La mardición de los Takis

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Yeferson seguía molesto porque Débora le había dicho jala bolas en su idioma. ¡Se había acostado a dormir a las tres de la madrugada por hacer ese diagrama de mierda! ¡Un gracias habría estado bien! Incluso dudaba que Débora entregara la tarea por la que sacrificó su sueño.

Al día siguiente y después de haber preparado todo lo necesario para la ida al río, Miguel David subió al apartamento, sudado y con una mueca de incomodidad.

—Tendremos que ir en transporte público, se me ha averiado el auto —avisó—. Ya lo he mandado al taller, seguro que me lo hacen llegar hasta allá cuando quede arreglado.

—Podemos irnos tú y yo. Débora y Yeferson que lleguen en la moto —propuso Jhoana, aferrando una mano a la correa de un morral tricolor donde estaban el carbón y la comida cruda.

—Ni de coña, yo en eso no me subo —Débora se negó al instante.

—¿Prefieres el transporte público de Venezuela? —inquirió Miguel David y su hija asintió—. No sabes lo que escoges.

—No pienso doblegar mi elección.

—Algún día te vas a subir a esa moto —juró Jhoana.

—Tendré que estar muy desesperada.

—Pues, a lo mejor cuando tú digas «Plomo», ya yo no voy a tener balas —Yeferson le dió un golpecito en la frente con si índice y atravesó el umbral—. Bueno, Jhoana Maricarmen, nos vamos tú y yo en la mami y ellos que se vayan en su autobús con aire acondisoplao'.

—Vámonos pues.

Los cuatro salieron del apartamento.

—¡Coño e' la madre! El salao' no tiene día libre pana —farfulló Jhoana mientras bajaban las escaleras.

—¿Qué pasó, amor? —Miguel David llegó hasta ella y colocó una mano en su espalda.

—Coño vale, que se me reventó la sandalia. Y me da ladilla devolverme a buscar las cholas.

—Bueno mamá, en el camino nos paramos en unos chinos y te rescato una pegaloca —dijo Yeferson y siguió bajando—. Relájate.

Yeferson y Jhoana se fueron al estacionamiento y Miguel David y Débora a la salida de la residencia para ir caminando hasta la parada de autobuses.

Cuando ellos dos llegaron, estaba cargando una encava que tenía salsa baúl a todo volumen, Débora movía la pierna con impaciencia, esperando que el bus se llenara rápido. Y aún cuando todos los asientos estaban ocupados, el colector gritaba desde la puerta:

—¡GUATIRE PUESTO VACÍOOOO!

Aunque las ventanas estaban abiertas, Débora sentía que estaba en un sauna. Ese suplicio la estaba poniendo a considerar que mejor era irse con el capullo de su hermanastro.

Por otro lado, Yeferson y Jhoana llegaban a los chinos, compraron la pegaloca y unos choguís para chuchear.

—Débora me dijo el otro día que le gustan los takis —comentó Jhoana, señalando con la boca el anaquel con paquetes morados—. Pero están bien caros.

—Chino, dame unos takis —pidió Yeferson sin pensar, viendo otro estante.

—Veeeeerga, me extraña, si tú eres más agarrao' que vieja en moto —Jhoana lo empujó.

—Ah pues mamá, sí hablas paja.

—Claro que sí. La otra vez te pedí unos Doritos y me liriqueaste toda con que no te habían pagado todavía.

—Estaban muy caros esos Doritos.

—Cuestan un poquito menos que los Takis —su mamá se cruzó de brazos—. Definitivamente un pelo de poncha jala más que una guaya.

Bajo la misma arepaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora