El Chigüire Chigüireao'

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Débora permanecía en su habitación leyendo un ejemplar de «Las crónicas de Narnia» cuando el pesado de Yeferson apareció, rescostándose del marco de la puerta mientras acariciaba a su gato.

—Fresa, vamos a jugar a la mamá y al pure.

—Jódete.

Mordisco lo le clavó las uñas al moreno y huyó de sus manos para saltar hacia la cama de la castaña e instalarse sobre sus nalgas a dormir.

—Creo que le tengo envidia a un felino —dijo Yeferson.

Débora empezó a sacurdise, pero Mordisco no mostraba intención de ir en busca de mejores almohadas.

—¡Quítame ese animal de encima! —no le simpatizaban mucho las mascotas.

—Se llama Mordisco. Y no es animal, es familia.

—¡Yeferson!

El aludido se acercó y agarró a su hijito para subirlo a su hombro, muy digno.

—Eres insoportable, te tienen que gustar los gatos, si no, ¿Qué animal te hará compañía cuando seas una vieja amargada y pensionada?

Ante el silencio de Débora, él prosiguió.

—Bueno, equis. Eso sí, eres muy original, bien podrías ser la vieja de los chigüires.

—¿Qué es eso? —la castaña exhaló con fastidio cuando el gato se acercó otra vez y se acostó sobre su libro abierto.

—¿No sabes qué es un chigüire?

—Si supiera no te estaría preguntando.

—Marica, o sea, un chigüire —Yeferson le enseñó su fondo de pantalla, que consistía en una imágen de ese animal.

—Ah, un carpincho.

—Chigüire.

—Carpincho.

—Como sea, vas a terminar con diez de esos en un apartamento de mala muerte porque nadie en su sano juicio querría pasar el resto de su vida contigo.

Débora alzó una ceja mientras estiraba los dedos para empujar a la bola de pelos lejos de su libro.

—Tú quieres.

Ahí Yeferson se quedó sin argumentos coherentes, así que optó por cambiar el sesgo de la conversación cuando vió que ella empezaba a acariciar disimuladamente al gato.

—Le caes bien —hizo un ademán con los labios, señalando a su mascota.

Débora se alzó de hombros, agarró su libro, se colocó boca arriba y extendió sus manos para continuar leyendo.

—Vamos a cuidarlo juntos, ponle segundo nombre —ofreció el moreno y resopló cuando su hermanastra lo ignoró—. ¿Mordisco Chigüire? Okey, excelente elección.

—En ningún momento accedí a eso.

—El silencio también es una respuesta, Covadonga. Y ahora tenemos un hijo, soportala. 

Yefelson se acostó a su lado y rodeó su torso con un brazo, la respiración de él chocando contra el hombro de ella. Al ver que Débora no se quejaba, tanteó el dobladillo de su camiseta e introdujo su mano debajo de la tela, procediendo a acariciar su abdomen sin premura mientras ella leía, o más bien fingía que lo hacía, al parecer esa cercanía la tenía releyendo la misma página durante exagerados minutos.

—Sifrinita —pronunció Yeferson en voz baja. Cuando Débora volteó, sus narices se rozaron sin querer queriendo.

El moreno humedeció sus labios como un previo aviso del deseo que cruzaba por sus pensamientos, Débora entreabrió los suyos y sus pestañas comenzaron a juntarse lentamente, anticipando una rica sensación que disfrutaba y cada vez le costaba más ocultarlo.

Bajo la misma arepaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora