Querer querernos (+18)

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Yeferson acababa de alimentar a Mordisco cuando se encaminó al pasillo, dispuesto a llegar a la habitación de Débora para joderle la existencia.

Al llegar, se recostó del marco de la puerta y se le quedó mirando con absoluto silencio mientras ella permanecía distraída, probándose un traje de baño púrpura frente a su espejo. Desde el ángulo en que Yeferson estaba, Débora no notaba su presencia.

El moreno delineó con sus ojos la curvatura de sus escasas caderas, trazó líneas y en su imaginación creó figuras abstractas siguiendo los lunares de sus hombros como si fueran puntos. Evitó a toda costa bajar la mirada a sus nalgas porque sabía que era capaz de infartarse ahí mismo.

Esa misma tarde Débora había confesado lo que sentía por él, lo había puesto al tanto de los sentimientos correspondidos que tenía en sus adentros, pero él también se cuestionaba qué se sentiría estar dentro de ella.

Para avisar de su presencia mientras la devoraba con la mirada, a Yeferson no se le ocurrió mejor manera que dedicarle otra canción boleta.

—Mami yo te estaba viendo y tienes todo bueno así que dime como hacemos pa' meterte el huevo;
tienes culo, tienes tetas, tienes, papo lo deseo. Te la tiras de esquisita y te encanta el malandreo.

Cuando Débora volteó, Yeferson empezó a agitar las manos para añadir más pasión a la vaina.

—Yo si soy sincero no es mentira
se muy bien lo que te gusta y te excita. ¿Qué pasó se te aguó el guarapo?
Cuando hago caballito se te moja el papo.

Débora se cruzó de brazos, y para el moreno fue inevitable bajar la mirada para ver cómo se le marcaban los pezones debajo del traje de baño.

—¿Ya se acabó tu repertorio de canciones sacadas del culo?

—Mi repertorio es ilimitado. Y no son sacadas del culo, son trifásicas.

La castaña blanqueó los ojos y le dió la espalda otra vez.

—Me gusta más como te queda el otro, el blanco —opinó Yeferson, dejándose caer en la cama de Débora.

—¿El que me llevé a la playa?

—Ajá.

—Ese es de tanga.

—Por eso me gusta más —Yeferson chasqueó la lengua—. Aunque preferiría que no te pongas ninguno.

Débora le sacó su dedo corazón y procedió a atarse el cabello en una coleta alta y floja.

—Desátame estas tiras, las apreté mucho —le pidió, señalando el nudo de la parte superior del bañador.

El moreno se levantó con pesadumbre y deshizo el amarre con facilidad, entonces supo que ella en realidad no necesitaba ayuda, pero la había pedido como un pretexto para que él se acercara.

Cuando se volvió hacia él, sujetó la prenda para que sus senos no quedaran descubiertos. Yeferson avanzó un paso, intimidándola con un persistente contacto visual que proyectaba en sus retinas el intenso deseo que tenía en ese momento de arrancarle también la prenda de abajo.

La espalda de Débora chocó contra el espejo, haciendo estremecer el marco y su pecho.

Yeferson alzó una mano y paseó las yemas de sus dedos por las clavículas marcadas de la castaña, quién tragó en seco y cerró los ojos, disfrutando del preludio de aquel juego previo que garantizaría la derrota de ninguno.

Él se inclinó para inhalar la fragancia natural de su cuello, el aroma que exhumaban aquellos poros era quizás sintético, pero auténtico para su deleite.

Bajo la misma arepaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora