Manzana tercermundista

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Hora de publicación; 12:42am.

Su primer día de clases estaba siendo un poco más llevadero gracias a una chica que se había acercado a presentarse esa mañana en el patio escolar.

—Hola. Eres nueva, ¿Verdad? Me llamo Bárbara.

Débora le sonrió porque le agradó la actitud simpática de la chica. Quiso hurgar en su mente y averiguar cómo podía tener tanta energía a las seis y media de la mañana. ¿Es que acaso desayunaba RedBull?

—Sí. Soy Débora.

—¿Qué año cursas?

—Décimo.

—Ah. Aquí al décimo le llamamos cuarto año —le hizo saber la chica y le ofreció su mano—. Ven, te doy un recorrido mientras esperamos que suene el timbre. Aunque no hay mucho que ver, este liceo es como una lata de sardinas.

Débora alisó su falda al levantarse y cerró su mano libre en una de las tiras de su morral. Quería mucho a su papá, pero le daba algo de pena que le comprara un bolso de Violetta y no uno unicolor común como el que llevaban casi todos los estudiantes.

Bueno, se sintió mejor cuando vio que Bárbara llevaba un suéter de Akatsuki. Al parecer, ahora era amiga de la rarita, pero peor era nada.

Lo único que hacía sentir incómoda a Débora era cuando Bárbara buscaba su mirada, ya que como era virola, Débora no sabía con exactitud hacia dónde verla. Mejor optaría por evitar el contacto visual.

Era lo único que le restaba puntos a su apariencia, la verdad, ya que Bárbara era esbelta, de piel trigueña y cabello ondulado corto y azabache.

—Podrá ser un instituto privado, pero el salvajismo igual abunda —comentó la castaña al ver a un chaval escalando el tronco de un árbol que desprendía una especie de pelusa rosa que hacía ver lindo el lugar—. ¿Por qué se suben a ese árbol?

—En Venezuela llamamos «Liceo» a la secundaria —le hizo saber la pelinegra—. Y eso es una mata de pumagás.

—¿Puma qué? —Débora arrugó las cejas al ver que un chico sacudía las ramas y otros recogían los frutos que caían al suelo.

—Pumagás. También le llaman «Pumarrosa» o «Pumalaca» Son como manzanas, pero mierderas.

Al pasar por su lado, el chaval que todavía estaba montado en la mata saludó a Bárbara con un gesto de la cabeza y le lanzó un fruto.

—Ten —ella se lo dió a Débora, quien lo aceptó solo por cortesía—. Muy rica la pumagás, pero aquí lo que salva la patria es el mango.

Débora soltó una risita nerviosa al no saber qué significaba aquello. De pronto, un sonido intenso taladró sus oídos.

—Vamos, ya sonó el timbre —Bárbara la condujo hasta el aula—. Toca que nos extirpen el cerebro con ciclopentanoamida, isopropílico y yamequieroirdeestecirco.

~•~

En clases, nadie dejaba de mirar a Débora como si fuera carne fresca.
Apenas entraron en el salón, Bárbara condujo a Débora hasta los pupitres del fondo y señaló a un grupo que miraba a la nueva de arriba a abajo sin disimulo.

—Esos zamuros que están allá son los panas míos.

Entre ellos, estaba Natalia, el culito de Brayan, quien le sonrió a la castaña apenas se acercó —casi empujada por Bárbara— a saludar.

Bajo la misma arepaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora