Salve, Virgen de los Malandros

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Jhoana decidió que todos saldrían a primera hora del apartamento para estar de regreso a eso del mediodía. Pero esa decisión no fue impedimento para que el tráfico se los tragara mientras subían a Caracas.

—Nojoda amor, prende el aire acondicionado —pidió Jhoana mientras se echaba aire con las manos.

—Se averió.

—Tanto que cuidas la troja esta y todo el tiempo anda escoñetada —se quejó la mujer.

Miguel David apretó los labios cuando escuchó que Yeferson se empezó a reír y le lanzó una mirada por el retrovisor.

—No te presto más mi coche.

—No me hace falta —respondió el moreno, muy digno—. Tengo moto, y lo peor que le ha pasado a la mami es quedarse dos días con el tanque vacío.

Débora sacó la cabeza por la ventana porque se estaba sofocando, Yeferson aprovecho el ángulo desde dónde estaba para apreciar la posición de su hermanastra, ese culo se veía majestuoso con ese pantalón de chandal, lástima que estuviera pegado a una caprichosa insoportable.

Moviéndose por la carretera a una lentitud agobiante, consiguieron llegar a Nuevo Circo.

—Vamos a tener que agarrar el metro, porque parece que en Chacaíto está trancada la vía también —dijo la mujer en el copiloto.

—Ni loco me subo al metro de Caracas —Miguel David se rehusaba. Y Débora arrugó las cejas, por algo su padre ponía resistencia.

—Entonces vamos a llegar mañana —sentenció Jhoana.

Yeferson miró hacia el techo del carro y juntó sus manos como si estuviera rezando.

—Santa virgen de los malandros, despeja el camino a Sábana Grande y protege nuestra travesía bajo tu manto de crippy celestial. Señora de Petare y protectora del hampa venezolano, te lo ruego, amén...

—Yeferson, deja de pedir ayuda a deidades inexistentes —se quejó su mamá cuando vió que hacía una pistola con los dedos y se persignaba con ella.

—Mamá, la virgen de los malandros sí existe.

—Los coñazos de mi mano también existen, ¿Los quieres conocer?

Yeferson miró al techo una vez más y susurró:

—Ignora a esta hereje y guía nuestros pasos, Santa Patrona de los boletas. Tú que reinas en compañía del Coqui, de Wilexy y de la malandra Isabel, amén...

Se calló la boca cuando Jhoana estiró el brazo y le metió un lepe.

Resignado, Miguel David estacionó el carro a las afueras de un centro comercial aledaño y fueron andando hasta la estación del metro de La Hoyada.

Débora arrugó la naríz cuando un olor a orina rancio le caló las fosas nasales, el olor nauseabundo se intensificaba confirme bajaban las escaleras eléctricas que estaban dañadas y con la cinta desgastada.

—Espero que al menos aquí en la capital haya alguna tienda Dior —suplicó internamente.

—Hay Traki, pa' que te enganches —le respondió Yeferson, caminando con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón.

—¿Eso qué es? ¿Una marca venezolana?

Yeferson se esforzó por aguantar la risa mientras asentía. Intentó pasarle el brazo alrededor de los hombros, pero ella se apartó.

—Un día me quieres tener debajo de una cobija de mailironponi y después te pica ese culo de repente —el moreno resopló y se adelantó para comprar los tickets amarillos en una taquilla.

Bajo la misma arepaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora