Grité para despertar a mis padres, que irrumpieron en mi habitación, pero no había nada que pudieran hacer, ninguno de ellos sabía que me pasaba o que me sucedía.
Y si me dejan serles honesta, yo tampoco.
Mi cerebro estaba explotando por dentro, sentía como mis pulmones querían apagarse en todos los sentidos, una interminable de petardos intracraneales que me hicieron pensar que me estaba yendo de una vez por todas, y me dije, como me había dicho antes que el cuerpo se apaga cuando el dolor empeora.
Esto iba a pasar. Pero al igual que siempre, no me realice lejos. Me quedé en el borde del abismo, incapaz de saltar, incapaz de ahogarme.
Papá manejo, hablando por teléfono mientras yo yacía en la parte de atrás con mi cabeza en el regazo de mamá. No había nada que pudiera hacer.
Cualquier estímulo lo esperaba, en realidad.
La única solución era intentar deshacer el mundo, volverlo oscuro, silencioso y deshabitado de nuevo, regresar al momento antes del Big Bang, al principio, cuando estaba el verbo, y vivir en ese espacio vacío y sin creación, sola con la palabra.
La gente hablaba de la valentía de la fuerza de los pacientes que vencieron al cáncer o que siguen en él, y yo no negaba eso. Había sido pinchada, abierta con un bisturí, drogada durante años, y a pesar de que dejara ese hospital.
Siempre había una manera de el volviera a mí. Y siempre era yo quien volvía.
Pero no sé equivoquen: en este momento, hubiera estado muy, muy feliz de morir.
Desperté en una camilla de hospital. Al parecer la mejor idea para calmar todo el dolor era drogarme una vez más, al parecer papá debió obligar a mamá a ir a comer porque no estaban.
Había lamentos en el pasillo. El hijo de alguien había muerto. Estaba sola. Apreté el botón rojo de llamada.
Una enfermera entró un momento después.—Hola —dije.
—Hola, Ashley. Soy Tina, tu enfermera —dijo.
—Hola, Tina, mi enfermera —dije.
Luego comencé a preguntarme si esto había sido un ataque de pánico, quería que así fuera, quería que no fuera más cáncer. No podría vivir más años luchando, porque si era cáncer sin duda no iba a luchar.
No más.
Ya había luchado lo suficiente, no perdería mi cabello para mantenerme de pie mientras por dentro me muero.
Luego comencé a sentirme muy cansada. Pero desperté un poco cuando mis padres entraron, llorando y besando mi rostro repetidas veces, y extendí mi mano para ellos e intenté apretar, pero todo en mí dolía cuando apretaba, y mamá y papá me dijeron que no tenía un tumor cerebral, y no era cáncer.
Me sentí feliz, en verdad. Era un alivio demasiado grande, que lo que pasó si era un ataque de pánico, que pronto cuando supiera identificarlo ya no tendríamos que venir al hospital a por ello porque podríamos controlarlo en casa.
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La última parada
RandomAshley Donelly es una chica que siempre ha pasado desapercibida, pero no para Kai. Conocer a un chico en un tren puede ser pura suerte, volverlo a ver una y otra vez es algo más que solo suerte. Más cuando aquel chico es la persona que cautivo a Ash...