El boleta enamorao' (+18)

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Débora se bajó rápido de la mami apenas Yeferson redujo la velocidad al entrar en la residencia, de vainita no se quemó la pantorrilla con el motor.

—¡Nunca en la vida te vas a volver a montar en una moto tan sagrada! —le gritó su hermanastro cuando se estacionó—. Y no corras, enferma, que las llaves del edificio las tengo yo.

Ambos iban subiendo las escaleras a pasos apesadumbrados, Yeferson arrugó la nariz cuando pasaron por el piso donde vivía la señora Yubiricandeleisy y desde el interior de su apartamento estaba sonando «Chávez corazón del pueblo» a todo volumen.

—Naweboná, sapegato.

Débora se encerró en su cuarto apenas llegaron.

—Voy a preparar unas arepitas para amortiguar hasta que toque hacer la cena —dijo Jhoana.

—Yo te ayudo —Miguel David se fue con ella y los dos desaparecieron en la cocina. Gabriel y Yeferson se quedaron en la sala.

—Estamos solos, ¿Quieres un besito de reconciliación? —habló Gabriel con una sonrisa socarrona.

Yeferson lo miró mal y se sentó en el mueble más lejano que encontró.

—No te alejes, que yo muerdo nada más si tú quieres —siguió Gabo.

—Cállate, closetero. El que se tiene que alejar eres tú, de Débora y de todos nosotros.

—¿Vas a seguir tú con esa rivalidad? —Gabriel chasqueó la lengua—. Qué va, ese juego yo no te lo pienso seguir. Débora está bien rica, pero la única mujer por la que pelearía yo es por Bárbara Ramírez.

—¿Quién es esa? —indagó Miguel David al salir de la cocina. Jhoana lo había corrido porque iba a echar la harina primero que el agua para hacer las arepas.

Gabriel se llevó una mano al pecho, indignado.

—¿Cómo no va a saber, suegro?

Yeferson puso los ojos en blanco y Miguel David apretó los labios para no reírse de él.

—Que no sé, hombre. No me suena ella.

—Bárbara Ramírez, la Zuliana más bella —Gabo chasqueó los dedos, tratando de hacerlo reaccionar—. Mardición, la reina del patacón.

Miguel David se alzó de hombros y sacó un libro de su colección para sentarse a leer.

—Ajá bueno, esa es la mujer por la que yo sí pelearía.

Buscó su perfil de Instagram y le enseñó una foto a Yeferson, como si fueran panas de toda la vida.

—Hasta a mí se me quitaría lo marico —fue lo que opinó Yeferson y se fue a encerrar en su cuarto.

Se sacó la camisa y se acostó a mirar el techo, pensando en lo ocurrido horas atrás en aquel poso solitario. Había sido demasiado intenso para fingir olvidarlo como el beso en la playa.

Yeferson deseaba volver a experimentar la sensación de esos pezones erectos contra su pecho, repetir el eclipse de ese jadeo contra sus labios, recrear esas piernas cruzadas detrás de su espalda. Más que un simple deseo erótico, aquello era una maldita necesidad que le cosquilleaba la piel.

Porque es divino besar con tanta pasión a una chica, pero, ¿Besar con ese desenfreno a la chama de la que estás perdidamente enamorado y ya no te interesa fingir que la odias a muerte? Hermano, eso esa experiencia es afrodisíaca para el alma. Veneno para el condenado orgullo.

—¿Qué harías tú, mi pana? —preguntó hacia la nada, imaginando que le pedía un consejo a Brayan—. Tú que eras todo un pícaro. Podías tener a la que tú quisieras, pero te enloqueció nada más una...

Bajo la misma arepaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora