Todas mienten

4.6K 889 912
                                    

—¡Está fría el agua, maldito cabrón!

—Como tus sentimientos, si es que tienes. Anormal.

Débora gruñó y se levantó como pudo para hundirle la cabeza en el agua con fuerza hasta que él como pudo la agarró por los pelos y la batuqueó, haciendo que ella cayera de espaldas al agua.

—¡¿Me quieres matar?!

—Era la idea, sí —ella se rió mientras Yeferson la torturaba con la mirada.

—Habla claro que era para robarte mi colección de suéters después de mi velorio.

—¿Es tu mejor idea?

—Nah —Yeferson fingió pensar—. Mejor róbame el apellido.

—¿Qué...? —Débora no lo captó de inmediato.

El moreno se quitó la camisa y terminó de meterse en el agua que le llegaba un poco más abajo de los hombros. Como el poso estaba hondo y Débora no medía más de 1.60, pataleaba para mantenerse a flote, así que fue inútil cuando vió que su hermanastro se acercaba y quiso huir.

Él la agarró por la cintura, cuando la castaña volteó, sus narices quedaron demasiado cerca para el agrado de ella.

—¿Ya no está tan fría el agua? —inquirió Yeferson.

—Ya... —ella pareció titubear—. Ya está un poco tibia.

—Sí, es que tenía ganas y aproveché de...

—¡Joder tío, que puto asco! —ella se soltó de su agarre, pero tuvo que aferrarse a sus hombros cuando sintió que se hundía.

—¿Qué pasó, enana siniestra? —él se burló mientras intentaba alejarse.

—¡No me sueltes! —Débora chilló al no sentir el suelo.

Yeferson alzó una ceja y la volvió a agarrar por la cintura. Se acercó lentamente, seguro de que ella no iba a reclamarle. Débora cerró los ojos y entreabrió los labios, esa cercanía siempre ponía a temblar su supuesta muralla de desagrado hacia él. Yeferson se divirtió al verla así, tan dispuesta a recibir un beso, esperando a que sucediera, así que ladeó la cabeza y, en lugar de darle el beso que tenía planeado, le pasó la lengua por el cachete.

—No seas tan cabrón —ella se limpió con el hombro, la mirada que le dedicó a su hermanastro no era normal—. Hazlo.

—¿Que haga qué? —él fingió demencia.

—Lo que ibas a hacer, termínalo.

—¿Qué cosa? —estaba loco por el deseo de que le pidiera directamente un beso.

—Venga, tío...

—No me acuerdo.

Ella le golpeó el hombro con fuerza, y el impacto fue más doloroso porque la zona estaba mojado.

—¡Naweboná! —Yeferson apretó los dientes—. Me gustas, pero me maltratas.

—Tenías un mosquito ahí —argumentó Débora—. De nada.

—¡Dentro del agua no pican los zancudos! —él desocupó una mano para acariciarse el hombro—. Me dejaste el tatuaje de una mano roja, becerra.

—No seas dramático —ella blanqueó los ojos.

—La dramática eras tú hace un minuto, pidiendo indirectamente que te besara.

Ella frunció el ceño e hizo el amago de golpearlo otra vez, pero Yeferson atajó su mano en el aire y se inclinó para besarla.

Bajo la misma arepaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora