Ódiame

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La semana había transcurrido lento para Yeferson, quien se había vuelto adicto a las malas caras de su hermanastra después de burlarse de ella y, en especial, a los insultos que ella le regresaba; estaba en abstinencia, al parecer.

Débora se negaba rotundamente a siquiera mirarlo. ¡No la entendía! ¿Por qué estaba de buenas con su padre y con él no? Okey, con Yeferson jamás estaba de buenas, pero al menos antes no lo ignoraba.

Todavía no estaba cansado de hacerle arepas para desayunar, con queso amarillo y jamón, todos los benditos días, como a ella le gustaba. Y la muy desgraciada ignoraba la comida todas las mañanas y adrede compraba el desayuno en la cantina del liceo.

Una tarde, ella estaba hablando con Natalia y Bárbara en su habitación, quienes la habían visitado para adelantar cosas de su proyecto, pero estudiar era lo que menos estaban haciendo.

—Me extraña que no tengas los libros, ya que te la pasas comparándolos con las películas.

—Ah, tía —suspiró—. Se los pedí a mi padre una navidad, pero pasó de mí y decidió que mejor sería comprarme una tablet. No me quejo, igual fue un buen regalo. Tuve que conformarme con leerlos en digital. Solo tengos los de animales fantásticos.

—Sí, yo tampoco los tengo —dijo Bárbara—. Tengo hasta una camiseta firmada por Rupert, pero no los condenados libros.

—Nojoda, pero tú eres peor. Tienes un estante full de puros funkos —aseveró Natalia—. Yo de vaina tengo las películas en DVD y un giratiempo que compré en una feria de «todo a mil» hace como tres años.

Yeferson, al ver que no conversaban sobre nada interesante, dijo al pasar por el pasillo:

—Brujas hablando de brujos, interesante —fingió un bostezo.

Débora se limitó a levantarse y cerrar la puerta mientras seguía conversando con ellas.

Y así era todos los días, él soltaba chistes crueles y su hermanastra hacía oídos sordos. Todavía no estaba desesperado, pero sí alcanzaría pronto el desquicio.

El sábado por la mañana, Débora se apresuró a subirse al asiento de copiloto antes de que Jhoana lo hiciera y tuviera que irse a sentar atrás con él. Yeferson no lo pasó por alto. Estaba incómodo con esas escenas de constantes evasivas.

—¿No prefieres ir atrás con tu amiga? —le había preguntado su padre mientras prendía el carro.

—Ella estará bien. Me gusta ir adelante, así veo mejor el camino.

El trayecto a la playa fue largo, pero las canciones de la radio distrajeron a todos y les arrebató la noción del tiempo mientras tarareaban cada song.

Cuando estacionaron y el sol playero los recibió, Débora y Bárbara no tardaron en sacarse los zapatos para andar descalzas sobre la arena.

—Te lo prometí, a que sí —la castaña le dijo a su amiga mientras ésta le ponía protector solar en la espalda.

Yeferson sintió envidia de Azúl celeste en ese momento. No podía dejar de verle la espalda a su hermanastra, se veía tan suave y delicada... Mierda, y esas nalgas las envidiaba hasta Afrodita, tan grandes y perfectas. Cuando se volteó para intercambiar papeles con Bárbara, Yeferson se dió cuenta de que la parte superior de su traje de baño le cubría apenas lo necesario. 

El moreno salió corriendo a meterse al agua para despejar los pensamientos indecentes que tenía con su aparente rival, para su suerte estaba fría.

Todos se dividían constantemente. Yeferson se puso a jugar voley playero con unos muchachos de otro toldo, Débora y Azul Celeste se andaban sacando mil fotos, y sus padres duraron casi toda la mañana dentro del agua, solo se acercaban a la orilla para recargar el vaso de sangría con refresco chinotto.

Bajo la misma arepaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora