿Pero tú no trabajabas en los chinos pues? ¿Qué necesidad?

Brayan pasó saliva, consternado.

—En el barrio hay chismes y peos a cada rato marico, mi mamá está cansada de atender su bodega para subsistir y trabajar de vigilante en una residencia donde a veces le caen a rollo y le pagan cuando les da la gana. Sacrifica sus horas de sueño, su juventud, mi pure no tiene ni cuarenta años. Yo... Hago lo que puedo, pero no me parece suficiente.

A Yeferson se le hizo un nudo en la garganta. Su mente rectificó el dicho «Nadie sabe qué gotera hay en casa ajena». Se sintió mal por no valorar el techo que tenía, donde por el momento no tenía más responsabilidad que terminar de estudiar. La señora Azucena, siempre tan chévere y humilde, lo recibía en su ranchito con una sonrisa, a veces hasta se ofrecía a dejarle fiadas las cajas de Cónsul y siempre le echaba la bendición cuando se iba, no sin antes preguntarle que cuándo la visitaba otra vez. ¿Qué iba a pensar él que detrás de esa personalidad tan serena había una mujer gritando por la monotonía en la que se había convertido su vida?

—Natalia es mi princesa mano, mi mamá mi reina. De carajito siempre hizo hasta lo imposible por darme lo mejor; lo que le pedía al niño Jesús, hacerme mis fiesticas en mis cumpleaños y prepararme mi comida favorita cuando sacaba buenas notas en un examen que veía difícil en el liceo. Mano, hasta para ir a cantarle cumpleaños a algún vecino yo estrenaba ropa.

Bajo la misma arepaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora