14. Deseos

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Cuando llegue a mi casa tenía unos nervios insuperables, solo pensaba en cambiarme antes de que el viniera a verme así que empecé a ver que podía ponerme.

Me decidí con unos pantalones jeans con dobladillos. Una blusa morada entre metida y unas zapatillas blancas. Tenía que pasar desapercibida ante mis padres.

Sin embargo había olvidado que todos los viernes o feriados mis padres me llevan al mercado porque (momento familiar). Estaba soleado, una rareza para ser abril.

Mamá y yo nos sentamos al lado de la otra sobre un banco mientras vemos a papá luchar por sus descuentos.

Mi teléfono suena.

—¿Quién es? —preguntó mamá antes de que pudiera comprobar.

—No sé —dije. Era Kai, sin embargo. Cuando conteste pose el teléfono en mi oído—. ¿Sí?

—¿Estás en tu casa? —preguntó el.

—Hum, no—dije.

—Esa fue una pregunta capciosa. Sabía la respuesta. Porque en este momento estoy en tu casa.

—Oh. Hum. Bueno, estamos en camino, ¿supongo?

—Sensacional. Nos vemos pronto.

Kai Manheim estaba sentando en el escalón delantero cuando nos detuvimos en la entrada

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Kai Manheim estaba sentando en el escalón delantero cuando nos detuvimos en la entrada. Sostenía un ramo de tulipanes color violetas brillante empezando a florecer, y estaba vestido vaqueros con un suéter blanco holgado, se veía muy bien en él.

Se empujó a si mismo frente a la escalinata, me entregó los tulipanes, y preguntó:

—¿Quieres ir a un picnic? —Asentí, tomando las flores.

Mi padre se acercó por detrás y estrechó la mano de Kai.

—¿Eres asiático? —mi padre preguntó.

Papá que sutil eres.

—Mi mamá es asiática.

Silencio incómodo. Bueno, plan B.

—Papá, ¿Sabías que le gusta el baloncesto?

Creo que Kai no sabía la importancia de mis palabras hasta que papá lo ve con brillo en sus ojos.

—¿Te gusta el baloncesto?

—Soy bueno ello—no le mintió al menos.

—Dios, me encanta ese tipo —dijo papá, e inmediatamente estaban enfrascados en una conversación de baloncesto a la que no pude, y no quería, unirme, así que llevé mis tulipanes al dentro.

—¿Quieres que los ponga en un florero? —preguntó mamá mientras entraba, una enorme sonrisa en su rostro.

—No, está bien —le dije. Si las poníamos en un florero en la sala de estar, hubieran sido de todo el mundo. Quería que fueran mis flores.

La última paradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora